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Núñez Feijóó con Pablo Casado en un mitin del PP de Galicia, 2019, Santiago de Compostela — Europa Press / ContactoPhoto

¿Por qué los gallegos votan diferente en Autonómicas que en Generales?

El electorado urbano, baluarte de la izquierda gallega, por alguna razón se desmoviliza en los comicios autonómicos y se activa en las elecciones generales. La explicación no es sencilla ni unívoca, sino multifactorial


Después de las elecciones generales de noviembre de 2019, en las que la suma de votos de las fuerzas progresistas (PSOE-Unidas Podemos-BNG-Más País) obtuvo un 52% de los votos frente al 44% de la derecha (PP-VOX-CS), muchos hablaron de una “oportunidad histórica” para desalojar al PP de la Xunta en 2020, había números para ello.

La cruda realidad fue que en las elecciones gallegas del año siguiente ya solo el PP obtuvo un 48% de los votos, con una mayoría absoluta aplastante por la distribución provincial, VOX y CS apenas lograron un 3% conjuntamente, mientras la izquierda sumó un insuficiente 47% de los votos.

La clave, como casi siempre en las elecciones al parlamento de Galicia, estuvo en la participación, que cayó ocho puntos en relación a la de las generales de noviembre de 2019, del 67% al 59%. Más importante aún es como se distribuye este descenso, que fue hasta nueve puntos más acusado en las ciudades que en el rural, granero de votos de los populares.

El electorado urbano, baluarte de la izquierda gallega, por alguna razón se desmoviliza en los comicios autonómicos y se activa en las elecciones generales. La explicación no es sencilla ni unívoca, sino multifactorial.

La política estatal es la más mediatizada, con inputs e informaciones diarias de los medios de comunicación de masas, la política gallega hay que seguirla en los medios locales, de los cuales los privados son regados por subvenciones de la Xunta y los públicos, como la RTVG, son utilizados de forma obscena por el PP como instrumento de propaganda. Los pocos medios digitales e independientes que existen no llegan a muchas poblaciones del rural por la deficiente o nula conexión a internet.

En estos días el exjefe de prensa de Xulio Ferreiro, que fue alcalde A Coruña de 2015 a 2019, escribía en praza pública una teoría interesante, por la cual “el absoluto dominio de la derecha en las elecciones autonómicas se debe al marco cultural conservador de nuestro autogobierno, que tiene en la mirada esencialista de lo que es Galicia su principal argumento, y en el que el centralismo compostelano y jacobeo cumple un papel decisivo (…) Estos códigos alimentan la mirada desconfiada a las grandes ciudades”.

El Partido Popular de Galicia es algo a medio camino entre la CSU de Baviera y la UPN en Navarra, con una semi-autonomía sobre el PP estatal, que lo presenta ante los ojos de los gallegos como un partido autóctono. Su relato galleguista tradicionalista, basado en el folclore y la romería, alimenta esta visión esencialista de un país en el que se detiene el tiempo y en el que estado natural de las cosas es que gobiernen los populares.

Su antagonista natural en elecciones gallegas por tanto no es el PSOE, sino el BNG, el otro partido “gallego”, lo que explica que los nacionalistas tengan unas oscilaciones de voto tan grandes entre comicios autonómicos y generales.

El BNG por su parte, se hace fuerte siempre en la oposición, pero cuando le tocó gobernar en el cuatrienio del bipartito, defraudó, lo que le costó un acusado descenso de sus resultados electorales en los años posteriores, con la escisión de Anova incluida. Ahora los sondeos electorales señalan que su gran activo está entre los jovenes (lo que escenifica el antagonismo con el PP, que arrasa entre los mayores de 65 años).

Hasta hace no mucho, esos jóvenes eran el sustento de lo que se ha llamado mediáticamente “espacio (no nacionalista) a la izquierda del PSOE”, definición que nunca ha terminado de gustarme, porque le regala al PSOE el marco de que representa a la izquierda, cuando en los últimos 40 años han apostado por políticas básicamente liberales, como muestra de ello, en Galicia su principal activo electoral del país es un político de derechas, el alcalde de Vigo Abel Caballero.

Ahora los sondeos muestran que el espacio que pivotó en torno a Unidas Podemos ha experimentado un traslado de sus apoyos hacia las franjas centrales de edad. Han pasado ya casi 13 años desde el 15M, y los veinteañeros de entonces ya son ahora padres de familia. Para los que votan por primera vez este 2024, el 15M les suena casi como el mayo francés del 68 a los de mi generación; por tanto, no recuerdan que muchos de los jovenes que tomaron entonces las plazas de Galicia se habían sentido defraudados con el bipartito PSOE-BNG. Ahora que parece que “lo único importante es echar a la derecha” es una frase atrapalotodo, camino de convertirse en significante vacío, conviene recordar que cuando el 15M estaba en la Moncloa el PSOE de Zapatero, aplicando políticas predatorias contra las clases populares.

El único vuelco político en clave progresista que se produjo en Galicia en las urnas, en 2005, vino acompañado de unas circunstancias excepcionales que propiciaron una gran movilización popular: la marea negra del Prestige, la guerra de Irak y un Fraga octogenario que se desmayaba en el parlamento. Hay condiciones para otro vuelco, marea blanca de pellets gestionada de nuevo con mentiras, la peor atención primaria de España, pueblos sin pediatra, pacientes hacinados en los pasillos de los hospitales, juventud sin futuro, vivienda inasequible y el ya habitual nepotismo de familiares y amiguetes de los populares.

Hay tiempo para llamar a esa movilización, y sacar de la consciencia colectiva de la ciudadanía gallega la idea de que un gobierno popular en Galicia es el estado natural de las cosas; para el cambio, cabe recordar quiénes defraudaron en ocasiones anteriores y quiénes son los que proponen políticas verdaderamente transformadoras, para dejar atrás esa Galicia de romería y dar paso a una Galicia moderna, avanzada en derechos y oportunidades.


A Coruña –

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