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¿Existen soluciones políticas al conflicto palestino-israelí?

Para el gobierno de Netanyahu la solución es “ganar la guerra”, lo que significa en última instancia, y así lo han verbalizado en diferentes ocasiones miembros de su gabinete, “borrar a Hamás de la faz de la tierra”


Llevamos más de un mes hablando de la invasión israelí de Gaza. Hemos dedicado programas de La Base a analizar las raíces históricas del conflicto, a entender los distintos actores políticos involucrados, y a tratar de explicar el papel que ha jugado la comunidad internacional —especialmente Estados Unidos y la Unión Europea— en todo esto. En estas semanas, hemos dedicado mucho tiempo a desmontar los marcos mentales que se han instalado a través de buena parte de los medios de comunicación: que Israel tiene derecho a defenderse, que Hamás y el pueblo palestino son la misma cosa y que por tanto se justifica un castigo colectivo, o que cualquiera que se oponga a la ofensiva israelí es un antisemita. Hemos hablado de genocidio, de apartheid y de limpieza étnica.

Sin embargo, en todo este tiempo no hemos hablado de algo fundamental: las posibles soluciones. Para el gobierno de Netanyahu la solución es “ganar la guerra”, lo que significa en última instancia, y así lo han verbalizado en diferentes ocasiones miembros de su gabinete, “borrar a Hamás de la faz de la tierra” y el exterminio del pueblo palestino. Otra “solución” sería la derrota del proyecto sionista, algo que, por otro lado, resulta absolutamente inconcebible teniendo en cuenta el poder del Estado de Israel y sus apoyos internacionales. Pero, ¿existe alguna solución que no pase por el exterminio de uno de los dos lados que garantice la igualdad de derechos para todos los ciudadanos que viven en Palestina independientemente de su origen o religión?

En primer lugar, está la propuesta de solución basada en la partición del territorio de Palestina en dos Estados separados e independientes: el Estado de Israel y el Estado de Palestina. Es la conocida como solución de los dos Estados. No existe un consenso sobre cuál debería ser la frontera entre ambos estados, pero se asume que el Estado Palestino comprendería la Franja de Gaza y Cisjordania, actualmente administrados por la Autoridad Nacional Palestina. Jerusalén y Belén quedarían bajo control internacional. Este plan de Partición de Palestina fue diseñado originariamente por las Naciones Unidas en la Asamblea que se celebró en 1947, pero no llegó a concretarse debido al estallido de la guerra en 1948. La Nakba, tuvo como resultado la expulsión de casi 800.000 palestinos de sus tierras que pasaron a manos del Estado de Israel. Desde entonces Naciones Unidas ha aprobado una serie de resoluciones que abogan por la retirada de Israel de los territorios ocupados y por la soberanía y reconocimiento del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino. Para la OLP de Yasir Arafat, abandonar la exigencia de una liberación total de Palestina, y aceptar en su lugar un Estado en sólo el 22% del territorio asignado por la ONU en su plan de partición de 1947 era una concesión histórica. Sin embargo, para el Estado de Israel este plan era potencialmente mucho más beneficioso: todo quedaba por definir y negociar y el árbitro, Estados Unidos, estaba además a su favor.

La partición de Palestina nunca se concretó, y el Estado de Israel de hecho ha seguido expandiéndose y ocupando territorios palestinos en las últimas décadas. Para muchos autores, como Edward Said, resulta muy incierto que la solución biestatal pueda llegar a implantarse en algún momento: “Palestina/Israel es el lugar donde dos pueblos, quieran o no, viven inextricablemente mezclados, ligados conjuntamente por la historia, la guerra, el contacto diario y el sufrimiento. Hablar en términos geopolíticos grandiosos o atolondradamente de la separación entre ellos supone nada menos que proporcionar recetas para incrementar la violencia y la degradación. Nada puede sustituir la consideración de esas dos comunidades como iguales entre sí en derechos y esperanzas, procediendo a partir de ahí a hacer justicia con sus actuales problemas”. Y esto lo dice alguien cuya familia perdió todo como consecuencia de la Nakba.

La solución de los dos Estados, que había contado con un gran consenso internacional, parece estar lejos de poder implementarse y nunca ha tenido menores tasas de aprobación. Según una encuesta del Palestinian Center for Policy and Survey Research de principios de este año, la solución biestatal, ha perdido apoyos tanto entre la población palestina como israelí. Del lado palestino, el 33% de los encuestados se mostraba partidario de este proyecto, frente al 43% en 2020. En el lado israelí, el 34% estaba a favor.

