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Cuerpo femenino y teatro como resistencia

La prosa incendiaria de Gabriela Cabezón Cámara asoma con fuerza en el escenario de la madrileña sala El umbral de primavera, que ha levantado su Ciclo de Teatro Argentino un año más sin ayudas públicas


Es milagroso, sí, pero que el milagro no nos impida ver la dura realidad. El equipo gestor de la sala El umbral de primavera de Lavapiés levanta su ciclo anual de teatro argentino a pulso, un enorme esfuerzo que enriquece la vida cultural de la ciudad, que establece un puente fructífero con el país hermano del Cono Sur americano, pero que desgasta mucho también. Van nueve años (incluida la edición online del año pandémico) haciendo encaje de bolillos para conseguir que entre los artistas argentinos que viven en España y en Europa y los que pueden cruzar el charco tirando de logísticas de resistencia, juntando dineros para un pasaje, buscando alojamientos en casas de familiares y amigos, se haga realidad un mes de programación en Madrid que muestra obras quizá modestas en su materialidad, pero de gran trascendencia en sus ambiciones artísticas.

Nueve ediciones de un ciclo que, por ejemplo, nunca ha interesado a la plataforma pública Iberescena, el Fondo de Ayudas para las Artes Escénicas Iberoamericanas creado en 2006 por los gobiernos de 15 países de Latinoamérica junto a España y Portugal para, según su misión, “promover el intercambio, la creación y la profesionalización de las Artes Escénicas Iberoamericanas, estimulando su circulación, coproducción, investigación y difusión; reconociendo la diversidad cultural de los países del Espacio Cultural Iberoamericano y alineando sus acciones a la Agenda 2030”.

La sala El umbral de primavera sobrevive surfeando las olas de la precariedad y los encontronazos burocráticos con la administración local, pero convertida en una gran comunidad de creadores y creadoras escénicas que han encontrado allí un hogar, al abrigo del cuidado y el cariño de sus impulsores desde 2014, la argentina Viviana López Doynel y el español Israel Giraldo. Allí se está desarrollando durante este mes de febrero la novena edición del Ciclo de Teatro Argentino, donde hemos podido disfrutar, por ejemplo, de una obra como Romance de la negra rubia, adaptación escénica de la novela corta publicada en 2014 por Gabriela Cabezón Cámara, una de las voces de la literatura argentina contemporánea más audaces e interesantes, que ha cedido gentilmente los derechos para su versión teatral.

La obra, un monólogo encarnado por la actriz Amelia Repetto con dirección y dramaturgia de Emilia Dulom, es un proyectil teatral que estalla en el escenario y disemina su metralla temática en múltiples direcciones. Se apoya en un dispositivo escénico sencillo pero muy resolutivo, donde destaca el trabajo audiovisual y la corporalidad asumida por la actriz en ese espacio. Con poco se cuenta mucho; se vive y se asiste al periplo de la protagonista, que pasa por extremos emocionales y físicos inimaginables para el común de los mortales. Porque el personaje, Gabi, empieza por quemarse a lo bonzo y termina cambiando su rostro por el de una europea rica. Hay mucha ironía en la historia y el propio personaje es concebido por su autora desde la complejidad de una personalidad insondable. “Es una especie de descerebrada —dijo de ella su creadora, Gabriela Cabezón—, está pasada de rosca, reloca, y va aprendiendo cómo construir poder político para beneficiar a su comuna y a sí misma con el tiempo”.

Gabi es poeta y ha llegado a una comuna de artistas que viven en un edificio okupado donde corren el whisky y la cocaína. Ante un desalojo de la policía, violento como todos los desalojos de casas okupadas, llevada por una especie de trance, Gabi decide prenderse fuego a sí misma, resistir ofreciendo su cuerpo en sacrificio, aunque muy probablemente ella no es consciente todavía de esa especie de ofrenda a los dioses. El momento es captado por las cámaras de televisión. Lo político, lo mediático y lo popular  empiezan a cruzarse en el relato. Un año de hospital después, Gabi sale de nuevo al mundo transformada, no solo en lo epidérmico. Ahora es un símbolo, una heroína… y una obra de arte. Ella misma ironiza con el poder que se le ha otorgado, que a veces le hace pensar en Darth Vader lo mismo que en Eva Perón. Ese poder ella lo sabrá utilizar a su favor y para conseguir beneficios para su comunidad, hasta el punto de que llega a gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Pero antes de eso, decíamos, también es una obra de arte en sí misma, elemento crucial en el devenir de la historia.

