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Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

Nadia Calviño al BEI

Si, después de haber pasado por el gobierno más a la izquierda de toda la UE, Calviño ha vuelto a ser aceptada en las plantas más altas de los poderes financieros del continente, es precisamente por el papel que ha desempeñado por encomienda de Sánchez


Ayer jueves, se confirmaba la noticia que se venía adelantando en los últimos días desde diferentes fuentes comunitarias: la española Nadia Calviño (A Coruña, 1968) será elegida el próximo miércoles como la nueva presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI). La entidad, con sede en Luxemburgo, es la mayor institución financiera internacional (IFI) del mundo, con unos activos que, en 2013, ascendían a 512.000 millones de euros. El BEI fue fundado en 1958, sus accionistas son los estados miembro de la Unión Europea y su objetivo es el de conceder financiación a diferentes proyectos tanto en el sector privado como público, mayoritariamente dentro de la propia Unión. Según informa Europa Press, como presidenta del BEI, Nadia Calviño va a pasar a ganar alrededor de 375.000€ al año; más de 30.000€ al mes y más de cuatro veces su salario actual como vicepresidenta primera y ministra de Economía del gobierno de España.

Todo el mundo reconoce que Calviño es una economista de primer nivel y también una política hábil que ha sido capaz de transitar el camino de ida y vuelta desde las instituciones europeas —donde llegó a ser la poderosa directora general de Presupuestos de la Comisión, durante el mandato del conservador Jean-Claude Juncker—, pasando por el primer gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia en nuestro país, y volviendo a la élite de la dirigencia de la UE, otra vez como una de sus máximas operadoras políticas y económicas. Calviño supo mantenerse, durante estos años, en uno de los ministerios de mayor responsabilidad del gobierno de Sánchez desde la moción de censura de 2018 hasta su reciente ascenso al Olimpo de las finanzas comunitarias en una de las épocas políticas más complejas y turbulentas de la historia española reciente. Nadie duda de su capacidad técnica ni de su habilidad para moverse en los circuitos del poder, pero tampoco debemos llamarnos a engaño respecto del papel político que ha jugado y sigue jugando la gallega. Si, después de haber pasado por el gobierno más a la izquierda de toda la UE, Calviño ha vuelto a ser aceptada en las plantas más altas de los poderes financieros del continente, es precisamente por el papel que ha desempeñado por encomienda de Sánchez.

En la arquitectura del régimen del 78, el PSOE no es otra cosa que el aparato de representación política ocupado de canalizar los anhelos progresistas de la sociedad española de forma que no se modifique de manera sustancial el reparto de poder político y económico al tiempo que se llevan a cabo la mínima cantidad posible de avances sociales necesarios para evitar un levantamiento popular contra las clases parasitarias. Pedro Sánchez, que ha vuelto a demostrar —con la aceptación de la amnistía de los represaliados catalanes por el procés— su capacidad para equilibrar intereses diametralmente opuestos si eso es imprescindible para mantenerse en la presidencia, hizo lo propio cuando fue elegido como jefe del ejecutivo a causa de la moción de censura de 2018 y de nuevo tras las elecciones de noviembre de 2019, cuando no le quedó más remedio que aceptar la presencia de Podemos en el Consejo de Ministros. Dada la incuestionable correlación de fuerzas parlamentarias nacida del terremoto político posterior a las elecciones europeas de 2014 y después del intento fallido de gobernar hacia la derecha con Ciudadanos, Sánchez comprendió que la única forma de acceder a la presidencia y mantenerse en ella pasaba por hacer una serie de concesiones hacia su izquierda. Pero, al mismo tiempo, el líder del PSOE siempre entendió como otra de las condiciones de posibilidad de su continuidad el mantenimiento de la política de concertación socioliberal con los grandes poderes fácticos conservadores del Estado español en el ámbito de la judicatura, los medios de comunicación, el ejército, las fuerzas y cuerpos de seguridad y la economía. No es casualidad que los únicos ministros que han sobrevivido a las diferentes crisis de gobierno desde la moción de censura hasta el día de hoy sean Margarita Robles al frente de Defensa, Fernando Grande-Marlaska en Interior, Luis Planas en Agricultura, Teresa Ribera en Transición Ecológica, María Jesús Montero en hacienda y Nadia Calviño en Economía; la primera quizás la ministra más querida por la derecha sociológica y mediática, el segundo un magistrado originalmente de la órbita del PP aunque recientemente haya caído en desgracia al asumir la derecha política la estrategia de acoso y derribo de la extrema derecha, el de Agricultura un exembajador en Marruecos que ha sabido mantener tranquilo a uno de los sectores económicos más conservadores del país, Ribera y Montero quizás no tan aparentemente escoradas hacia la derecha pero dos ministras que nunca han cruzado mediante políticas concretas las líneas rojas que serían intolerables para el sector energético o las grandes fortunas, y finalmente, la nueva presidenta del BEI.

