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Artefacto poético. Autor: Antonio Gómez

Poema para ser lanzado

«Qué fácil es protestar por la bomba que cayó a mil kilómetros del ropero y del refrigerador. Qué fácil es escribir algo que invite a la acción contra tiranos, contra asesinos contra la cruz o el poder divino siempre al alcance de la vidriera y el comedor» Silvio Rodríguez


1.- Con todo este derrumbe encima no queda otra más que caminar, solo que mis piernas y mis pasos son el privilegio de existir en el sitio equivocado. Así que escribo inútilmente sobre la tierra de los muertos que todos pisan sin mirar. Así que levanto esta piedra con mis manos para tener algo que decir. Y digo:

Los carros del hambre y de la historia son tirados por las voces del silencio que siempre estuvieron ahí. Solo que ya nadie los arrastra, solo que ahora los lamentos se pronuncian en un muro con una sintaxis que nadie comprende.

Voy a decirlo:

Las ollas populares con el guiso de todas las infamias hierven en las manos de los que quieren volver a la belleza. Solo que la belleza no es posible. En este poema faltan árboles, pájaros que cantan como solo son capaces de cantar los recién nacidos. Falta Fadwa Tuqan tejiendo su reino de ojos azules. Pero está Jaffa, rendida a sus pies en una prisión donde todos se detienen a llorar sobre las ruinas de quienes se han marchado para no regresar, abandonándolas en un faro que ha dejado de brillar para siempre. Es la ausencia de una poeta que toma una brasa de vosotros y enciende la luz de los puertos más lindos del mundo. Voy a escribirlo: Faltan árboles y sobran ejércitos apuntando a un pueblo infinito hecho de miradas desafiantes y tiempo mutilado por el miedo.

La poesía es ausencia y abandono. La poesía es tropezar siempre con la misma piedra. Por eso la tengo en mis manos. Por eso voy a callar al poema hasta que brille iluminando a cada pena. Voy a tomar la piedra porque lo mío es tropezar:

Esta mañana el amor será difícil, como difícil es leer los cuentos infantiles que he dejado junto al dolor de lo que se está yendo.

En la franja de Gaza un niño juega con los escombros y arroja una piedra al horizonte, la misma que tengo en estas manos. El horizonte no puede romperse, para eso ya existe el hombre y las fronteras transparentes de la demencia. Un soldado de Israel y una madre palestina cruzan sus miradas y comparten un mismo cielo, un paisaje hecho con la autopsia de todas las voces de la muerte. Aquí no puede entrar nadie, comparten el mismo techo celeste pero siguen faltando árboles, la ausencia irreversible de los pájaros es una utopía picoteando mi voz. Aquí solo puede parirse con los desechos de las ofensas. Aquí solo es posible odiar como dios manda.

¿Y entonces?

¿Quién puede tumbarse a descansar sobre la hierba fresca si se arroja un cuerpo a la calle?

¿Quién puede arrojar una piedra y esconder el pecado de una ciudad que se reunía con su gente a celebrar la vida?

Si alguien tira una piedra es porque ya no queda nada por decir, —si recurro a la poesía es porque no me queda otra— el niño quiere robar las frutas del mercado y que sus manos vuelen hacia las almas florecidas de las trabajadoras. La desesperación camina por las cunetas junto a los controles policiales. Todo el mundo debería pararse justo aquí, en esta línea amarilla de un otoño en mil pedazos, de un otoño de huesos que se levantan como una babel enferma.

¿Acaso alguno de mis versos, cual trueno desarmado te obligarán a detenerte, a caer con los que luchan por las estrellas? Déjame, aunque más no sea, invitarte a caminar con mi última amargura,aunque tus pasos se alejen como se evapora el agua de los ríos, déjame decírtelo:

Mientras hago mi cama y la comida de mis dos hijos, el niño de la franja de Gaza juega con los escombros de su habitación y arroja una piedra al aire.

Tarde o temprano todos terminaremos cayendo al mismo suelo. Tarde o temprano la suerte multiplicará la leche derramada de ayer y los traidores tendrán que ponerse de rodillas y saldar las deudas del destino.

