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“Me cuesta pensar que un cargo político, después de ver una película como esta, no sienta la responsabilidad de cambiar la situación en la Cañada Real”

‘Aunque es de noche’, estrenada en la Sección Oficial del Festival de Cannes 2023, cuenta la historia de amistad entre dos niños que viven en la Cañada Real. Hablamos del cortometraje y su calado político con su director: Guillermo García López, ganador del Goya a Mejor Documental en 2016 por ‘Frágil equilibrio’


La situación en la Cañada Real sólo ha empeorado en los últimos tres años. La falta de suministro eléctrico obliga a quienes residen allí a vivir prácticamente a oscuras, a pasar frío y a prescindir de cosas tan básicas como consumir alimentos frescos, utilizar agua caliente o lavar la ropa.

Cuando visitó el Sector 6 por primera vez, Guillermo García López supo que iba a hacer una película en la Cañada. Pensó que quizá el cine podría hacer lo que, por desgracia, no se hace desde los medios: informar sobre lo que ocurre allí sin estigmatizar ni victimizar, invitándonos a los espectadores y espectadoras a hacer un ejercicio de empatía. Y así lo hizo.

‘Aunque es de noche’ es un cortometraje de ficción que cuenta la historia de amistad entre Toni y Nasser, dos chicos de 13 años que viven en el Sector 6 de la Cañada Real. La película nos acerca a la vida de estos adolescentes y nos hace partícipes de pequeños momentos en los que los protagonistas son felices juntos. Sin embargo, las cosas se tuercen cuando Toni descubre que pronto su amigo se marchará a vivir a Francia. Es una película sensible y crítica que nos muestra la perspectiva de la gente, y de los niños, de la Cañada real.

A continuación, comparto la conversación que tuve con su director, Guillermo García López, sobre el proceso de creación del cortometraje y su calado político. Hablamos de representación, de racismo y clasismo, de los sesgos de los medios de comunicación y del potencial del cine como herramienta política.

‘Aunque es de noche’ es un corto de ficción que nos muestra un trocito de las vidas de Toni y Nasser; dos amigos de 13 años que viven en la Cañada Real. ¿Cómo nace la historia de estos chicos y qué te llevó a querer visibilizar a través de tu cine la situación de la gente que reside a día de hoy en la Cañada Real?

Cuando estaba rodando mi documental ‘Frágil equilibrio’, allá por el 2015, pisé el Sector 6 de la Cañada Real por primera vez y me impactó profundamente lo desplazado que está respecto a la capital, pese a estar realmente muy cerca. Estamos hablando de que está a 20 minutos de la Puerta del Sol, ¿no? Me impactó muchísimo. Y en ese momento supe que iba a hacer una película allí y pensé que a través del cine quizá podría hacer lo que no hace la sociedad con la Cañada, que es abrazarla, aproximarla. Y supe que quería hacer un el cine que se centrara en los sentimientos, en las emociones de esos personajes. Un cine que asomara al espectador a la vida cotidiana de personas que para los medios de comunicación son sólo un número, una idea. Pero, realmente, ¿quiénes son? ¿Qué rostro tienen? ¿Cuál es su forma de hablar, de expresarse, de quererse, de reír, de llorar, de sentir…?

Me parecía también que las imágenes que suelen verse de la Cañada son imágenes extremadamente miserabilistas, caricaturescas, que deshumanizan a la gente que hay allí. Y cuando no es este el caso, son imágenes paternalistas, hechas desde la pena, blanqueantes, buenistas… Entonces pensé que el cine puede ocupar un espacio en la creación de imágenes nuevas, distintas, y que si hay una mirada que todavía conserva la capacidad de maravilla y de asombro, que está completamente liberada de prejuicios, es la de niños como Toni y Nasser.

Decías que cuando fuiste por primera vez al Sector 6 supiste que ibas a hacer una película. ¿Cómo te surgió esa idea? ¿Cómo fue para ti ese momento?

