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Manifestación en apoyo al presidente Petro, febrero 8 de 2024, Medellín — Juan Jose Patino / Zuma Press / ContactoPhoto

Colombia: movilización popular ante las amenazas de golpe

La posibilidad de un golpe está vigente todo el tiempo, y cuantas más transformaciones reales en beneficio de las mayorías sociales realice el gobierno Petro, más aumentará el riesgo


Desde antes del triunfo electoral de Gustavo Petro y Francia Márquez en junio de 2022 ya se discutían las amenazas de un golpe de Estado. Se decía que los militares no aceptarían estar al mando de un exguerrillero, que la oligarquía incendiaría el país antes que acatar el resultado de las urnas, y que las mafias enquistadas en todos lados no permitirían ninguna modificación del orden establecido.

Pero el hecho de que algo sea repetitivo no lo hace menos cierto. Las amenazas de un golpe hay que tomarlas con seriedad, no sólo por la historia de las violencias en Colombia, sino por una mínima conciencia latinoamericana. Allende siempre ha sido un ejemplo y una herida en nuestra identidad política, y basta con echar un vistazo al panorama de los últimos años para ver que la brutalidad de los viejos golpes militares se transformó en un aparato más sofisticado de acoso mediático, sabotaje de los oligopolios beneficiarios del neoliberalismo y estocadas finales de la derecha judicial. El lawfare es uno de los conceptos políticos fundamentales de la última década.

Entonces hay que empezar por ahí. La posibilidad de un golpe está vigente todo el tiempo, y cuantas más transformaciones reales en beneficio de las mayorías sociales realice el gobierno Petro, más aumentará el riesgo. Se combina la fragilidad de unas instituciones patrimonializadas por las élites, la corrupción ligada al narcotráfico, y una clave que, desde luego, no es exclusiva de Colombia: todo proyecto de ampliación de derechos fundamentales hostiliza al gran capital.

¿Dónde está el poder?

La encrucijada de estos días en Colombia se puede resumir en dos elementos. Primero, el acoso y derribo —mediático y judicial— contra altos funcionarios del gobierno Petro, con el objetivo no sólo de intimidar y paralizar, sino sobre todo de construir un relato de caos y una falsa equivalencia con el pasado. Los grandes medios de comunicación y la derecha reaccionaria arraigada en instituciones estatales no dejan de explotar una de las consignas universales del statu quo: “Todos son iguales”.

El segundo elemento es la disputa por la renovación de la Fiscalía General de la Nación, que es el principal ente investigador y acusador de la rama judicial. En la constitución colombiana se establece que su dirección es elegida por la Corte Suprema de Justicia a partir de una terna enviada por el presidente de la República. De este modo, aunque la última palabra la tienen los magistrados de la Corte Suprema, la dirección de la Fiscalía es un reflejo indirecto del voto popular.

La disputa consiste, pues, en que hay gente que aún no acata el resultado de las elecciones, y no están dispuestos a que llegue una nueva dirección a la Fiscalía a partir de la terna de mujeres —todas con experiencia en defensa de DDHH— presentada por el presidente Petro. Y entre tanto, el saliente fiscal Francisco Barbosa, quien no ha dejado de proteger a Uribe y encubre además a funcionarios denunciados por nexos con el narcotráfico, aprovecha sus últimos días de poder para amenazar a funcionarios, insultar al presidente y difundir la idea de que su gobierno está a punto de colapsar.

Estos son los dos elementos que han prendido las alarmas de un golpe de Estado en Colombia. Y nos hace preguntarnos de nuevo ¿dónde está el poder? Las derechas nunca se repliegan ni son estructuralmente derrotadas. Parten de la convicción de que todo les pertenece desde siempre y para siempre. Y aun cuando parecen en una posición de debilidad (al perder excepcionalmente algunas elecciones, por ejemplo) se atrincheran y empiezan la ofensiva desde todos lados. Las izquierdas, en cambio, partimos de una derrota estructural: nuestras trincheras son casi anecdóticas. El eventual triunfo electoral es tan emocionante precisamente porque es frágil. Y el único escenario que por definición nos pertenece es la movilización social.