Su piel quemada la ha transfigurado completamente y, aprovechando la celebridad conseguida, inicia una gira internacional como artista de performance (el texto contiene una deliciosa referencia, también irónica, a Marina Abramovic) que le lleva hasta la Bienal de Venecia, donde una millonaria austríaca, Elena, la rubia Elena, se enamora de ella como obra y como mujer, compra la instalación con su cuerpo incluido y esa misma noche consuman, se funden, sexual y vitalmente. Pero Elena está enferma y pronto morirá de cáncer, dejándole a Gabi en herencia un dinerito y la piel de su cara para que se la implante. “Soy un caso de inversión: nací negra y me hice rubia, nací mujer y me armé de tremenda envergadura envidia de mucho macho y agua en la boca de tantos y de tanta boca loca. Me cogí a medio país, que también eso es poder”.

En poco más de 45 minutos de función se ha desplegado un conjunto de cuestiones que uno va rumiando en las horas y los días posteriores. Para empezar, la potencia del cuerpo femenino como elemento de resistencia sin renunciar a lo irreverente, no creando un estereotipo buenista sino ganando aristas para una aproximación que problematiza el asunto, más que romantizarlo. Y luego la propia concepción del amor romántico, que en su funesta manía de idealizar, objetualiza y ama más un concepto que un ser humano. También está la capacidad de actuación de la política real mientras se tejen relaciones de poder y la propia consciencia de estar asumiendo un poder y de qué forma nos encumbra lo mismo que nos destruye. Y al final, se trata también de reflexionar sobre cómo se construyen las identidades y las disidencias sexuales, culturales o de clase. En definitiva, una perlita que se disfruta como espectador y se aprovecha como ciudadano crítico.

Igual se han disfrutado y se disfrutan estos días otros títulos que forman parte de este noveno Ciclo de Teatro Argentino de El Umbral de Primavera. Es el caso de la obra de Matías Milanese, El hombre sin nombre, un texto semiautobiográfico sobre el periplo desde la niñez a la edad adulta de un hombre que crece en uno de esos barrios grises y olvidados por las políticas públicas, lejos de donde suelen vivir los protagonistas de las grandes historias. Es el caso también de 22 de agosto, la obra de Sabatino Cacho que él mismo interpreta junto a Lautaro Palma. Y es el caso de Escoria. Vida de Valerie Solanas, un unipersonal sobre la vida de la autora de SCUM, el manifiesto feminista radical escrito en 1967. Firma el texto Emanuela Lamieri y la interpretación Natalia López. Por fortuna, estos dos últimos espectáculos citados seguirán en cartel durante el mes de marzo y desde aquí los recomendamos también fervientemente.

En definitiva, disfrutamos gracias a este ciclo de un escaparate de la siempre agitada y vital realidad teatral argentina, preocupada en estos momentos por la irrupción del gobierno demente de Javier Milei. En su tristemente famosa ley ómnibus (que de momento ha sido en parte rechazada por la Cámara de Diputados argentina) pretende un ajuste brutal para las instituciones culturales que, entre otras cosas, contempla el cierre del Instituto Nacional del Teatro (INT) y el Fondo Nacional de las Artes. Los agentes culturales no han dejado de movilizarse frente a este despropósito, demoledor sobre todo para la escena independiente, ya que hay salas de teatro por todo el país que viven y se desarrollan gracias a estas ayudas del Estado que llegan a través del INT. Si Argentina es una de las potencias teatrales del mundo, es en gran parte gracias a su escena independiente, un hervidero del que han salido todos los grandes nombres que hoy reconocemos y admiramos. El teatro español se ha alimentado mucho de aquella escena y es justo que hoy no solo lo agradezcamos, sino que apoyemos su causa en esta hora difícil.


Madrid –

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