Fue un momento muy intuitivo. Es decir, hacer una película significa dedicar muchos años a una misma cosa, por lo menos en mi caso y en el cine que hago. Al final tienes que dejarte atravesar por un lugar, por unas personas… Para mí, hacer esta película sólo era posible si compartía, por un lado, el cine, como he hecho a través de talleres de cine con adolescentes y niños y niñas y a través de este cortometraje y de un largometraje que estoy rodando ahí. Pero además de compartir el cine, la cuestión es compartir la vida. Compartir la vida significa pasar tiempo, convivir, crear relaciones de amistad, vivir… Entonces, llega un punto en el que simplemente estás ahí, que incluso rozas el límite del aburrimiento. Y es ahí cuando empiezan a pasar cosas, cuando empieza a ser la vida tal cual es, que es el objeto del cine que me interesa: retratar la vida tal cual es.

‘Aunque es de noche’ consigue ofrecer una representación de la gente de la Cañada Real, muchos de ellos gitanos, migrantes, personas racializadas… sin caer en la extractividad, en crear pánicos morales o en perpetuar estereotipos. ¿Cómo te aproximaste a esta tarea de la representación? ¿Y a qué dificultades te enfrentaste a la hora de representar a una comunidad de la que no formas parte y que tiene unas condiciones de vida muy diferentes a las tuyas?

Este es el gran tema, ¿no? Antes hablabas de los medios y es cierto que el cine también estigmatiza y lo hace bastante. Quiero decir, que no es una cuestión de unos sí y otros no. O de que un medio lo hace de una forma y otro de otra. Estoy muy de acuerdo con lo que dices.

Pues mira, primero de todo, creo que una de las claves es el tiempo. Porque el tiempo es político. ¿Qué cosa hay más preciada que el tiempo? La gente no tiene tiempo. La gente dedica su tiempo a generar dinero y entonces no tiene tiempo para dedicarse a cosas que no son productivas. En el momento en el que yo me doy cuenta de que voy a hacer un cortometraje, que además sabemos que un cortometraje no tiene ningún tipo de repercusión ni económica ni industrial, decido que voy a trabajar en una comunidad y que por lo tanto tengo una responsabilidad. Y creo que hay que ser consciente de esa responsabilidad desde el primer momento. Me refiero, no a una responsabilidad paternalista, sino a una responsabilidad a todos los niveles, y el primer nivel es ser autocrítico. Darte cuenta del lugar del que vienes. Saber que desde el momento en que estás haciendo una película ya eres un privilegiado porque has tenido estudios de cine, sea cual sea la clase social de tu familia, porque hay mucha gente en la Cañada que es muy talentosa y que podrían ser perfectamente cineastas, pero que no tienen posibilidad de ello por falta de acceso a estudios, por las condiciones económicas de sus familias… Entonces es importante darte cuenta de tu propio privilegio y asumirlo.

Y luego también tener cuidado con esta cosa de la culpabilidad blanca, que es muy peligrosa  cuando te aceptan en un lugar como a uno más. Porque así es la gente normalmente, y más en un entorno como la Cañada. La gente piensa que es muy difícil entrar en estos lugares y no lo es. La cuestión es cómo vas. Si tú vas con la verdad por delante es fácil. Ahora bien, cuando estás ahí dentro y tienes la ilusión de que estás dentro, no puedes olvidar que no eres uno más. Hay mucha gente que se confunde y que cae en esta ilusión, muchas veces por esa culpabilidad blanca de la que hablo. Así que hay que tener cuidado y no dejar nunca de ser consciente de quién eres y cuál es tu posición, porque, inevitablemente, siempre se crean unas dinámicas de poder entre el que filma y la realidad que es filmada. Y cuando trabajas con comunidades en riesgo de exclusión, esas dinámicas de poder aumentan notablemente por razones obvias. La gente quiere ser escuchada, la gente necesita ser visibilizada… Pero muchas veces la gente de fuera quiere contar lo que ocurre dentro no es consciente de estas dinámicas de poder. Y entonces la gente de esa comunidad se siente utilizada, y con razón, porque la persona que ha llegado a filmar ha venido, ha prometido cosas relacionadas con el futuro de esta gente y se ha marchado rápido, porque no tiene tiempo, porque tiene otras cosas que hacer en su vida para ganarse el pan… Cuando una persona entra a filmar con poco tiempo, lo que saca suele ser superficial y en muchas ocasiones termina por ser dañino para la gente que está siendo filmada.

