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Para Ignacio Sánchez-Cuenca, los medios de comunicación no existen

Al tomar la decisión de no referirse al principal elemento que explica el funcionamiento de la mentira en el ámbito político, la calidad del análisis se vuelve ínfima


El pasado martes, el reputado intelectual progresista Ignacio Sánchez-Cuenca firmaba en El País un artículo de opinión en el que empezaba citando una investigación del Washington Post que se había dedicado a contar las mentiras proferidas por Donald Trump durante su primer mandato como presidente de los Estados Unidos: un total de 30.573. A partir de ahí, Sánchez-Cuenca llevaba a cabo un extenso análisis sobre el uso de la mentira por parte de los políticos, su funcionamiento, la motivación y objetivos que tendrían los políticos para utilizar esta táctica, la producción de «polarización» que ello conllevaría, la efectividad electoral de la mentira e, incluso, el hecho contrastado de que los políticos del lado conservador del parteaguas mienten más que los políticos del otro lado.

Lo sorprendente del asunto —y que ya comentamos aquí hace tiempo respecto de un editorial de El País— es que, en ningún momento de su análisis, Sánchez-Cuenca hace referencia alguna al papel de los medios de comunicación en la operativa que hace posible la utilización de la mentira como un arma política. En todo el artículo, se asume de forma implícita que la relación comunicativa entre el político y los votantes es directa; sin intermediación. El político decide mentir y sus votantes reciben el mensaje falso tal cual, sin que pase por ningún filtro, sin modificaciones, sin comentarios, sin recortes y sin adulterar. En el análisis de Sánchez-Cuenca no hay periodistas que puedan cuestionar las falsedades ni tampoco medios de comunicación que decidan publicar las mismas entre comillas.

Obviamente, este planteamiento es pura ficción para cualquiera que viva en el mundo real. Es absolutamente evidente que el papel de los medios de comunicación en la utilización política de la mentira no solamente es muy relevante, sino que además es posiblemente el papel principal. Para cualquiera que habite en la realidad, es completamente obvio que las mentiras proferidas por Trump jamás hubieran resultado efectivas si no fuera por un ecosistema mediático liderado por Fox News que las propagó por tierra, mar y aire. Del mismo modo, todo el mundo sabe que las mentiras de Ayuso —por referirnos a otra de las figuras políticas que cita Sánchez-Cuenca— tendrían un recorrido muy limitado si no fuera por la amplificación que hacen de ellas los numerosos medios bien untados de dinero público de la Comunidad de Madrid. Cualquier persona que tenga un mínimo de educación política y mediática sabe perfectamente que es rarísimo que un periodista le diga a un político en directo que acaba de decir una mentira. Tan raro es que, cuando algún profesional lo hace —como ocurrió con Silvia Intxaurrondo durante la última campaña electoral—, la excepción es tan sorprendente que se convierte en noticia nacional.

Todo el mundo sabe que las mentiras de Ayuso —por referirnos a otra de las figuras políticas que cita Sánchez-Cuenca— tendrían un recorrido muy limitado si no fuera por la amplificación que hacen de ellas los numerosos medios bien untados de dinero público de la Comunidad de Madrid

Sin incluir a los medios de comunicación en la ecuación de la mentira política, es absolutamente imposible entender la operativa del lawfare y las cloacas contra Podemos o contra los independentistas catalanes y resulta inconcebible que las sandeces negacionistas que profiere VOX puedan encontrar arraigo en las mentes de tantos compatriotas. Pero no solamente estaríamos incapacitados para entender cómo opera la mentira en el ámbito de la derecha si no hablamos de los principales cañones mediáticos que le dan cobertura; tampoco se puede entender —si omitimos este factor central— que Pedro Sánchez se pueda permitir decir que no podría dormir con Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros o que la amnistía es inconstitucional para hacer, a los pocos meses, todo lo contrario de lo que acababa de decir. Si no mencionamos el acompañamiento fundamental de la progresía mediática, resulta imposible de comprender cómo puede ser que Yolanda Díaz pueda permitirse decir abiertamente que nunca vetó a Irene Montero o que no había ningún recorte en el Real-Decreto del subsidio de desempleo.

Muy probablemente, la flagrante omisión del papel de los medios de comunicación en el análisis de la mentira política por parte del profesor Sánchez-Cuenca tenga que ver con su adscripción ideológica a ese espacio limítrofe entre la socialdemocracia clásica del PSOE y lo que podríamos llamar izquierda sistémica. Al fin y al cabo, dicho espacio considera inteligente estratégicamente buscar una concertación con los medios propiedad de la oligarquía para poder tener éxito electoral y acceder así a las instituciones. Desde luego, si Sánchez-Cuenca escribiese la verdad respecto del papel de los medios en la utilización de la mentira como arma política, estaría verbalizando algo que nadie de su espacio ideológico se atreve a verbalizar y que, de hecho, piensan que es un error estratégico hacerlo.

Aunque nosotros pensemos que pactar con los medios de comunicación propiedad de la oligarquía lleva a la completa amputación de la capacidad transformadora de cualquier movimiento político, es legítimo que haya otros que defiendan lo contrario. En ese sentido, no hay nada que reprochar a Sánchez-Cuenca si uno acepta que la pluralidad ideológica es consustancial a la democracia. El problema no es ese. La cosa es que, al tomar la decisión de no referirse al principal elemento que explica el funcionamiento de la mentira en el ámbito político —sea para no criticar a los medios o por cualquier otro motivo—, la calidad del análisis se vuelve ínfima. La posición política de Sánchez-Cuenca puede ser respetable, pero su estudio académico sobre el funcionamiento de la mentira es muy pobre. Se puede ser un dirigente de la izquierda sistémica obviando el papel fundamental de los medios; lo que no se puede es hacerlo y seguir siendo considerado un «intelectual».


Madrid –

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