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Fotograma de ‘Al otro lado del río y entre los árboles’

Paula Ortiz se abre en canal y deja escapar toda su alma

‘Al otro lado del río y entre los árboles’. Paula Ortiz adapta al largometraje la novela homónima de Ernest Hemingway, protagonizado por Liev Schreiber, Matilda De Angelis, Josh Hutcherson, Laura Morante y Danny Huston


Nadie debería estar solo en su vejez. Pero es inevitable que así sea. Ernest Hemingway

Rechazo la guerra por entero y todo lo que entraña… Yo no la deploro… Ni me resigno… Ni lloriqueo por ella… La rechazo de plano, con todos los hombres que encierra, no quiero tener nada que ver con ellos, con ella. Aunque sean noventa y cinco millones y yo sólo uno, ellos son los que se equivocan (…) y yo quien tiene razón, porque yo soy el único que sabe lo que quiere: no quiero morir nunca.

Viaje al fin de la noche — Louis Ferdinand Céline

El coronel Richard Catwell tiene la mirada llena de pájaros que huyen hacia el fin de la tarde, cruzan de sur a norte la gran pantalla que se parece al cielo, pero solo es el tiro del final, el último trueno fundiendo de negro todo el atardecer. El color no es posible, para eso ya está la masacre, la terquedad de un río y una retirada que le recordará para siempre que de nada sirve el coraje en medio de tanto horror. Catwell parece cansado de arrastrar ese cuerpo por el mundo. La verdad es una agonía interminable. La verdad de esta vida es la muerte. Hay que escoger: morir o mentir. Yo nunca me he podido matar, por eso escribo, por eso decido caminar por una ciudad sin calles, por eso decido ahogarme con la soledad de un lugar vacío.

Cuando dos personas se aman así, no puede haber un buen final. Por eso todo comienzo es un latido roto, un electrocardiograma que marca el pulso de lo inevitable. Este camino ya nadie lo recorre salvo el crepúsculo. Basho tiene razón, Cortázar tiene razón, Paula tiene la palabra, Hemingway tan solo 48 horas, Catwell, tan solo el agua hasta el cuello y unas pocas pastillas.

Así nace la belleza de Paula Ortiz, de forma espontánea y de la mano de Hemingway. Nada menos. 

La artista es como una cazadora apuntando en la oscuridad. No sabe cuál es su objetivo, no sabe si acierta, pero está ahí, fusilando al sol con la fuerza de su mirada. Su cine es un arma cargada de futuro. No. Su cine es un lento paseo hacia un barco que se hunde, algo así decía Damián Tabarovsky en su libro Literatura de izquierdas —sepan ustedes disculpar por la libre adaptación y la cita apócrifa—.

Paula escribe y cuenta para nadie, como nadie y en nombre de nadie, sin otra red que el deseo loco de la novedad. Su manera de hacer cine no se dirige al público; sino al lenguaje. Ella apunta a la descomposición para poner el sentido en suspenso, apunta al lenguaje de imágenes para perforarlo todo, para buscar ese afuera que nunca llega, que siempre se posterga, se disgrega (el cine y las creadoras como formas de digresión) la metáfora del buceo (la invención de una lengua dentro de la lengua) ya no el buceo como búsqueda de la palabra justa, bella, precisa (el coral iluminado bajo el agua), sino como el momento en que la caza submarina se extravía y se convierte en chapa, ácido, vidrio molido, coral de vidrio molido (el cine  como exploración a un barco hundido). Si el cine de hoy no se las ve con el lenguaje y con la poesía, entonces es cierto: no le cabe otro lugar que la academia, el mercado, el pasatiempo… o el olvido. Todas formas de morir en el intento.

Pero ella está ahí, igual que Renata Contarini (Matilda de Angelis) de pie frente a la muerte, con diálogos y silencios que son los pilares de la existencia. Una hisotria dentro de otro alma que sostiene el insoportable encanto de rendirme a sus ojos. Un hilo poético que pende de un corazón condenado a detenerse. 

Y ahí está el viejo Hemingway, dándole la mano a Catwell como si fuese Virgilio intentando apuntalar el infierno. Y ahí está Renata, como una guía turística de la desolación. Pero el coronel lo sabe, con la edad uno no se vuelve sabio, se vuelve extremadamente cuidadoso. Se debe pactar con la soledad, pero nunca se debe negociar con la muerte.

Todo fluye como un canal, pero para eso hay atreverse a cruzar todos los puentes, para eso hay que atreverse a darle la mano a dos personas que saben que jamás podrán amarse. 

Los recuerdos han dejado de ser un viejo vestido de niebla, los recuerdos en el cine se sufren como solo es capaz de sufrir el coronel, como el holocausto de un colorido ensordecedor. En su memoria; una mujer, la guerra y un hijo que se encuentra junto a las partituras rotas de los árboles.

Así nace la belleza, de forma espontánea y a quemarropa. No tiene relación con su trabajo o con el mío. De ahí la masacre, a todo color. De ahí la poesía, en blanco y negro.

Renata: Dame la mano que quiero sentir el mar.

Y nos hundimos tiernamente en los ojos de Paula, nos hundimos lentamente como aquella ciudad desolada. Ya no se puede decir más. El coronel ve pasar árboles y pájaros e ignora a qué sombra pertenecen, tan solo se oye el tiro del final.


Madrid –

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