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Que vivan los novios

Que Almeida recibiera al abrasado emérito agachando la cabeza como un vasallo y lo convirtiese en el invitado más importante a su boda no solamente socava la posición política de Felipe VI y su hija Leonor. También erosiona al propio PP


Ríos de tinta han corrido sobre el evento que la derecha y la extrema derecha mediática han denominado «la boda del año». Se ha hecho ver que no se trató, en realidad, de un mero evento social, sino de una demostración de poder político. Se ha destacado que se eligió para dar el «sí, quiero» la misma iglesia del barrio de Salamanca en la que Franco tenía reservado un palco para su familia y en la que, en 2018, se celebró una misa en honor al dictador. Se ha comentado el papel corrupto que ha jugado la televisión pública madrileña controlada por el PP, dando cobertura a la boda como si se tratase de un evento internacional y deshaciéndose en lisonjas almibaradas hacia el alcalde, su señora esposa y el conjunto de los asistentes. Y, por supuesto, las redes sociales se han llenado de bromas y de memes, recordando que el alto poder económico no suele ir acompañado del buen gusto —sino, más bien, al revés— y ejerciendo ese potente efecto democrático que presenta el humor cuando los de abajo se ríen de los de arriba.

Muchos son los aspectos políticos, mediáticos y hasta antropológicos que se podrían analizar sobre la boda entre José Luis Martínez Almeida y Teresa Urquijo. Pero aquí nos vamos a centrar tan solo en uno de ellos que consideramos especialmente relevante.

Ha resultado frecuente en estos días la comparación entre la boda que tuvo lugar el pasado sábado en Madrid y aquella que desposó a la hija de José María Aznar y Ana Botella, Ana Aznar, con el empresario y ex eurodiputado del PP Alejandro Agag en 2002 en la basílica de El Escorial. Incluso, ha habido quien se ha aventurado a decir que, del mismo modo que la trama Gürtel tuvo un papel central en la organización de aquel evento hace 22 años y buena parte de sus asistentes acabaron —con el paso de los años— esposados y entre rejas, lo mismo ocurrirá con muchos de los invitados de la boda de Almeida. Sin embargo, hay que reconocer que la boda de la hija del criminal de guerra que nos metió en Irak contó con una lista de invitados de mucho más alto copetín que la del alcalde de Madrid con Teresa Urquijo… excepto por algunas personas que estuvieron en las dos: el propio José María Aznar y su mujer Ana Botella y, muy singularmente, Juan Carlos I.

La diferencia es que los tres estaban en la cúspide de su poder en 2002 pero los tres son figuras decadentes en 2024. Si José María Aznar fue arrancado del gobierno de España después de mentir al conjunto de nuestro pueblo sobre el peor atentado de la historia, la destrucción reputacional de Juan Carlos I al conocerse sus actividades corruptas ha sido todavía peor. A principios de este año, el periódico digital El Español, cuya línea editorial se sitúa entre la derecha y la extrema derecha y cuyo director, Pedro J Ramírez, es un reconocido monárquico, publicaba una encuesta según la cual el conjunto de la ciudadanía valoraba la figura de Juan Carlos I con un 3,4 sobre 10. Incluso entre los votantes del PP y VOX, el emérito fugado en Abu Dabi apenas superaba el aprobado. Tomemos estos números como válidos, sabiendo que, muy posiblemente, la realidad es todavía peor, y analicemos el significado político que tiene el hecho de que el rey corrupto haya sido la principal estrella en la boda de Almeida.

A principios de este año, el periódico digital El Español publicaba una encuesta según la cual el conjunto de la ciudadanía valoraba la figura de Juan Carlos I con un 3,4 sobre 10. Incluso entre los votantes del PP y VOX, el emérito fugado en Abu Dabi apenas superaba el aprobado

Desde aquí, hemos argumentado en numerosas ocasiones que supone un factor disolvente y, de hecho, un torpedo en la línea de flotación de la continuidad de la institución monárquica que ésta se vea asociada únicamente con la derecha política y social. Como es obvio, la condición de posibilidad para que una institución no democrática pueda durar en el tiempo es o bien la utilización de la fuerza, o bien un esquema de apoyos sociales transversales en todo el espectro ideológico. Este no es el caso de la monarquía española en los últimos años, la situación se vio empeorada cuando Felipe VI decidió abrazar las tesis de la derecha y la extrema derecha parlamentaria y judicial en su discurso del 3 de octubre de 2017 y, desde luego, en nada les ayuda haber enviado una alta representación de la Casa Real a la boda de alcalde de Madrid del PP a la que también asistieron la presidenta regional y el presidente nacional del partido. Si estamos de acuerdo en que la monarquía debería buscar apoyos sociales allí donde no los tiene o los tiene más débiles —es decir, en la izquierda y en el centro-izquierda—, entonces tenemos que concluir que la boda de Almeida ha reducido las probabilidades de que algún día Leonor sea reina.

Y viceversa. Quizás el PP puede pensar que Felipe VI, la reina Letizia o la princesa Leonor, al tener una valoración alta en el electorado de la derecha y la extrema derecha, le aportan empuje electoral cuando exhiben mensajes y actitudes de apoyo mutuo. Sin embargo, por mucho que los principales líderes del PP sigan insistiendo en ensalzar la figura de Juan Carlos I —ayer mismo el exministro Margallo en Televisión Española—, lo cierto es que el rey fugado presenta una valoración raquítica incluso entre los votantes de Almeida, Ayuso y Feijoo. Por ello, el hecho de que el alcalde de Madrid recibiera al abrasado emérito agachando la cabeza como un vasallo a la puerta de la iglesia y lo convirtiese en el invitado más importante a su boda no solamente socava la posición política de Felipe VI y su hija Leonor. También erosiona al propio PP y lo dibuja como aquello que todos sabemos que es: un lugar de acogida para los corruptos.

En términos estratégicos, «la boda del año» ha supuesto un disparo en el pie de sus protagonistas de tal calibre que, desde aquí, solamente podemos decir «que vivan los novios».


Madrid –

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