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Dirigentes de Podemos en el evento del sábado en el círculo de Bellas Artes — Dani Gago / Podemos

El futuro de la izquierda en España

El núcleo político de la importante decisión que han tomado los morados es el de no tomar un camino de disolución de su forma de hacer política en un espacio que acepta la dirección estratégica del PSOE y de sus medios de comunicación afines y que, precisamente por ello, solo puede acabar en dos lugares a medio plazo: sustituyendo al PSOE (con el programa del PSOE) si las cosas le van bien, o desapareciendo si las cosas le van mal


Ayer sábado, concluyó la primera fase del proceso de fortalecimiento organizativo e ideológico que Podemos decidió lanzar a la vuelta del verano para prepararse y adaptarse al nuevo escenario político que resulta no solamente del resultado de las elecciones generales del pasado 23 de julio sino también de la reorganización de lo que una vez fue el espacio de Unidas Podemos más los añadidos que Yolanda Díaz ha podido incorporar en torno a su partido Sumar: fundamentalmente Más Madrid, Más País, Compromís, Més y la Chunta Aragonesista. La dirección de los morados propuso hace semanas un borrador inicial de documento político a sus bases y éstas presentaron más de 2000 enmiendas al mismo (más del 80% de las cuales fueron incorporadas) tras centenares de encuentros presenciales en los que participaron de forma directa más de 6000 militantes. El documento definitivo fue aprobado por el máximo órgano de Podemos —la Asamblea Ciudadana que agrupa al conjunto de los inscritos de la formación— en una consulta en la que casi 31.000 personas ejercieron su derecho al voto. Estos números son importantes porque es un hecho objetivo que ninguna organización de la izquierda es capaz de producir en estos momentos una movilización militante de este calibre y también porque cabe preguntarse si es posible construir un proyecto político de obediencia popular sin la capacidad de llevar a cabo procesos genuinamente participativos y sin someter las decisiones más importantes a la votación de las bases. ¿Puede un partido de cargos institucionales, cuadros intermedios y liberados mantener su independencia de los poderes fácticos durante mucho tiempo si no tiene que rendir cuentas ante unas bases amplias y alejadas de la moqueta? No parece probable. Por situar solamente un ejemplo significativo, cuando Podemos tuvo que decidir si aceptaba un gobierno de Pedro Sánchez con Albert Rivera como vicepresidente —algo que muy posiblemente habría cerrado para siempre el ciclo de cambio abierto con el 15M—, más de la mitad de los cargos institucionales y cuadros intermedios (pertenecientes a la corriente errejonista) defendían internamente el sí. Sin embargo, las bases votaron y el no ganó con más del 90% de los votos.

Pero no es solamente la participación y el mandato de las bases militantes lo se plantea como una de las condiciones de posibilidad para tener y mantener un proyecto político verdaderamente transformador. En el proceso de fortalecimiento de Podemos, encontramos más claves.

Si algo destaca en el documento aprobado por los morados es su declaración irrevocable de autonomía política y su apuesta por los acuerdos electorales con otras fuerzas únicamente cuando «a) esto resulte útil, conveniente y eficaz desde el punto de vista político y electoral; b) exista respeto mutuo a la autonomía de las distintas fuerzas políticas que conformen la correspondiente coalición; c) las listas de la candidatura se conformen siempre mediante primarias abiertas sin restricciones y sin vetos.» Esto garantiza que un acuerdo electoral como el que tuvo lugar entre Sumar y Podemos para las elecciones del pasado 23 de julio, con las listas diseñadas mediante pactos por arriba entre Yolanda Díaz y el resto de partidos de la coalición, sin primarias y con el veto a Irene Montero y otros dirigentes de Podemos encima de la mesa como condición sine qua non, ya no se podría volver a repetir. En otras palabras, esto garantiza que, en cualquier posible coalición futura, o Podemos está presente con su capacidad intacta de articular su propia forma idiosincrática de hacer política o esa capacidad será ejercida sin formar parte de la coalición.

¿Y cuál es esta forma idiosincrática de hacer política y por qué es importante para el futuro de la izquierda en España que pueda seguir existiendo de forma autónoma? Para contestar a esta pregunta, hay que recordar que, de momento, no es posible un esquema de gobernabilidad progresista sin contar con el PSOE y hay que reflexionar, por tanto, acerca de qué tipo de relación entre el PSOE y un socio de gobierno de izquierdas puede permitir la viabilidad electoral del segundo en el medio plazo y cuál acabaría por socavar sus apoyos de forma inevitable. Para ello, conviene fijar la vista en algunos acontecimientos relativamente recientes.

