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Una mirada cruda y satírica al colapso planetario

La compañía de teatro social La Rueda pone la crisis medioambiental en el punto de mira a través de la tragicomedia “Quiero colapsar a tu lado”, resultado de una investigación volcada al teatro con la participación de entidades como Greenpeace, Ecologistas en Acción o el CSIC


Parece inevitable, estamos abocados al colapso planetario, el capitalismo ha metido el turbo y va a morir matando. Siguen extinguiéndose especies, sigue subiendo la temperatura, siguen desapareciendo islas ante el avance de los mares que provoca el deshielo polar. Se siguen manipulando genéticamente los alimentos para producir más, se siguen envolviendo en plástico y se siguen acumulando residuos en el fondo del mar. Ya se han identificado restos de plástico hasta en las primeras cacas de un recién nacido. Muy loco. El sol quema más, pero en los congresos sobre el cambio climático tienen el aire acondicionado a tope. Y así todo. ¿Qué se puede hacer? Se puede seguir resistiendo, informando, denunciando, protestando… o haciendo teatro para contarlo. Y eso es lo que ha decidido La Rueda Teatro Social, una compañía que lleva ya 15 años de actividad abordando las artes escénicas con una ambición de transformación social.

El entorno sufre y la vida avanza a trancas y barrancas. Datos y emociones. Tres intérpretes (Laura Presa, Sandra Arpa y Fernando Gallego, versátiles, entregadísimos) para ser ellos y ser otros, para poner su cuerpo, su experiencia y su palabra al miedo, a la esperanza, a la sensación de incertidumbre que nos depara el futuro, ese 2050 que parece la última frontera de la humanidad y que está a la vuelta de la esquina. Teatralmente, el montaje tiene detrás la experimentada mirada de Rakel Camacho, que junto al trabajo escenográfico de Vanessa Actif, aporta la fuerza simbólica y un ritmo que mantiene arriba toda la función pese a lo rocoso en ocasiones de la información que nos llega como espectadores y que, muchas veces, ante el asombro, la perplejidad y la indignación, se nos atraganta. La obra plantea tanto la risa descarada y la mirada irónica, como la seriedad del asunto, el silencio apretado de determinadas realidades expuestas.

Pero esto es teatro social, una forma de arte que nos ayuda a masticar y tragar que, como dice el texto al principio, nuestra especie lleva 80.000 años en el planeta destrozándolo todo, por muy bajonero que suene. Sin embargo, sin esperanza, sin creer en una transformación todavía posible, no sería viable hacer teatro social. De primeras, los tres intérpretes ya nos ponen frente a lo que somos, lo que todos y todas somos en algún momento, porque a veces nos quejamos y no hacemos nada, a veces contribuimos a que todo siga igual -o peor- y a veces nos remangamos y, aunque resultemos un poco brasas, hacemos pedagogía inmediata, entre los que más cerca tenemos, para aprender a reciclar, para no gastar más agua de la necesaria, para hacer esas pequeñas acciones. Y sí, un día también hay que gritar la rabia de pensar que nuestras pequeñas acciones no pueden nada frente a las grandes corporaciones empresariales que, en realidad, están detrás de este destrozo global que nos va a llevar a nuestra propia extinción.

A mí me gusta especialmente el capítulo dedicado al plástico, por lo que pone sobre la mesa, por quitarle la máscara hipócrita a los salvamundos financiados por el capital. Y porque uno va al teatro a veces a enterarse de cosas que promueven otro tipo de catarsis, la informativa, más que la emocional. Saber que el plástico está en todas partes, que ingerimos el equivalente a una tarjeta de crédito a la semana en microplásticos. Saber que los residuos plásticos los gestionan empresas privadas, que dicen que reciclan el 80% del plástico que recogen y que en realidad no es más del 20% en el mejor de los casos. Que mucho de ese plástico se termina quemando, que otra parte se entierra y otra parte se envía a países como Malasia en contenedores ilegales. Y que una vez Malasia devolvió 150 contenedores a Europa y Estados Unidos y les mandó con ellos un mensaje: os devolvemos vuestra mierda. Maravilloso. Y saber, finalmente, que esa empresa de la que todos hemos oído hablar, Ecoembes, no es una entidad sin ánimo de lucro, como ellos dicen y ha demostrado Greenpeace, sino que en su consejo de administración se sientan señores de Pascual, L’Oreal, Pescanova, Coca-Cola y ¡Mercadona!, ese supermercado donde solo les falta plastificar a los y las cajeras.

“Ecoembes —dice Greenpeace— es el único Sistema Integrado de Gestión de España (para la gestión de residuos de envases domésticos). Esto le proporciona una situación de poder sobre entidades locales y otros ámbitos. Es decir, tiene el monopolio del reciclaje de envases y decide sobre el precio a pagar por el punto verde y cuánto dinero destinar a los ayuntamientos por la recogida del cubo amarillo”. Siguiendo con el ejemplo malayo, ¿por qué no ir a las puertas de Mercadona a dejarles el plástico con el que lo envasan todo? Bueno, porque quizás serían los propios trabajadores los que tendrían que recogerlos y, vale que muchos asumen un corporativismo y una lealtad a la empresa de Juan Roig incomprensible, pero el gesto de protesta y denuncia terminaría recayendo en personas que no tienen la culpa de las fechorías de sus empleadores. En fin, volvamos a la obra de teatro.

Entre los datos y la denuncia, el gran acierto del montaje está en la convivencia fluida con la poesía escénica, con un dispositivo de vídeo muy bien integrado, con momentos para imaginar futuros, con la reflexión en torno a esa vuelta a la tierra que desde hace unos años gravita entre el disparatado desarrollo de las ciudades y el vaciamiento de los pueblos del rural. Mientras se baila por Celia Cruz (“ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando”) conocemos un proyecto en Euskadi donde unas 150 personas han conseguido vivir con lo que ellos mismos producen, siendo además un lugar de acogida para personas vulnerables que necesitan un lugar para vivir. Esperanza. Incertidumbre. Duda. Rearme. Ese ciclo de los que nos sensibilizamos con la situación sabiendo que todo esto se parece cada vez más al mito de Sísifo. Ante la amenaza inminente, Quiero colapsar a tu lado intenta poner realismo y cordura, generar un espacio de encuentro para pensar en cómo seguir pie en pared desde lo individual o desde lo colectivo.

Entre preguntas y recetas de patatas a la importancia, la obra llega hasta el mismo corazón de nuestra península, corazón ardiente y no por pasión, sino por negligencia, hablando del nefasto incendio de la Sierra de la Culebra zamorana en 2022, en un relato sobrecogedor que retuerce las tripas. Finalmente, encomendados a San Vito de Lucania, aquel niño que bailó en un caldero de aceite hirviendo, en el que le metieron para castigarle por su fe, la obra se va suspendiendo en el aire, como una pluma llevada por el viento, a la espera de que venga lo que tenga que venir. De pronto, parecen Vladimir y Estragón esperando a Godot, que ya no es dios, sino… ¿qué?


QUIERO COLAPSAR A TU LADO

Hasta el 27 de abril

en Sala Cuarta Pared de Madrid

Madrid –

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