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Quito, Ecuador — Unsplash

Ecuador 2023, ¿qué va a pasar este domingo?

Son estas además unas elecciones presidenciales atípicas, ya que vienen provocadas por una moción de censura —un impeachment— al actual Presidente, el banquero Guillermo Lasso, electo hace tan sólo dos años


Los ecuatorianos y ecuatorianas se enfrentan el próximo domingo de nuevo a las urnas para elegir a su Presidente/a. Lo hacen en medio de un fuerte clima de inseguridad social y política en el que destaca el asesinato del  candidato presidencial Fernando Villavicencio. Semanas antes, el narco asesinó a los alcaldes de Puerto López y Manta, dos importantes  puertos de un país que se ha convertido en plataforma exportadora para los cárteles.

Son estas además unas elecciones presidenciales atípicas, ya que vienen provocadas por una moción de censura —un impeachment— al actual Presidente, el banquero Guillermo Lasso, electo hace tan sólo dos años. Lasso, acosado desde la Asamblea Nacional por acusaciones de corrupción y conexiones de su gobierno con el narco, acabó por detonar lo que en la constitución ecuatoriana se conoce como “muerte cruzada”, una convocatoria general a elecciones legislativas y al ejecutivo. La nueva presidenta o presidente gobernará apenas un año en sustitución de Lasso, hasta finalizar el periodo previsto para su mandato.

Entre tanto la situación económica del país no ha dejado de deteriorarse. La mejor prueba la encontramos en la migración. Tras una década —durante el gobierno de Rafael Correa— en la que el protagonista fue el retorno de inmigrantes, hoy día los ecuatorianos y ecuatorianas vuelven a optar por una migración cada vez más a la desesperada. Hace solo unos meses la oficina de Migraciones de Panamá revelaba que los ecuatorianos eran ya la segunda nacionalidad que más atraviesa por la peligrosa selva del Darién de forma irregular. Al menos 29.356 cruzaron esa selva durante el 2022.

Este es el contexto, la coyuntura de una compleja elección que enfrenta al rico empresario bananero, Daniel Noboa, con la representante del correísmo, Luísa González.

No obstante, hoy día los procesos electorales no se explican únicamente por el contexto coyuntural. Los electores —afortunadamente— no responden exclusivamente a las narrativas difundidas por redes sociales y medios de comunicación sobre los acontecimientos emergentes. Si así fuera, el poder mediático omnímodo de la derecha ecuatoriana y su apabullante presupuesto para pauta en redes sociales (diez veces superior al del correísmo) definirían por si misma la elección.

Y sien embargo las encuestas apuntan a un incierto y estrecho empate técnico entre Noboa y González que tendrán que resolver los votantes ecuatorianos. ¿Por qué?, ¿cómo es que la mercadotecnia de los gurús del discurso y el marketing político apoyados desde los medios no logran garantizar la victoria al hijo del empresario bananero?

La respuesta está en los surcos profundos que atraviesan la sociedad ecuatoriana. Estos surcos son una suerte de marcas indelebles en el tejido social generadas durante momentos de intensa politización de la sociedad. Algunos tienen larga data, siglos, como el surco indígena, un surco que le recuerda a buena parte de la población de origen indígena del Ecuador, que los blancos ni a izquierda ni a derecha, son de fiar, un surco que hunde su origen en la sociedad estamental de la sierra ecuatoriana, una sociedad en la que los blancos ocupaban formal y legalmente un escalón superior a los indios. Este surco ha marcado la desconfianza entre el movimiento indígena —liderado hoy día por el dirigente de izquierdas Leonidas Iza— y el correísmo y explica buena parte del importante voto nulo que se expresa en la sierra.