El cortometrajese estrenó en la Sección Oficial del Festival de Cannes, donde compitió por la Palma de Oro, y ha pasado por otros festivales importantes como San Sebastián… ¿Qué impacto está teniendo el corto en términos de visibilizar el problema y cuáles son los siguientes pasos a seguir?

Básicamente, ahora lo que toca es visibilizar la película. Esto significa que se mueva, que todo el mundo hable de ella, y al hablar de ella, hablar de la Cañada, e idealmente, además, llevar la película a todos los contextos posibles, incluidos esos contextos en los que se toman las decisiones que determinan las condiciones de vida de la gente que hay en Cañada.

Quiero pensar que un ser humano con un cargo político y una responsabilidad pública, cuando vea una película como esta, empatizará. Además, creo que esta película no es nada panfletaria. No intenta manipular el pensamiento de nadie, sino todo lo contrario. Es una película cercana a la vida porque espera tener un espectador inteligente capaz de sacar sus propias conclusiones. Ahí es donde queremos trabajar, a través de esas emociones y esa empatía. Por eso me cuesta pensar que una persona, que un cargo político, al verla y al adentrarse en la vida de un chaval adolescente como Toni, no sienta empatía y no se dé cuenta de que no existe ninguna razón que justifique que estos 1.500 niños del Sector 6 no tengan suministro eléctrico y vean violados sus derechos humanos. Me cuesta pensar que un cargo político, después de ver una película como ésta, no sienta la responsabilidad de cambiar la situación. Porque mientras se toma cualquier tipo de decisión, que suele ser un proceso largo, transcurren tres o cuatro años de la vida de un niño o niña. Imagínate recordar que tu adolescencia la pasaste a oscuras… Es urgente que se devuelva el suministro eléctrico a la Cañada Real, y espero que esta película pueda ayudar a generar esa empatía.

Y, volviendo al tema de la representación, yo he intentado desligar a las personas que retrato del constructo o del prejuicio de lo que supuestamente son acorde con nuestra perspectiva de adultos e incluso de outsiders. Es decir, la gente que vive en la Cañada y las personas en general, antes que ser definidas por su etnia, por su clase social o por el lugar donde viven, son personas.

Algo que aprendí allí es que al final lo que está pasando en la Cañada no es normal, pero la gente de allí quiere ser normal, quieren ser vistos como personas normales y que se les deje de definir como “alguien de Cañada”. Los niños van al cole a barrios de la capital con otros niños de otros barrios y les da vergüenza decir que son de la Cañada. Les gustaría que les consideraran como cualquier a otro niño. Porque no hay “el niño de Vallecas, el niño de La Elipa y el niño de la Cañada”. No. Sólo hay “el niño de la Cañada”. A los demás no se les define, ¿no? Como pasa también en términos de género hoy en día, etc. La idea es intentar sacar a las personas de esa definición que se les da, que pasa muchas veces por ser extractiva. Entonces, sí, Toni es gitano y Nasser es magrebí y son amigos. Son muy amigos. No existe el racismo entre ellos. Y ya está. Yo te digo esto ahora porque me has sacado el tema… De hecho, me parece que es muy bonito pensar que esta es la primera vez en una entrevista sobre la película, después de meses y meses, en la que alguien menciona esto. Hasta ahora, esto nunca ha sido un tema de conversación y eso me ha gustado, aunque sé desde dónde lo preguntas tú. Pero me gusta la idea de que ese no sea el tema. Que esta no es una película de temas, sino una película de seres humanos.