En la arquitectura del régimen del 78, el PSOE no es otra cosa que el aparato de representación política ocupado de canalizar los anhelos progresistas de la sociedad española de forma que no se modifique de manera sustancial el reparto de poder político y económico

En esa estrategia de Sánchez de adopción coyuntural de un discurso de izquierdas para achicar el espacio a sus adversarios y de aceptación de algunas de las medidas reclamadas por Podemos para mantener la estabilidad parlamentaria, pero, al mismo tiempo, de colaboración y apaciguamiento de los grandes poderes económicos para mantener su apoyo también el capítulo mediático, el papel de Calviño ha sido fundamental. La lista es larga y elocuente. La nueva presidenta del BEI fue la principal artífice de la fusión entre Bankia y CaixaBank, provocando la pérdida del control público de la primera y evitando definitivamente la existencia de una banca bajo control democrático en España. Cuando llegó la pandemia de la COVID-19, Calviño trabajó duramente para evitar un confinamiento por sus efectos negativos en los beneficios empresariales e intentó limitar al mínimo las ayudas estatales, aunque al final la gravedad de la situación forzó la derrota de sus postulados. Durante la negociación de la reforma laboral, fue clave para que Yolanda Díaz aceptara la necesidad de contar con el aval de la CEOE, aunque ello supusiera rebajar significativamente la ambición de la norma. «La aprobación en el Congreso por un solo voto fue uno de los momentos más felices de Calviño», afirman fuentes muy cercanas a la vicepresidenta primera en conversación con eldiario.es. Calviño se opuso sistemáticamente a cualquier medida de intervención estatal de los mercados para beneficio de las mayorías sociales, como la limitación del tipo de interés de las hipotecas o del precio de la cesta básica de alimentos que reclamó Podemos, así como a las mayores subidas del salario mínimo o a las medidas más avanzadas de la Ley de Vivienda. También se opuso con fuerza a la implementación del tope al gas, aunque aquí, de nuevo, la gravedad de la situación provocó que fuera posible torcerle la mano. Antes de la formación del gobierno de coalición en 2019, Calviño llegó a defender la mochila austríaca, una medida perfectamente neoliberal y en contra de los derechos de los trabajadores, y en 2020 se opuso a cualquier medida fiscal para aumentar la imposición sobre grandes corporaciones y grandes fortunas, aunque unos años más tarde la realidad volvió a quitarle la razón.

Nadia Calviño ha trabajado todos estos años a las órdenes de Pedro Sánchez para favorecer los intereses de los grandes poderes económicos en contra de la mayoría social y, por eso, no es de extrañar que la élite del sector financiero europeo haya visto con buenos ojos que pueda presidir una de sus mayores instituciones. Lo que quizás sorprende un poco más es la reacción que este nombramiento ha provocado en sectores políticos y mediáticos supuestamente progresistas. «Calviño, la primera mujer al frente del Banco Europeo de Inversiones», titulaba ayer Público, como si nos encontrásemos ante una victoria feminista. Eldiario.es citaba ayer a Pedro Sánchez afirmando que Calviño ha sido «uno de los mejores ministros de Economía de España» (sic); palabras que el propio digital refrendaba: «sin duda, los hechos la avalan». «Nadia Calviño lleva a España a lo más alto de la UE» o «Nadia Calviño regresa con galones a su casa europea», publicaba ayer —exultante— El País, y tanto Yolanda Díaz como el portavoz de Sumar y ministro de Cultura, Ernest Urtasun, elogiaban su figura en la red social X.

Nadia Calviño ha pasado cinco años traccionando económicamente el gobierno de España hacia posiciones económicas de derechas, ha sido muchas veces aplaudida por los grandes empresarios del país y por los medios de comunicación de su propiedad y hoy se marcha a dirigir un auténtico gigante financiero comunitario para seguir aplicando el mismo tipo de ideología desde allí. Sin embargo, la progresía gubernamental y mediática se deshace en halagos hacia ella, pintando un cuadro bastante preciso respecto del tablero actual y del papel que cada actor político está dispuesto a jugar en él.


Madrid –

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