Por otro lado Ecuador está atravesado por un surco profundo territorial que separa a la Costa de la Sierra. Es un surco conectado con el surco étnico —no hay indígenas en la costa— pero que además está alimentado por la historia política y social de dos comunidades largo tiempo incomunicadas por la distancia, a finales del s.XIX se tardaba 15 días en recorrer un peligroso camino entre Quito y Guayaquil, la capital serrana y la capital costeña. Ambas comunidades evolucionaron en paralelo. La Costa, conectada gracias a su puerto, evolucionó en torno al comercio exterior, mestiza y federalista, recurrentemente insurgente frente al poder, un poder que se le hacía ajeno y llegaba desde Quito. La Sierra, por contra, evolución arrastrando su origen colonial estamental.

Este surco se expresa hoy en Ecuador en forma de un fuerte clivaje electoral Costa/Sierra. El correísmo —con un líder costeño— triunfa sin ambages en la Costa mientras que tiene mayores dificultades en la Sierra. La Costa tiene sus propias organizaciones políticas como el Partido Social Cristiano, que durante décadas gobernó Guayas y Guayaquil. Mientras, en la Sierra, se asienta Pachakutik, el brazo político del mundo indígena que apenas logra penetrar electoralmente en la Costa.

Finalmente, pero no menos importante, el surco del correísmo. Efectivamente, quizá la pregunta más relevante que pudiera hacerse hoy un observador externo sobre la política ecuatoriana podría ser, ¿cómo es posible que el correísmo, un movimiento político fuertemente estigmatizado por la abrumadora mayoría de los medios de comunicación, un movimiento al que se le ha llegado a acusar —sin prueba alguna— del asesinato de un candidato presidencial, una organización con buena parte de sus líderes históricos perseguidos judicialmente, encarcelados o en el exilio —incluyendo al propio Rafael Correa—, mantenga este nivel de resiliencia más de un lustro después de dejar el poder?

La respuesta estriba en el hecho de que el gobierno de Rafael Correa creó su propio surco en la sociedad ecuatoriana. Su gobierno politizó profundamente a su generación coetánea y hoy día el correísmo y el anticorreísmo siguen explicando más de un 40% del sentido del voto en Ecuador.

Los surcos profundos han ordenado ya buena parte del voto y las encuestas marcan una tendencia clara ascendente de Luísa González —la candidata correísta— frente a la tendencia descendente de Daniel Noboa, el empresario bananero

Este hecho solo se explica por los logros alcanzados durante los 10 años de gobierno de Rafael Correa. Más de un millón de ecuatorianos superaron la pobreza, la pobreza extrema cayó en ocho puntos porcentuales y en 2014 la OMS destacaba la reducción de la desnutrición, que bajó del 1,1% en el 2007, al 0,4% en esa fecha. Entre 2007 y 2013 Ecuador vivió una espectacular reducción de la desigualdad en 6 puntos (del 0,55 al 0,49 en el indicador de Gini).

Estos logros se asentaron en tres áreas de intervención directa del Estado en el bienestar de la sociedad ecuatoriana: 1) la laboral, donde aumentó el salario básico de 160 a 375 dólares y la tasa desempleo quedó en 5.2%; 2) la educativa, en la que el total de matriculados en el sistema público aumentó en casi un millón de ecuatorianos y finalmente 3) la salud: se construyeron 21 hospitales nuevos y 20 mil nuevos profesionales médicos se sumaron al sistema público.

Entre los logros intangibles está el fin a una década de inestabilidad política en la que en 10 años Ecuador tuvo 7 presidentes. Además, Correa dejó un país en el que imperaba la seguridad ciudadana, con una tasa de homicidios de 5,83 por cada 100.000 habitantes, solo ligeramente por encima de las de Argentina y Chile y muy por debajo de las de Uruguay, Paraguay, México o Colombia.

Estas cifras contrastan con las que ofrecen fuentes oficiales hoy. El año 2022 concluyó con el peor registro de violencia criminal de la historia del Ecuador —con una tasa de 25 homicidios intencionados por cada 100.000 habitantes, al nivel de Brasil, Colombia o Venezuela. Por otro lado, a junio 2023, la pobreza a nivel nacional había escalado 4 puntos respecto a 2015, ubicándose en 27% (Datos del INEC).