Es cierto. Ojalá viviésemos en un mundo donde no hicieran falta las “etiquetas”; donde no existiera la raza o el género, que al fin y al cabo no son otra cosa que constructos sociales. Pero creo que las opresiones, en este caso el racismo concretamente, no se pueden combatir si no las llamamos por su nombre. De ahí mi pregunta anterior.

Sí. Es importante enfocar las cosas desde ese lugar. Es decir, si hay algo que realmente tiene que parar es el racismo. El racismo está ahí. No nos olvidemos. Y gran parte de lo que está pasando en Cañada es por racismo. Para la administración, hay gente que no tiene derechos y que no hace falta que los tenga. En eso estoy completamente de acuerdo contigo. Y, precisamente, uno de los trabajos que he estado haciendo desde el principio es tener mucho cuidado en cómo se representaban todas estas cosas y hacerlo de manera sutil y valorando qué elementos destacar y cuáles no en la película. Todo está muy pensado y muy debatido y compartido con amigas y amigos activistas de distintos tipos de luchas que me han ayudado un montón. Porque al final el diálogo y la conversación son clave para esto. Eso sí, intentando no olvidar que es una película, que es cine. Para mí era muy importante que esta película no fuera didáctica, porque al final el peligro del cine didáctico es que muchas veces subestima la capacidad del espectador de sacar conclusiones propias.

Llama la atención la manera en la que el cortometraje incorpora imágenes grabadas con móviles por los propios protagonistas. ¿Por qué decidiste incluirlas en la película?

Esta solución estética proviene de un discurso más teórico inicial que nace de esa dificultad de hacer imágenes de lugares así, porque siempre acaban siendo o miserabilistas o paternalistas. Entonces me preguntaba cómo la película podría tener imágenes que no fuesen ni una cosa ni la otra y en las que las personas que salen en la película se vieran representadas y sintieran que la película les pertenece, que es suya. Porque además es gente que está muy harta de representaciones que les dañan a todos los niveles: a nivel racial, a nivel de clase…

Y luego, por otro lado, a colación de este debate interno que yo tengo como cineasta de decir: ¿quién soy yo para arrojar mi mirada sobre un lugar y ponerla como única mirada dentro esta película? Entonces pensé que a lo mejor los chavales, los protagonistas, desde la ficción, podrían filmar sus propias imágenes. Y que esas imágenes estuvieran impregnadas de su gesto fílmico. Es decir, que fuera su mano la que movía la cámara directamente. Y me gustaba la idea de poner a dialogar esas imágenes grabadas con móviles por los chavales con las que yo rodé en celuloide, dos tipos de imágenes muy distintas, e integrarlas en una misma película.

Ahora estás trabajando en otro proyecto, esta vez un largometraje, centrado también en retratar la realidad de los habitantes del sector seis de la Cañada Real. ¿Qué nos puedes adelantar de este proyecto?

Es un poco la continuación natural de este proceso de relacionarme con la comunidad a través del cine. El tiempo del largometraje me va a permitir incluir muchas más cosas, porque la Cañada no es sólo el Sector 6. Es cierto que el Sector 6 ocupa un gran espacio de la Cañada y es una realidad muy cruda, pero también hay otras zonas, otros espacios, y quiero que estén incluidos. Incluiré también más perspectivas, como el mundo de los adultos… Es una ampliación de un universo tan rico, tan complejo, tan difícil de plasmar incluso en el espacio de un largometraje… Porque es muy complejo lo que sucede allí. E igual que el corto, el largo juega también con la idea de hacer un retrato, de registrar en el espacio fílmico un sentir, unas personas, un mundo que está ahora mismo bajo la amenaza del desalojo y de la desaparición. No sé. Es un reto, pero me apetece un montón.


Pueden ver el tráiler aquí:

Madrid –

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