Déjame que lo intente:

Mientras el inventario de la lluvia es solo un error de cálculo, mi hijo mayor toca el piano. Solfea mi paternidad para que no la olvide. El odio manda por decreto igual que mandan las células hereditarias, la filosofía de la miseria; las cartas a Annenkov. Mientras sigo sin entender la melodía de mi sangre, mi hijo menor dispara con un soldado de juguete haciendo ruidos que no conocerá. El arsenal de su inocencia cae rendido en una zanja sin fondo. Mientras ellos eligen qué mirar en la televisión, en las plataformas infantiles no aparece ese niño con un poema en la mano que levante el derrumbe de sus ojos. Esto no está bien, así no se puede vivir, hay que desconectar me dicen una y otra vez:

La pantera rosa, El príncipe feliz, Gulliver, La conquista del pan, La isla del tesoro y los paisajes rotos de la niñez  suenan desafinando con la partitura de la muerte ahora.

Hoy llueve y los pájaros están atrapados en las gargantas de las madres que gritan: Hay que bañarse, que gritan; hay que lavarse las manos, que gritan porque ya no queda nada por decir, que gritan porque no lo pueden explicar.

Hoy llueve mucho y las grietas de los pueblos se abren como una fosa de la memoria, lavan las vergüenzas para tenderlas en horario central y contra todo pronóstico. Matar no es tan fácil, lo difícil es entender que la masacre es una noticia dictada por la gramática del poder. Solo que el poder no existe. Solo que la gramática no existe.

Jamás se repite, pero la historia es un campo sembrado por la derrota que algún día florecerá junto a las banquinas de todo fracaso, de ahí los márgenes, de aquí los marginados.

Os lo advierto, el amor será difícil aunque siempre estemos volviendo con el ropaje de la vergüenza y el temor.

Todo lo que tengo es una lágrima que saco de mi rostro para limpiar mis privilegios, mis enseres, las tareas de la casa y esta declaración de estar vivo mientras un niño construye sus escombros y arroja una piedra al horizonte. Yo no puedo tocar el cielo con las manos, ni siquiera puedo caminar manifestándome bajo esta lluvia, bajo este privilegio de mis piernas, bajo este fallo de existir en el sitio equivocado. Solo intento escribir un poema incompleto y sin pájaros que siguen apuñalando a las palabras para poder entrar, tan solo una barricada por donde todos pasan pisando mi jardín. Justo hoy, cuando íbamos a nacer, tan solo esta tarde, cuando creíamos que estábamos llenos de nosotros en la franja de Gaza nadie se da por vencido porque vienen cantando, se los oye desde lejos, desde las raíces de la tierra.

¿Entonces?

¿Si el exterminio existe, quiere decir que a alguien le hace falta, quiere decir que alguien quiere que exista, quiere decir que alguien sueña con un temblor de esquirlas?

En la franja de Gaza todos los días se nace herido como el juguete roto del viento. Por eso los poetas deben irse con su música a otra parte.

¡Qué arrastren su pobreza en otro carro lleno de ferias, que se vayan con sus copas medio llenas a cantarle a toda esa belleza innecesaria!

Yo solo sufro de lenguaje, dice Vallejo y remacha una lágrima que se echa al monte y arma del sufrimiento un andamio a la eternidad.

Hoy el amor será difícil, es evidente que el milagro no existe más

que en los recuerdos. Y digo:

En la franja de Gaza hay luz, creo que hay luz, aunque el tiempo da sombra.

2.- En Nablus una niña fabrica un castillo con su mirada, juega con las cenizas de la historia y rompe con su alma todos los atardeceres posibles.

Es Fadwa Tuqan escribiendo un poema donde sollozan largos los violines del otoño, donde el paraíso es un verso perdido que se recita con el alfabeto de la angustia, donde un corazón se mece con la monótona fatiga del exilio.

A Israel lo ha vencido una mujer poeta y no lo sabe porque toda su gente está durmiendo, duermen con sus manitos encogidas y las sábanas bien preparadas, sueñan con los perfumes colocados en las puertas. Todo el ejército israelí se ve amenazado por los versos de una poeta que toca el violín y desafina con el cielo y la tarde, que arroja toda su alma al crepúsculo para romper los ojos de dios, pero no lo saben. Descansan bajo los cipreses descompuestos del edén.