Los palestinos no le dan la espalada a esta solución porque ya no la quieran, sino porque en el contexto actual la consideran irrealizable. Pero, ¿cuáles son los principales motivos que ponen en duda la viabilidad de la solución de los dos Estados? Tal y como señala el historiador Thomas Vescovi en Le Monde Diplomatique, en las últimas tres décadas hay al menos cuatro factores que han hecho que la población palestina haya dejado de creer en la solución de los dos Estados para alcanzar su soberanía.

En primer lugar, el ritmo imparable de la colonización de territorios palestinos que ha hecho que la interdependencia entre ambas sociedades sea cada vez mayor. Los palestinos dependen de la economía israelí y el Estado de Israel utiliza los territorios ocupados como campos de pruebas de su industria militar. En el conjunto geográfico que abarca el Estado de Israel y los territorios ocupados viven 7 millones de judíos y 7,1 millones de árabes. De ellos, casi 700.000 judíos israelíes viven en asentamientos en Cisjordania y unos 150.000 palestinos de Cisjordania y 17.000 gazatíes entran cada día en Israel para trabajar. Las fronteras, las definen las autoridades israelíes.

En segundo lugar, la población palestina se encuentra enormemente fragmentada, tanto geográficamente (dividida en territorios separados por cientos de kilómetros) como políticamente (con Hamás en la Franja de Gaza y Al Fatah en Cisjordania). Mientras que el Estado de Israel, representa el poder colonial bajo un liderazgo unitario —con un Knéset apoyando mayoritariamente la expansión de los asentamientos en Cisjordania— y organiza la vida cotidiana de los territorios ocupados. Es decir, que de facto existe un único Estado: el Estado de Israel.

En tercer lugar, la Autoridad Palestina, que debería desempeñar el papel de protoestado, adopta en la práctica según Vescovi el papel de auxiliar de la ocupación, coordinándose por ejemplo, con las fuerzas israelíes en temas de seguridad. Además, los logros diplomáticos de la AP en los últimos años (admisión en la UNESCO, entrada en la ONU como observador o reconocimiento como Estado miembro de la Corte Penal Internacional), no han dado ningún resultado.

Por último, señala Vescovi, que el “proceso de paz” que supuestamente estaba encaminado a construir un Estado palestino, sólo ha servido para reforzar el dominio israelí sobre los territorios ocupados. Según Meron Benvenisti, ex adjunto al alcalde de Jerusalén y uno de los más firmes defensores de la solución de los dos Estados, el punto de inflexión, fueron los acuerdos de Oslo que perpetuaron la asimetría y la desigualdad entre los dos pueblos.

En los últimos tiempos según se ha ido alejando la posibilidad de un Estado palestino independiente y soberano, se han abierto paso otras iniciativas provenientes de la sociedad civil. Por ejemplo, desde hace aproximadamente una década “A land for all” apuesta por una solución confederal y biestatal que garantice la libertad de circulación y asentamiento, la igualdad en el acceso a la justicia y la seguridad y una soberanía compartida entre ambas comunidades, especialmente en lo relativo a Jerusalén, que sería la capital de ambos estados, y los recursos naturales. Cada Estado tendría su propia soberanía e independencia pero las fronteras estarían abiertas. Esto vendría a ser como una especie de Unión Europea, el estado israelí y palestino compartirían una serie de instituciones que regulen los derechos humanos, las finanzas o la seguridad.

Por otro lado, la One Democratic State Campaign, se lanzó hace 5 años en la ciudad de Haifa y aboga por la construcción de un único Estado democrático en el territorio situado entre el mar Mediterráneo y el río Jordán que pertenezca a todos los ciudadanos. Su programa de diez puntos incluye el derecho a retorno de los refugiados palestinos, igualdad ante la ley, una economía justa que corrija las décadas de explotación del pueblo palestino y repare la ocupación de sus propiedades y la normalización de los derechos políticos de todos los colectivos.

Lo resumía muy bien el historiador israelí Ilan Pappé, una de las voces más autorizadas para hablar del conflicto palestino-israelí, que “el único régimen razonable parece ser un estado democrático para todos y todas. Si esto no va a suceder, la tormenta en las fronteras de Israel se acumulará con una fuerza aún mayor que hasta ahora. Por todas partes en el mundo árabe, la gente y los movimientos están buscando formas de cambiar los regímenes y las realidades políticas opresivas. Seguramente esto llegará también al nuevo Israel extendido; si no hoy, mañana. Los israelíes pueden ocupar la mejor cubierta en el Titanic, pero el barco se está hundiendo de todos modos”.


Puedes ver el episodio completo de La Base aquí:

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