A la luz de estas cifras la pregunta podría ser otra, ¿cómo es posible que un banquero venciera en 2021 al candidato correísta? Solo hay una respuesta realista a esa incógnita: Rafael Correa desafió a los medios de comunicación.

Efectivamente, en 2009, Correa firmó el Decreto No. 1793 prohibiendo que el Estado celebre contratos con empresas creadas fuera del país pero de propiedad de ecuatorianos lo que golpeó duramente a buena parte de los medios de comunicación ecuatorianos que tenían sus acciones en paraísos fiscales. Años más tarde publicó la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos, que reconoce la libertad de los ciudadanos y ciudadanas de organizarse para promover sus derechos humanos comunicacionales frente a los prestadores de servicio de radio y televisión y ante las autoridades públicas. Es decir, una ley pionera que recoge el derecho humano a la verdad y que ponía coto a lo que hoy conocemos como fakenews además de otras tergiversaciones mediáticas.

Los principales grupos mediáticos del país (buena parte de ellos en manos del sector financiero como el Grupo Pichincha-Egas o el Grupo Eljuri) junto a sus vocerías asociativas (como la Sociedad Interamericana de Prensa o la Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos) iniciaron una guerra sin cuartel contra el correísmo que dura hasta hoy.

Así, si bien los surcos profundos explican un porcentaje importante del voto en Ecuador, otro porcentaje nada desdeñable queda al albur de las narrativas sobre cada coyuntura. Esas narrativas son construidas y difundidas sin contrapeso alguno desde los medios de comunicación privados ecuatorianos.

Como muestra un botón. El 9 de agosto de 2023, apenas a 10 días de la celebración de la primera vuelta electoral, los medios de comunicación comenzaban a esparcir la insidia —sin ninguna prueba— de que el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato Presidencial, estaba relacionada con el correísmo. En los días posteriores la intención de voto a Luísa González caía 10 puntos, alejando la posibilidad de una victoria en primera vuelta (en Ecuador un candidato es proclamado vencedor si obtiene el 40% de los votos y más de 10 puntos de diferencia con el siguiente). Las narrativas mediáticas lograron su objetivo.

¿Qué sucederá en esta segunda vuelta? Apenas quedan unos días para la celebración de la jornada electoral. Los surcos profundos han ordenado ya buena parte del voto y las encuestas marcan una tendencia clara ascendente de Luísa González —la candidata correísta— frente a la tendencia descendente de Daniel Noboa, el empresario bananero. La derrota sin paliativos del candidato del Grupo Noboa en el debate electoral marcaron inevitablemente las narrativas de la última semana a pesar de los infructuosos intentos de las vocerías mediáticas por matizar o explicar el nefasto desempeño de su candidato en el debate.

Pero aún no está todo dicho. En un país en el que la connivencia entre jueces y medios frente al correísmo es palmaria ya se ha activado el concierto para rescatar el caso Villavicencio con fuertes —y falaces— acusaciones al correísmo sobre la participación en el asesinato.

Esta vez sin embargo la pregunta que nos hacemos todos es, ¿se les habrá ido la mano?. Acusar a Rafael Correa y a los suyos, que llevan 6 años fuera del poder, apenas unos días después del asesinato de los principales testigos del crimen en cárceles bajo control del Gobierno Lasso es cuando menos rocambolesco. Lo es incluso para el hegemónico poder mediático ecuatoriano. Tal vez, solo tal vez, del mismo modo que en 2004 en España el gobierno de Aznar fue castigado por intentar mentir al pueblo español sobre la autoría del brutal atentado del 11M, quizá esta vez el tiro les salga por la culata a los medios ecuatorianos.

Lo veremos el próximo domingo.


Madrid –

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