Hay que recordar que, de momento, no es posible un esquema de gobernabilidad progresista sin contar con el PSOE y hay que reflexionar, por tanto, acerca de qué tipo de relación entre el PSOE y un socio de gobierno de izquierdas puede permitir la viabilidad electoral del segundo en el medio plazo y cuál acabaría por socavar sus apoyos de forma inevitable

El primero en marzo de 2022. Acababa de empezar la invasión rusa de Ucrania. Después de una breve negativa inicial, Pedro Sánchez había decidido aceptar la posición hegemónica en el seno de la OTAN: España enviaría armas a Ucrania. Yolanda Díaz se manifestó públicamente en sintonía con el presidente: «Ucrania tiene derecho a defenderse». Durante esos mismos días, se celebraba el congreso del Partido Comunista de España y Enrique Santiago, su secretario general y apoyo clave de Díaz, veía amenazada su continuidad por un sector del partido que no aceptaba los planteamientos otanistas de la vicepresidenta. Cuando, en el debate parlamentario en el que se trató el tema, el portavoz de Unidas Podemos y miembro de Podemos, Pablo Echenique, defendió la posición contraria rechazando el envío de armas, Santiago respiró aliviado y transmitió a los morados que acababan de «salvar el espacio político». Teniendo en cuenta que Izquierda Unida nació precisamente gracias al impulso de un amplio movimiento social contra la OTAN, es fácil entender a qué se refería. Seguir las directrices del PSOE en esa materia hubiera sido catastrófico. Sin embargo, unos meses más tarde y bajo las órdenes de Yolanda Díaz, Enrique Santiago protagonizó una importante negociación en la que se tuvo que enfrentar de nuevo a la misma dicotomía y, esta vez, eligió la opción contraria. Cuando los trabajos para derogar la Ley Mordaza estaban prácticamente llegando a su fin, solamente quedaban unas pocas reclamaciones de ERC y Bildu (y también de Podemos) —la eliminación de las pelotas de goma, las devoluciones en caliente y el delito de falta de respeto a la autoridad— que eran indispensables para obtener sus votos a favor. Sin embargo, en vez de seguir la estrategia habitual de Podemos y hacer un frente común con ERC y Bildu para presionar al PSOE hacia posiciones de izquierdas, Santiago —apoyado por Díaz— decidió hacer esta vez lo contrario: hacer un frente común con el PSOE para presionar a ERC y Bildu para que dejasen caer sus reclamaciones. El fin de la historia es conocido. Salió mal y la Ley Mordaza todavía sigue vigente. Aproximadamente en esa misma época, miembros de Sumar y de los Comunes lanzaron duras críticas internas por introducir «ruido» en el gobierno de coalición cuando Podemos anunció, por boca de su portavoz, que no iban a apoyar la así llamada «Ley Darias» del PSOE porque mantenía intacta la ley 15/1997 de José María Aznar que había abierto la puerta a la privatización salvaje de la sanidad pública en España. Más recientemente, hemos podido ver cómo tanto Yolanda Díaz como Alberto Garzón acudían a una manifestación de apoyo al pueblo palestino a la que ningún dirigente del PSOE se atrevió a acudir y declararon allí que su posición era «la del presidente Sánchez». En la misma manifestación, la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, dejó claro que, desde el punto de vista de los morados, Pedro Sánchez, al igual que el conjunto de líderes europeos, «no estaba a la altura» cuando Israel está cometiendo un genocidio en la Franja de Gaza, y volvió a pedir sanciones ejemplares, embargo de armas y llevar a Netanyahu ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra.

La forma idiosincrática de hacer política que Podemos ha blindado este fin de semana mediante la votación de sus bases es aquella que, primero, no se pliega ante los marcos mediáticos hegemónicos destinados a disciplinar a la izquierda —también desde la progresía mediática— y, segundo, no acepta la subordinación ante el PSOE y, en el caso de compartir un gobierno de coalición, entiende el Consejo de Ministros como un lugar en que también dar la batalla política para transformar la sociedad. Además de los elementos que tienen que ver con los procesos de participación política y la conformación de las listas electorales en hipotéticas coaliciones futuras, el núcleo político de la importante decisión que han tomado los morados es el de no tomar un camino de disolución de esta forma de hacer política en un espacio que acepta la dirección estratégica del PSOE y de sus medios de comunicación afines y que, precisamente por ello, solo puede acabar en dos lugares a medio plazo: sustituyendo al PSOE (con el programa del PSOE) si las cosas le van bien, o desapareciendo si las cosas le van mal.

Más allá de las adscripciones partidistas, el camino que ha elegido Podemos es el único que mantiene viva la posibilidad de que pueda seguir existiendo una izquierda autónoma en España en los próximos años.


Madrid –

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