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Si no conocen a Alfred Hitchcock no saben lo que se pierden

El documental ‘Mi nombre es Alfred Hitchcock’ se sumerge en la personalidad y en las claves del cine del genial director


Perdonen que titule de forma tan categórica y en plan abuelo cebolleta, pero hace poco un conocido que se dedica a la docencia me dijo que preguntó en clase (a jóvenes, no a niños) si conocían alguna película de Alfred Hitchcock y no levantó la mano ni uno. Cuando me lo confesó, afligido, recordé al crítico y locutor Carlos Pumares. Cuando le pregunté por los jóvenes que no se interesaban por los grandes como Hitchcock, me dijo: “Pues no saben lo que se pierden”.

Por fortuna para el joven que tiene el veneno del cine, no hay mejor época para conocerlo que la actual. Los de mi generación teníamos los clásicos de La 2, que había que grabar en vídeo a altas horas de la noche. Hoy el acceso a las joyas de los maestros es mucho más cómodo, igual que a los documentales que analizan ese gran cine de los maestros. Uno de ellos es Mi nombre es Alfred Hitchcock, que pueden ver en Movistar Plus+ y es una entretenida, desenfadada y nada académica clase de cine. La película la firma el veterano documentalista Mark Cousins, autor de otros trabajos dedicados al cine como La historia del cine: Una odisea o La mirada de Orson Welles.

El documental de Cousins empieza con el concepto de escape. Las películas de Hitchcock nos llevan a lugares que nos hacen olvidar nuestra realidad. Igual que él escapó de su Inglaterra natal (era hijo de un vendedor de verduras), sus películas muestran a infinidad de personajes escapando de su realidad y también lugares exóticos. Muchas de sus películas tienen aspecto de postal, son películas con las que los espectadores nos tomamos unas vacaciones de nuestra rutina. El Brasil de Encadenados, todos los escenarios de Con la muerte en los talones, la Costa Azul de Atrapa a un ladrón, el Marruecos de El hombre que sabía demasiado, la Alemania del Este de Cortina rasgada, la Cuba de Topaz

Y a ese cine de postal siempre se le unió una magnífica sensación de irrealidad, tan del cine de Hitchcock. Ya lo dijo el propio director: “Algunos filmes son trozos de vida. Los míos son trozos de pastel”. Cuando ves cualquier Hitchcock sabes que no estás viendo la realidad, sino su idealización y su versión del mundo con sus transparencias, su sofisticada planificación, sus impecables caballeros y sus bellísimas heroínas.

Y lo más paradójico de todo es que Hitchcock, uno de los directores más famosos e icónicos de la historia del cine, disfrutaba imaginando, no rodando. Le encantaba dibujar antes sus películas (de hecho, sus primeros pasos en el cine son como dibujante de intertítulos), imaginar con sus guionistas. Por ejemplo, una muchacha secuestrada en un rascacielos pidiendo socorro pintando un cartón con su pintalabios y lanzándolo por la ventana a los transeúntes. O un hombre perseguido por un avión fumigador en un maizal, o alguien acorralado en un teatro y que grita “¡Fuego!” para escapar ante el estupor de los presentes. Y sin olvidar a un fotógrafo profesional zafándose del hombre que lo quiere matar a base de fogonazos de su flash. Hitchcock respetaba al espectador, odiaba lo predecible y buscaba que lo inverosímil fuese creíble. Y a veces lo lograba y otras no.

Hitchcock adoraba a los guionistas, pero no por sus diálogos, sino por sus ideas visuales. Aunque hay muy buenos diálogos en sus películas, defendió que la esencia del lenguaje del cine no eran las palabras, sino la imagen. Así lo explicó: “El cine es una sucesión de imágenes que crea ideas, que a su vez crean emoción, tanto como en la literatura las palabras juntas crean oraciones. El rectángulo de la pantalla debe estar cargado de emoción”. Palabras dignas de esculpirse en mármol.

