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¿Quienes son los ‘hutíes’ de Yemen que sirven para justificar el bombardeo de ese país?

Pese a todas las ilusiones que generó, la primavera árabe trajo un cambio, pero no necesariamente para mejor


Hemos asistido a un nuevo ataque con misiles Tomahawk de EEUU y Reino Unido contra un país que en los últimos años encadenó guerras con crisis humanitarias. Pese a ser un “nuevo ataque”, tiene muchas cosas “viejas” que nos recuerdan poderosamente a ataques anteriores: una vez más se produjo sin un mandato de la ONU. Por no haber permiso, no lo hubo ni por parte del Congreso de EEUU. De nuevo, pasando absolutamente del destino de los civiles en la zona que se bombardea y otra vez con la misma explicación, tampoco vamos a cambiar el argumentario: lo hacemos para restaurar la estabilidad. Se hace la guerra para que haya paz, clásico imperecedero de cualquier manual de propaganda de guerra. El día de la marmota permanente. En realidad, hacen la guerra para restablecer el tránsito de embarcaciones hacia o desde el Estado de Israel por una de las rutas comerciales más importantes del mundo: el canal de Suez. Que no pierdan más dinero. Algo para lo que el Canal de Suez es fundamental.

Los hutíes de Yemen han atraído últimamente la atención de los medios al considerarse un brazo más del denominado ‘Eje de la Resistencia’, que incluye a Hamás, Hezbolá y milicias chiíes de Irak, entre otras formaciones, y cuyo principal enemigo es el Estado de Israel. Mientras Hezbolá se limitó a algunas declaraciones y advertencias hacia Tel Aviv, evitando entrar en guerra de momento, los Hutíes de Yemen han sido bastante más expeditivos en su venganza por los crímenes israelíes en Gaza, desatando una crisis logística global.

Pero ¿de dónde sale este grupo? ¿Es muy poderoso? ¿Cómo han sido capaces de poner patas arriba el tráfico en el Mar Rojo? Para dar contexto a todo esto hay que hablar de un país que lleva en crisis prácticamente desde hace tres décadas y que a los grandes medios les ha traído sin cuidado hasta este momento. Igual que los hutíes, que ahora sirven de excusa para justificar los bombardeos contra ese país. El comienzo de todo lo que observamos estos años se remonta a los enfrentamientos entre los sunníes y los chiíes en la ciudad de Saada, al norte de Yemen: en 2004 los chiíes, que eran minoría, declararon su intención de independizarse de la mayoría suní y de este modo comenzó una rebelión armada que fue liderada por el imán chií Husein Badr al Din al Hutí, de ahí el nombre con el que se conoce a la milicia, pese a no ser su verdadero nombre: la formación se denomina Ansarrollah, “los partidarios de Allah”. El imán Al Hutí fue asesinado ese mismo año, pero los enfrentamientos continuaron hasta 2010, cuando finalmente se logró un alto el fuego que duró poco.

Entre los años 2010 y 2011 llega la Primavera árabe al Oriente Próximo y a África del Norte y Yemen no es una excepción en esa ola que afectó a tantos países. La “primavera yemení” puso fin a más de tres décadas de reinado del presidente Al Abdullah Saleh que anunció su renuncia en 2011 desde la capital saudí, Riad. Era aliado del reino suní para el que Yemen históricamente fue una suerte de patio trasero. Poco después de esa renuncia fue elegido un nuevo presidente, Abd Rabu Mansur Hadi, pero con los mismos viejos vicios, por así llamarlos, que el anterior: afín a Riad.

Pese a todas las ilusiones que generó, la primavera árabe trajo un cambio, pero no necesariamente para mejor, como sucedió en muchos otros casos. La corrupción, la pobreza, la creciente influencia de Al Qaeda… todo eso siguió. Y Hadi tampoco entabló un diálogo con los hutíes. De manera que estos retoman su ofensiva en 2014, logran controlar las provincias norteñas, expulsando a Al Qaeda de allí, y llegan hasta la capital, Saná.

Y cuando los hutíes avanzan hasta la capital, el presidente Hadi, hace exactamente lo mismo que su antecesor, Saleh: se fuga a Arabia Saudí. A nivel regional, para Arabia Saudí todo aquello significa un avance de fuerzas chiitas, apoyadas por Irán. Una mayor influencia de Irán en la región que no se pueden permitir. La respuesta a todo eso es la guerra.

En 2015 Riad lidera una coalición que reúne a los Emiratos Árabes, Sudán y Marruecos para restablecer el poder del presidente Hadi y contrarrestar la influencia de Irán. Llamaron a esto Operación Tormenta Decisiva. La ‘comunidad internacional’ —como solemos referirnos básicamente a la UE y los EEUU— apoyó a su aliado, Arabia Saudí, aunque todo vino maquillado de palabras sobre la necesidad de restablecer en el poder al presidente “legítimamente elegido”.