El ciclo creciente de movilizaciones

Esto es incluso más cierto en Colombia, pues fue el ciclo creciente de movilizaciones de la última década lo que condujo al primer gobierno popular y de izquierdas de su historia. Un recuento muy breve: manifestaciones estudiantiles de 2011, marchas de apoyo a la paz de 2012, gran manifestación por la paz del 9 de abril de 2013, paro agrario del mismo 2013 e inmensas movilizaciones para restituir en su puesto al alcalde de Bogotá a finales de 2013 y principios de 2014. Entre muchas otras, hay que recordar la minga indígena de 2015, el paro camionero de 2016, el ejemplar paro cívico de Buenaventura de 2017, hasta llegar a esa revitalización de las plazas y la palabra pública en la campaña por la Colombia Humana de 2018.

En lo que queda del ciclo los ritmos se aceleraron en un clima incluso más hostil. Pensemos en el paro nacional de 2019, las manifestaciones contra la brutalidad policial de 2020, hasta llegar a ese terremoto en el imaginario colectivo que fue ya una transformación de las relaciones de poder: el estallido social de 2021.

El triunfo electoral de Gustavo Petro y Francia Márquez en el 2022 fue, más que la continuación del impulso, la constatación formal de un cambio que ya había sucedido en Colombia gracias a este ciclo creciente de movilizaciones. Esto explica el espanto del establecimiento político, económico y mediático ante su sola mención; son perfectamente conscientes de que por su culpa sucedió lo que les parecía impensable: perder las elecciones. Y esto explica también la insistencia de Petro en la organización y la movilización ante el incremento de amenazas de un golpe de Estado. Petro recuerda esta historia, sabe que su gobierno no existe gracias a la solidez de los partidos o a la complicidad con el gran capital, sino gracias al impulso extraordinario de la movilización popular. Y lo dice, además, porque en contravía de la historia de Colombia es un convencido del proyecto democrático: ¿por qué habríamos de tenerle miedo al pueblo en las calles?

Tentativas del viejo régimen

Arriesgo una conjetura: el poder real en Colombia —ese puñado de banqueros, grandes contratistas del Estado y dueños de medios de comunicación— sueña con un golpe de Estado, tiene la fantasía de un retorno impune al viejo régimen, pero no es tonto y sabe perfectamente que en la actual correlación de fuerzas no es la mejor apuesta. Dicho de otro modo: anhela un golpe, pero sabe que hoy no sería un buen negocio. Un nuevo estallido social significaría un costo muy alto.

A pesar de la piromanía de algunos de sus portavoces subordinados (los expresidentes Gaviria y Pastrana, la senadora Cabal, Vicky Dávila), lo que le interesa a ese viejo régimen, más que la ruptura precipitada del gobierno Petro, es inmovilizarlo, arrinconarlo, detener el trámite legislativo de las distintas reformas. Desde luego no es posible superar tres décadas de voracidad neoliberal sin hostilizar a quienes se acostumbraron a parasitar el Estado. Hay mucho dinero en juego en la reforma a la salud, en la pensional y laboral —por mencionar sólo tres— como para que seamos ingenuos: tienen todas las opciones sobre la mesa. Pero el mejor escenario para ellos sería que el gobierno Petro se repliegue en el ataque mediático, se desgaste a la defensiva en los ataques judiciales, y termine su mandato en un aire de frustración e impotencia.

Entonces hay que distinguir entre el poder real y los matones vociferantes en sus márgenes: los individuos de extrema derecha que esperan la luz verde para desatar un enfrentamiento directo. Esto se suma al nuevo ingrediente del trumpismo, que ha impulsado en las derechas latinoamericanas una estética en la que la agresividad estridente y cierta torpeza se vuelven valores electorales. Varios individuos incendiarios de la extrema derecha colombiana sueñan con explotar ese nicho: pienso en Diego Molano (exministro de Defensa), en Eduardo Zapateiro (excomandante del Ejército) y en el protagonista de estos días, el fiscal Francisco Barbosa, quien cree que amenazando al presidente Petro garantiza el éxito de su campaña presidencial.

Ningún escenario es descartable. Por responsabilidad, por conciencia histórica, después de tantos horrores e injusticias, nuestro deber es tomarnos en serio todas las amenazas a la soberanía popular. Y por eso está bien decirles a las golpistas: “Piensen muy bien cada paso, midan sus acciones, y no se permitan olvidar ni por un instante que acá hay una larga historia de resistencia”. El primer gobierno popular y de izquierdas de la historia de Colombia se forjó en las movilizaciones; allí radica su poder, la garantía de su continuidad y la clave de sus conquistas.


Iván Olano Duque es escritor colombiano. Premio de ensayo “Miguel de Unamuno” por su libro El sueño de la especie. Siete ensayos al borde del abismo (Devenir, 2019). 

Twitter: @IvanOlanoDuque

Bogotá –

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