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David Torres patea el tablero de la no ficción

Páginas escritas con el dolor del veto, páginas narradas como si Sonja Graf intentara escalar una montaña. Eso es lo que hace David Torres con él y con las protagonistas, las convierte en alpinistas al borde de un abismo llamado Ajedrez


La mejor partida de Sonja Graf ha sido con un vaso de vodka, una tarde interminable en que recordó que su mirada seguiría para siempre frente a la cristalera de un garito sin salida. Su memoria también se quedaría ahí, detenida ante un frenético movimiento de manos masculinas que no paraban de atacar una y otra vez. Para eso sirven las partidas, para no regresar jamás, para poder llorar todo el pasado y toda la vida.

Hay que huir. Huir de las amenazas negras del padre. Hay que proteger a la niña que será una dama despiadada, una reina silenciada moviéndose libremente entre los escombros del llanto. Para eso sirven las partidas. Para escapar de noche, encontrar un bar, un juego para no volver a ser una misma, un instrumental que sirva para diseccionar la infancia. Cuando se revienta la niñez, es imposible recomponer las piezas, poder caminar entre las ruinas y los trozos de todas las mujeres.

El volumen de la mujer que no entendía el mundo es un libro de doscientas ocho páginas que amenaza con arrasarlo todo, es un réquiem donde dos mujeres se baten a duelo por una botella de Smirnoff. Ellas luchan incansablemente para ver quién mata a su padre, quién tumba al rey, quién enciende la central nuclear del parricidio.

Lo leo como solo se puede leer un libro, en voz alta y como si tuviera toda una eternidad, ni un minuto más ni uno menos que la eternidad. Leo en ese instante donde todo parece detenerse,  donde el crepúsculo y la noche se disputan un segundo el infinito.

1.- 

Estoy esperando el autobús, hay una larga fila detrás y otra en la marquesina del lado contrario. Es un enfrentamiento, pero nadie lo sospecha. El ejército de enfrente se mueve de uno en uno, les baña la luz, tienen la ventaja blanca del primer movimiento. Es una sinfonía donde dios toca de oído.

2.-

Me subo, observo los dos bandos que están a punto de armarse hasta los dientes. Los del lado de la ventanilla donde da el sol y los que asumen las sombras de una jornada de trabajo interminable. Negras y blancas.

Me detengo ante una desconocida que lee un libro en donde las niñas beben vodka y fuman sin parar mientras todos los silencios se hacen visibles. Lo sé porque también lee en voz alta, como solo leen las niñas para poder entender el mundo.

La desconocida lleva el pelo corto y un cigarro liado para cuando llegue a su destino, igual que la partida de la muerte y el caballero. El séptimo sello se parte, el apocalipsis de la memoria no se puede detener. Está vestida con una chaqueta y un pantalón, me mira. Me mira, detiene su lectura y me suelta: leeré hasta que el mar se venga abajo.

Soy apenas una pieza más a punto de salirme de mis casillas, como si la vida y la explotación fueran el único y definitivo adversario. En mis manos tengo el mismo libro, un libro que se rompe como el corazón de un caballo que salta al ritmo de una jornada de trabajo

3.-

Soy apenas una pieza más a punto de salirme de mis casillas, como si la vida y la explotación fueran el único y definitivo adversario. En mis manos tengo el mismo libro, un libro que se rompe como el corazón de un caballo que salta al ritmo de una jornada de trabajo. Alguien debe marcar el ritmo de este texto. Los peones esperan, ese ha sido siempre el destino de la clase trabajadora, esperar hasta que caiga la torre más alta.

4.-

El volumen de la mujer que no entendía el mundo es un libro de doscientas ocho páginas que aguarda como la muerte al final del camino. Campeones y aspirantes, profesionales y aficionados, mujeres y hombres, pero no muchos pueden decir, igual que el caballero de aquella película sueca, que han aprendido algo durante el tiempo que dura el juego.

Páginas escritas con el dolor del veto, páginas narradas como si Sonja Graf intentara escalar una montaña. Eso es lo que hace David Torres con él y con las protagonistas, las convierte en alpinistas al borde de un abismo llamado Ajedrez. Sonja Graf y su mejor partida con un vaso de vodka, retando al error de haber nacido, crucificando las normas y poniéndolas de rodillas.

David Torres se mete hasta el lavabo, explora los reflejos de una protagonista que para de examinar su rostro.

5.-

En el autobús se ha desatado una carnicería. Las piezas están amontonadas, el único peligro recae sobre mí y sobre la mujer que sigue leyendo en voz alta. Ella saca su mechero, me mira. Sigue en su lectura pero sé que es su manera de incendiar la realidad.

Abatida en un cuadrado blanco está Sonja Graf, repasando hasta el cansancio su fallo que le acompañará para siempre. La mujer que lee en voz alta es David Torres deconstruyendo sus propios sueños, asumiendo la derrota de escribir como solo saben escribir aquellos que no entienden el mundo. Alguien lee, alguien escribe, alguien juega.

La verdadera historia está en el silencio que se encuentra entre dos palabras. El viaje está a punto de acabar. Miro por la ventanilla; una ciudad y dos torres que se enrocan con el cielo de todos los finales.


Madrid –

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