Y cuando llegaba al rodaje, tras la tormenta de ideas y los muchos dibujos, Hitchcock ya no disfrutaba tanto. Julie Andrews llegó a decir: “El primer día de trabajo de Cortina rasgada, Hitchcock anunció que para él se había acabado la diversión y que a partir de ese momento el resto era muy aburrido. Pueden imaginar cómo nos hizo sentir”. El propio Hitchcock acabó reconociéndolo: “Desearía no tener que rodar la película. Cuando he elaborado todo el guion y creado la película sobre el papel, para mí el trabajo creativo ya ha terminado, y el resto es solo aburrimiento. La parte que más se disfruta es en una pequeña oficina, con el escritor, mientras se discuten las líneas de la historia y lo que vamos a poner en pantalla”.

Otra de las claves de Hitchcock para Mark Cousins es el deseo, casi todo su cine habla de él. En este sentido, hay planos de Hitchcock que son obras de arte, como el de Grace Kelly apareciendo en la noche y dejando en sobra todo el rostro de James Stewart, eclipsado, literalmente, por su belleza. O el uso de las manos de Cary Grant y Eva Marie Saint en el coche cama de Con la muerte en los talones y el loquísimo uso de puertas que se abren tras un beso en Recuerda. Tampoco debemos olvidar que sugiere la homosexualidad de muchos de sus personajes: Brandon y Philip en La soga, Mrs. Danvers en Rebeca, Bruno en Extraños en un tren, Anthony Perkins en Psicosis

Otra de las claves para Cousins es la soledad. Las mujeres solas de Hitchcock son fascinantes. Marnie, Mrs. Danvers o la “señora Corazón solitario” de La ventana indiscreta, que prepara una cena con velas para un amante que no aparece. ¿Hay mayor soledad que la de Monty Clift en Yo confieso o que la de Norman Bates?

Quizás el más fascinante solitario de Hitchcock sea el de La ventana indiscreta, película de cine negro, pero en realidad romántica. James Stewart es un fotógrafo solitario (y un voyeur, como Hitchcock) que disfruta de su soltería y de meterse en la vida de los demás. Grace Kelly quiere casarse con él, pero él, fotoperiodista que ha recorrido medio mundo, no se ve compartiendo vida con una niña bien de Madison Avenue que se dedica a vender lujosos vestidos a millonarias. Y desde su ventana observa a la “señora Corazón solitario” y a otros insociables. Pero la de Hitchcock no es una visión oscura. Cuando Kelly se decide a participar en la investigación y ayuda a su novio a cazar al asesino jugándose la vida, Stewart cae rendido. Y Grace Kelly entra en la casa, descubre el anillo de casada de la mujer desaparecida y se lo enseña a Stewart. Doble lectura: la mujer está muerta y Kelly se va a casar con Stewart.

Hitchcock, eso sí, siempre estuvo acompañado por una mujer cómplice y talentosa. Se agradece que el documental de Cousins se acuerde de la importancia de Alma Reville, mujer de Hitchcock además de guionista, lectora y analista de sus guiones, consejera y confesora. Alma Hitchcock, alma gemela, que nació pocas horas después que su marido, un 14 de agosto de 1899, se parecía a la resabida pero siempre acertada Thelma Ritter de La ventana indiscreta. Guionista de películas como Sospecha, La sombra de una duda o El proceso Paradinde, Alma fue, quizás, la clave más importante de la carrera y el cine de Hitchcock.

Recordando a los grandes genios del cine, hoy olvidados, Pumares también me dijo algo que tengo presente cuando veo una película de Hitchcock: el cine ya no tiene la relevancia que tuvo (y más hoy, con las series y la saturación audiovisual), pero ver un Hitchcock o un Ford siempre será como escuchar un Bach o un Haydn. Algo exquisito y eterno. Y al que no le interese, pues allá él.


Madrid –

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