Detrás de estas palabras, como también suele ser habitual, se escondían jugosísimos contratos de armamento. En 2017, los países de la UE concedieron licencias por valor de 17.000 millones de euros a Arabia Saudí y de 5000 millones a los Emiratos Árabes (países, como todo el mundo sabe, con un contrastado respeto a los derechos humanos y a los procesos democráticos… pese a lo cual, no se han cansado de seguir dando lecciones de democracia al resto del mundo). Reino Unido, Francia, Alemania, Bélgica, Bulgaria y España se han pasado años ganando millones en las ventas de aviones de combate, buques de guerra, armas ligeras y municiones a Riad y a Abu Dabi. ¿Sirvió esto para restablecer al presidente títere de Riad en el poder? No, como toda “ayuda” militar en toda guerra, sirvió para que Riad cometiera crímenes de guerra durante años, bombardeando funerales, bodas, autobuses, todo bajo el silencio cómplice de sus aliados internacionales. Los ya tristemente famosos daños colaterales.

La coalición que iba a restablecer el orden también impuso un bloqueo marítimo a Yemen, supuestamente para impedir el envío de armas a los hutíes que, recordemos, estaban apoyados por Irán. Pero claro, las armas siempre terminan llegando de alguna manera, para ellas el camino parece bastante más sencillo que para alimentos y medicamentos. Por eso, lo que dejó de llegar fue la comida. Y así, sumieron a un 70% de los 30 millones de civiles yemeníes en una intensa hambruna. En 2018 la ONU alertaba de “la peor crisis humanitaria del planeta”. Más de 11.000 niños muertos en todos esos años, según la UNICEF, miles de heridos, millones de desplazados… en fin, los resultados habituales de una guerra.

Y sin embargo, nada de esto les impidió a los aliados de Riad seguir vendiendo armas para que continuara con esta masacre. En 2018 los saudíes descuartizaron al periodista disidente Jamal Khashoggi en su propia embajada en Estambul, supuestamente después de torturarlo. Eso llevó a que en 2021 la recién llegada administración de Biden revisara sus contratos con Arabia Saudí… pero solo por un ratito nada más.

Tras años de guerra la coalición liderada por Arabia Saudí no obtuvo ningún éxito militar. Fueron incapaces de acabar con los hutíes y la operación se tradujo en un estruendoso fracaso. En la actualidad el control Yemen se lo disputan dos rivales. Por un lado, el “gobierno internacionalmente reconocido”, que tiene sede en la ciudad de Adén pero que “gobierna” desde Riad desde 2015. Y por el otro, el denominado Gobierno de Salvación Nacional, del que forman parte los hutíes, precisamente, que gobiernan desde Saná. El detalle nada menor es que en la zona controlada por los hutíes se concentra el 85% de la población yemení. Por ello llamar a los hutíes ‘milicías rebeldes’ parece, cuanto menos, atrevido, porque administran a la mayoría de la población y, según pudimos ver en las imágenes de los últimos días tras el ataque estadounidense, gozan de un considerable apoyo popular.

Se puede seguir negando la realidad en el caso de Yemen, al igual que en el de Gaza: se puede hablar de un gobierno “legítimo internacionalmente reconocido” que gobierna desde Riad contra ‘terroristas’ que amedrentan embarcaciones en el Mar Rojo, al igual que se puede hablar del derecho de Israel a defenderse frente a los terroristas que atacaron, al parecer inexplicablemente, a civiles el pasado 7 de octubre. Pero lo que cabría preguntarse aquí es por qué millones de personas oprimidas, ninguneadas durante años por esa comunidad internacional y masacradas impunemente por los aliados de la misma, eligen apoyar a agrupaciones como Ansarollah —los hutíes—, Hezbolá o Hamás.

Quizás, solo quizás, tenga algo que ver con ese maltrato sistemático, pero no nos arriesguemos tanto sacando conclusiones, mejor pensar que simplemente son los malos. A estas alturas, tampoco vamos a pedir además soluciones creativas que supongan, por ejemplo, detener la masacre en Gaza para restablecer la paz en el Mar Rojo o pedir que se deje de bombardear a los yemeníes como se viene haciendo, sin ningún tipo de mandato aprobado por nadie. Lo mejor es ir a las soluciones tradicionales que tan buenos resultados han dado y siguen dando en otros lugares, como Irak, Afganistán, Libia, etc. Esas soluciones de las que tan buena nota han sacado en otros lugares del mundo, como ha hecho Putin en Ucrania, también con excelentes resultados tanto para los rusos como para los ucranianos. Esas que consisten en seguir matando, bombardeando, invadiendo, imponiendo, militarizando y, en definitiva, haciendo la guerra. Probemos otra vez más a ver si en esta ocasión el resultado, mágicamente, es diferente.


Puedes ver el episodio completo de La Base por Canal Red aquí:

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