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Manifestantes del Movimiento Semilla — RTVE / YouTube

Guatemala: golpe de Estado a cámara lenta

La toma del poder de Arévalo está prevista para el 14 de enero, y a estas alturas, para noviembre, la Fiscalía y el Ministerio Público ya se las ingeniaron para secuestrar los resultados electorales


Hay un golpe de Estado a cámara lenta en Guatemala, dijo el otro día su presidente electo, Bernardo Arévalo León.

Desde hace más de dos meses, el poder juidicial del país centroamericano está maniobrando para revertir los resultados de las elecciones presidenciales del pasado agosto en las que, inesperadamente para las élites oligarquicas, Arévalo salió ganador con un 61% de los votos, después de ‘colarse’ a la segunda vuelta.

Arévalo fue tan poca cosa para el poder guatemalteco, apodado popularmente como el ‘Pacto de Corruptos’, que ni se molestaron en inhabilitarlo, como sí lo hicieron con otros candidatos ‘antisistema’ con alguna posibilidad de disputar presidencia. Y cuando se dieron cuenta de que su permanencia en el poder no estaba asegurada, recurrieron a la vieja confiable: cantar fraude electoral, pedir recuento de los votos, involucrar a la Fiscalía, al Tribunal Supremo Electoral y a todo operador de “justicia” corrupto dispuesto a garantizar la continuidad del status quo.

La toma del poder de Arévalo está prevista para el 14 de enero, y a estas alturas, para noviembre, la Fiscalía y el Ministerio Público ya se las ingeniaron para secuestrar los resultados electorales, hacer un recuento, suspender al partido Movimiento Semilla y pillarle toda una serie de irregularidades remontándose al paleolítico para encontrarlas… Hasta enero les sobra tiempo para seguir armando un supuesto caso. 

Detrás de esas maniobras están cuatro personas: las fiscales Consuelo Porras, Cinthia Monterroso, el fiscal Rafael Curruchiche, y el juez Freddy Orellana, muy vinculados al poder saliente, al presidente Alejandro Giammatei y a las élites guatemaltecas. Esos señores, los mismos que ahora deciden si el voto en las elecciones que dieron a Arévalo como ganador no ha sido amañado, están incluidos en la Lista Engel de EEUU de funcionarios corruptos y antidemocráticos de Centroamérica.

Arévalo los acusa directamente de perpetrar un golpe judicial, y el presidente Alejandro Giammatei, a su vez, acusa a Arévalo de convocar manifestaciones. Porque claro, el descontento popular en uno de los países más desiguales del mundo no puede tener otro motivo que una conspiración. Una conspiración que, vista con ojos de observador no interesado, se asemeja mucho a un paro nacional de libro encabezado por ciudadanos que hace tiempo que superaron los límites aceptables de hartazgo.

Desde principios de octubre, los pueblos indígenas, históricamente excluidos de la realidad política del país, lideran protestas pacíficas que ya están siendo catalogadas como las más continuadas en la historia de Latinoamérica. Si no hubiera sido por ellos, al poder judicial le habría costado muchísimo menos hacer de las suyas. Sus reclamos son claros: la renuncia de los cuatro operadores judiciales, la toma de posesión de Bernardo Arévalo y la depuración de todas las instituciones cooptadas por la élite oligarca ligada al crimen organizado. Porque no estamos hablando de manzanas podridas dentro de un transparente y pulcro sistema judicial y político guatemalteco, sino más bien de algo absolutamente arraigado y casi que tradicional que inesperadamente fue desafiado en estas elecciones presidenciales por pueblos indígenas y jóvenes.

Si Arévalo logra asumir, la élite no se va a quedar de brazos cruzados: ya están aprobando presupuestos públicos para el 2024 , asegurándose de que no tenga ni un duro para la inversión pública. A ver si así lo sacan, provocando el descontento popular.

La comunidad internacional, EEUU y la OEA incluidas, han dado escuetas muestras de apoyo a Arévalo. Pero la clave para la salida de esta crisis, paradójicamente, parece estar en la calle. La resistencia de los pueblos originarios que los golpistas están encontrando no tiene precedentes. Y es muy probable que sean los pueblos indígenas y sus líderes ancestrales los que los saquen a patadas, al menos por un tiempo.

Aunque la historia nos ha demostrado que el aguante de estos pueblos ante la opresión o la marginación es admirable, es posible que en Guatemala ya hayan llegado a ese punto en el que no dan para más. Quizás, después de siglos soportando que se rían de ellos, han decidido que ya alcanzaron su límite de resistencia.


Puedes ver el episodio completo de La Base aquí:

Madrid –

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