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‘No me llame Ternera’: previsible entrevista de Évole disfrazada de largometraje documental

Estrenado en el Festival de San Sebastián, con absurda polémica incluida, el encuentro del presentador de La Sexta con Josu Ternera está disponible en Netflix


Codirigido por Jordi Évole y Màrius Sánchez, No me llame Ternera encontró buena publicidad al ser seleccionado por el Festival de Cine de San Sebastián, un error del certamen porque en este trabajo hay muy poco cine y es una mera entrevista televisiva, el formato habitual en el que se desenvuelve Évole, más cómico y presentador que cineasta instruido en el documental.

El empujón publicitario definitivo a No me llame Ternera llegó con una carta rubricada por 514 firmas y titulada Contra el blanqueamiento de ETA y Josu Ternera, una misiva colectiva que mostraba su oposición al estreno de la pieza documental en el festival. Entre los firmantes destacaban el tránsfuga de UPN Carlos García Adanero y la ex líder de UPyD Rosa Díez además de periodistas ligados a la derecha como Santiago González o Miguel Ángel Idígoras, que leyó el manifiesto en la concentración principal del PP en Euskadi contra el presidente Sánchez. También aparecían profesores ligados a la derecha como Fernando Savater o Carlos Martínez Gorriarán, escritores como Félix de Azúa o Fernando Aramburu y víctimas del terrorismo como Mari Mar Blanco.

Parte del texto de los abajo firmantes decía sobre la entrevista de Évole: “El documental forma parte del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país, convertida en un relato justificativo y banalizador que pone al mismo nivel a asesinos y cómplices, víctimas y resistentes. […] Pedimos al Zinemaldia que excluya por completo de su programación ese documental y cualquier otro análogo que puedan producir en el futuro”. Casi nada.

José Luis Rebordinos, director del certamen donostiarra, zanjó al respecto: “Yo sí he visto la película y es terrible que tengamos que estar todo el rato así. En numerosas ocasiones en público ya he dicho, y repito, que ETA es una banda fascista y asesina. Obviamente, si pensara que la película blanquea a ETA no la proyectaría”. Y remató: “En el Zinemaldia todo el mundo va a poder verla con normalidad. Luego gran parte del globo se desinflará, como pasa siempre. No me llame Ternera ha de ser vista primero y sometida a crítica después, y no al revés. En este sentido, estaríamos dispuestos a realizar una proyección privada previa a un grupo reducido en su representación”.

Con esa elegante contestación Rebordinos estaba denunciando a supuestos eruditos que dejaban de lado el rigor intelectual de ver la película para juzgarla y que, para colmo, reclamaban su censura. En la carta, estos intelectuales en ningún momento aclaraban si alguno de los firmantes la había visto porque era más que evidente que no la habían visto. Quizás tampoco habían visto películas de las que habló Rebordinos en su contestación a la carta de los indignados: Shoah, en la que Claude Lanzmann da voz a los nazis que participaron el en el genocidio de millones de judíos, S21: la máquina roja de matar, en la que Rithy Panh ofrece los testimonios de los que perpetraron el holocausto en Camboya, o The Act of Killing, en el que Joshua Oppenheimer y Christine Cynn exponen los pretextos de los que participaron en el genocidio del general Suharto en Indonesia.

Andrés Trapiello, otro de los abajo firmantes, hizo una exótica puntualización: el etarra podía hablar en donde quisiese, pero no en un festival como San Sebastián. “Creo que Josu Ternera no puede tener un escaparate en un lugar pagado por todos nosotros. La pedagogía se hace si puedes oír las voces de todos los lados. Mientras Ternera no haga un recorrido de perdón a las víctimas, no tiene derecho a hablar en un certamen que es público. Puede hablar en donde quiera, pero no ahí”. Contra este particular argumento, Évole declaró, en plan Barrio Sésamo, a Europa Press: “Entrevistar no es blanquear ni compartir las ideas del entrevistado”.

Vayamos con el protagonista. Urrutikoetxea, representante de ETA en la negociación con el Gobierno de Zapatero y que permanece en libertad vigilada pendiente de diferentes causas, entró en ETA a los 17 y estuvo en la banda hasta su disolución. Fue uno de los miembros de ETA que robó explosivos para el atentado de Carrero Blanco y entró en la dirección siete años después. Pocos años más tarde, se encargó de liderar el aparato internacional, hasta que fue detenido en 1989. Después de más de una década en prisión, fue elegido parlamentario vasco (por Euskal Herritarrok) hasta 2002, cuando huyó de España tras ser acusado de ordenar el pavoroso atentado contra la casa-cuartel de Zaragoza en 1987.

El otro protagonista de No me llame Ternera, y del que nadie habló en la disparatada polémica en torno a su proyección en San Sebastián, es Francisco Ruiz Sánchez, guardia municipal que salvó la vida de milagro tras recibir 12 balas de ETA en el atentado mortal contra Víctor Legorburu Ibarreche, alcalde de Galdácano. Sánchez solo aparece entrevistado por Évole al principio y al final de la pieza y es un interesante contraste humano a la frialdad fanática de Ternera.

El guarda municipal recuerda emocionado, roto, cómo lo único que pensaba en la cama del hospital (en la que estuvo postrado cinco largos meses) era en sus cinco hijas, en qué sería de ellas si moría. También recrea el desprecio de la gente de Galdácano por el “maketo” (nombre despectivo que se usaba para los que emigraron a Euskadi desde diferentes partes de España), señalado, marcado, humillado. Sufrir las miradas de la gente en la acera eran peores que el atentado, recuerda dolido Sánchez.

Ternera tiene casi la misma edad de Sánchez y la mirada más afligida, aunque esconde su tristeza con un ademán desafiante, huraño. “Soy una persona como otra cualquiera” llega a soltar sin despeinarse. Aunque en el fondo lo es. Urrutikoetxea es un cualquiera, un tipo insultantemente vulgar, ordinario y que hasta se expresa mal, su lenguaje y su forma de formular sus recuerdos, de argumentar, es pobre, con expresiones como “hacer confianza” (en vez de “confiar”) o “si yo estaría en su lugar” (en vez de “estuviera”). A este respecto, resulta especialmente despreciable el lenguaje con el que los terroristas (no es el único) esconden sentimientos directos y puros. En vez de decir “me duele” dice “me perturba” y en vez de decir “ese asesinato” dice “esa acción”.

Es obvio que en la entrevista Urrutikoetxea se guarda mucho y no dice todo lo que sabe o piensa, tiene cuentas pendientes con la justicia. Además, la impúdica y cruel actitud de Ternera poco tiene que ver, como ha recordado Luis Aizpeolea, periodista al que entrevisté en 2016 por el documental El fin de ETA, con la de Urrusolo Sistiaga, al que Aizpeolea llegó a conocer. En su encuentro le habló de arrepentimiento por el dolor causado y su despreció ante episodios como el de Yoyes o la matanza de Hipercor.

Al acabar de ver No me llame Ternera, una experiencia nada agradable, y mucho menos enriquecedora, el poso que te deja es muy amargo, ese total sinsentido de un tipo gris y ramplón que antes de ser mayor de edad decidió ser terrorista, estuvo 12 años en la cárcel y 50 en ETA… para nada. “Sería monstruoso que dijera que mi vida no ha tenido sentido”, termina diciendo el monstruo.

Lo peor: no cuela como documental de festival de cine, es otro programa de Évole.
Lo mejor: Évole logra no demonizar al terrorista y tampoco blanquearlo.


Madrid –

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