En Nablus, Fadwa Tuqan levanta su dedo índice, mide la velocidad del viento y afina suavemente las cuerdas de la tristeza. Imagina balcones llenos de mujeres valientes y con el puño en alto, imagina un paraíso lleno de hombres bronceados y de jóvenes felices. Imagina un pueblo, un barrio, una estrella. Ella no puede pensar en el servicio de escucha telefónica del Mossad, está escribiendo un poema que la agencia de inteligencia de Tel Aviv transmite en directo. No puede pensar que de su pecho saliesen todas las tormentas y el éxodo terminal de las palabras. Fadwa Tuqan mueve sus caderas y dirige su mirada al infinito. Fadwa Tuqan escribe sus iniciales con un palito sobre la arena húmeda del valle del Jordán.  Fadwa Tuqan es una niña que dibuja en la pared un corazón que se llevará la marea, que la espuma hará añicos con la voz atronadora de los pueblos. Fadwa Tuqan ha nacido justo hoy, en el medio del mar, sola. Fadwa Tuqan siembra la sangre de su nacimiento y se arma de poesía hasta los dientes. Es el día en que sigue siendo imposible ser feliz, es la franja de Gaza, es Nablus en la voz de Fadwa Tuqan, es la operación paraíso perdido en manos de una niña que apenas sabe escribir su nombre. Es venir al mundo con unos versos bajo el brazo y sin pan, es salvarse del exterminio y de Birkenau, es ver a Fadwa Tuqan dando de comer a los soldados de Israel, es ver a Fadwa Tuqan pegando tiros con Mahmud Darwish mientras Rimbaud se pasea por el infierno rompiendo su violín. Es escribir con ella y de su mano que hoy hace frío y mucho miedo.

Netanyahu fabrica aviones de papel para su hijo, la CNN acuna a la pequeña Palestina que duerme como un angelito y sueña con unos versos que hablan del amor y de la bruma. Europa no lo sabe, América no lo sabe, ustedes, tampoco lo saben. Ana Frank se lima las uñas y el ser pero tampoco tiene idea de la que se va a armar. Wladyslaw Szpilman hace mímica en medio de la niebla, pero el poema es inevitable, como inevitable será la música, como inevitable será la rebelión de los que miran sabiendo que todo está perdido. Federico Chopin acaricia su pelo mojado, pero la catástrofe es inevitable.

Hoy se emplearán más de dos mil doscientos tanques y más de seiscientos cazas simultáneamente. Hoy volarán más aviones que mirlos sobre la franja de Gaza. Hoy se dejarán caer detrás de las líneas amarillas a miles de soldados que tienen miedo a aquellas personas que abren sus ojos para

ver el mar. Hoy entrarán esos pobres hombres que disparan contra una sonrisa sucia de felicidad.

¡Tú, vieja herida nuestra!

¡Dolor nuestro!¡Nuestro único amor!

Me basta con morir encima de ella, con enterrarme en ella.

[Hay mujeres e hijos esperando con la frente en alto y el hambre en punto]

Hoy sonarán millones de balas y la música de Wagner se romperá con la melodía de un pichón, pero la clave será un poema. Es por eso que la poesía es un arma cargada de futuro. No. Es por eso que Fadwa Tuqan sigue pegando tiros con Mahmud Darwish. No. Fadwa Tuqan convierte el grito eterno en noticia rápida que deja de serlo cuando los aviones regresan para bombardear una casa con dos ventanas y una puerta donde todos duermen con sus manitos encogidas y las sábanas bien preparadas.

Lo sabemos, Palestina, lo sabemos y seguimos contigo trabajando, escribiendo, a pesar del privilegio de mis piernas, del privilegio de existir en el sitio equivocado. Y al final me pregunto: ¿Al Andalus estuvo aquí o allí? ¿Sobre la tierra…o en el poema?

Las claves serán apenas la brisa de unos versos, un poema de una niña que se llama Fadwa Tuqan, una piedra que se llama Mahmud Darwish y una franja que se hunde, que se va, desaparece.


Madrid –

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