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Foto de Dani Gago

Rafah en la Complutense

Frente a una derecha que apoya abiertamente a los genocidas y una progresía que va olfateando el ambiente mediático para decidir si ya resulta viable electoralmente pronunciar la palabra «genocidio», la movilización de las y los estudiantes es decencia y es esperanza


Antes de ayer se cumplían siete meses del ataque de Hamás sobre suelo israelí que proporcionó al gobierno de Netanyahu el casus belli para desatar el mayor genocidio del siglo XXI sobre la Franja de Gaza. Israel lleva más de 70 años hostigando, asediando, cercando, asesinando y sometiendo a un régimen de apartheid al pueblo palestino, pero lo que hemos visto desde el 7 de octubre alcanza una dimensión que empequeñece a toda la larga lista de violencias anteriores. Desde que empezaron los bombardeos y las incursiones del ejército sionista en Gaza y si tenemos en cuenta a los muertos sin contabilizar que todavía están debajo de los escombros, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Israel ha asesinado a más de 40.000 personas, más de 15.000 de ellas niños y niñas. En una población de aproximadamente 2 millones de personas, estamos hablando de que Israel ha aniquilado al 2% de la población de Gaza. En términos relativos, eso es como si un ejército extranjero hubiese asesinado aproximadamente a un millón de españoles. A esto tenemos que sumar la destrucción de más del 70% de las viviendas de la franja y la inmensa mayoría de los hospitales y centros educativos, los cortes de suministro eléctrico, de gas, de agua, de Internet y de suministro alimentario, o el asesinato de casi 150 periodistas. En el último episodio del genocidio en marcha, Israel ha decidido atacar el enclave de Rafah al sur de Gaza, donde se encuentra no solamente el único paso fronterizo que conecta la franja con un país diferente a Israel y por el que entraba la poca ayuda humanitaria que estaba consiguiendo pasar sino que, además, Rafah es donde se hacinan alrededor de 1,5 millones de personas que han sido obligadas a desplazarse de un sitio a otro para escapar de la muerte. Teniendo en cuenta la voluntad asesina del Estado sionista hasta ahora, lo que puede ocurrir en un inmenso campo de refugiados en el que ahora vive el 75% de la población de Gaza puede hacer escalar el horror a niveles incluso superiores que lo que hemos visto hasta ahora.

En estos siete meses, los palestinos están viviendo su propio holocausto y los gobiernos de los países ricos han elegido no hacer nada para evitarlo o, en el peor de los casos, incluso dar apoyo económico y militar a los genocidas. Joe Biden —o Genocide Joe, como lo llaman ya en la mayoría de los campos universitarios norteamericanos— es, por supuesto, el principal apoyo de Netanyahu. Es absolutamente inconcebible que un país pueda acometer un genocidio con total impunidad si no tiene el apoyo firme de los Estados Unidos. A pesar de las teatrales declaraciones de la Casa Blanca en favor de un alto el fuego y en contra de la invasión de Rafah, lo cierto es que esta última no se habría producido sin el permiso de los norteamericanos, quienes, además, no han dejado de entregar decenas de miles de millones de dólares en armamento al ejército de Israel durante todo este tiempo. Básicamente lo mismo podemos decir del comportamiento de todos los países de la Unión Europea, los cuales, exhibiendo una desmemoria inmoral respecto de los horrores que tuvieron lugar en nuestro continente, han desarrollado la misma operativa que el hegemón atlántico: algunas impotentes admoniciones verbales al tiempo que se mantienen todas las relaciones diplomáticas, comerciales, económicas y militares con el Estado genocida. En algunos países, como España, la situación es todavía peor porque, a la ausencia absoluta de cualquier acción material, se ha sumado la hipocresía de construir un relato mediático según el cual la posición del gobierno de Sánchez sería una de las más «avanzadas». El gobierno de España sigue comprando y vendiendo armas a los asesinos, la embajadora de Israel sigue en Madrid dando entrevistas a todas las televisiones justificando el genocidio, pero la progresía mediática nos cuenta que Sánchez es muy valiente porque ha dicho algún adverbio más sonoro que otros gobiernos y porque ha prometido el «reconocimiento del Estado palestino»; algo que lleva prometiendo desde 2015, que no parece que vaya a tener un efecto material inmediato a la hora de frenar la matanza de seres humanos y que hasta Felipe VI defiende (lo cual a cualquier persona de izquierdas le debería hacer sospechar). Recientemente, el sector Sumar del gobierno —que había llegado a montar una manifestación blanca prohibiendo la utilización de la palabra «genocidio» para que los ministros del PSOE pudieran acudir— ha empezado a llamar «genocidio» al genocidio siete meses después.

En estos siete meses, los palestinos están viviendo su propio holocausto y los gobiernos de los países ricos han elegido no hacer nada para evitarlo o, en el peor de los casos, incluso dar apoyo económico y militar a los genocidas

Frente a toda esta indecente utilización táctica del peor crimen contra la humanidad al que nos hemos enfrentado en las últimas décadas, han empezado a florecer en las universidades pequeñas explosiones de dignidad que se van haciendo cada vez más grandes y que nos hacen albergar algo de esperanza. Primero fueron los universitarios estadounidenses, los cuales fueron duramente reprimidos —con miles de detenidos en estos momentos— y criminalizados políticamente por parte de un Donald Trump que los llamó «lunáticos» y también por parte de Genocide Joe, que los dibujó como violentos desde una comparecencia solemne en la Casa Blanca. A pesar de ello, las movilizaciones universitarias se van extendiendo por todos los Estados Unidos y ya empiezan a conseguir dos objetivos muy importantes: marcar la agenda mediática y meter el miedo a una debacle electoral a un Partido Demócrata mayoritariamente sionista.

En España, nuestros y nuestras jóvenes también se están empezando a movilizar y a algunas acampadas en Valencia o en Euskadi, en la noche del martes al miércoles, se sumó también la Universidad Complutense de Madrid. La decencia del estudiantado ya ha sido recibida con algunas reacciones políticas. El consejero de Universidades de Ayuso ha hecho un llamamiento a «sacar la política de las aulas», como si pedir que no se asesinen niños fuera algo ideológico. El moderadísimo portavoz de Feijóo, Borja Sémper, ha ido un paso más allá y ha dicho que las manifestaciones universitarias no son de apoyo al pueblo palestino sino «a favor de Hamás» (la versión árabe del comodín de la ETA). Por su parte, la ministra de Universidades de ese gobierno de España que no está haciendo nada para parar el genocidio ha apoyado con palabras hipócritas las movilizaciones. Por supuesto, sus declaraciones no engañan a nadie y mucho menos a las personas acampadas, que ya han dicho que están hartas de «palabras vacías».

Frente a una derecha que apoya abiertamente a los genocidas y una progresía que va olfateando de forma táctica el ambiente mediático para decidir si ya resulta viable electoralmente pronunciar la palabra «genocidio» o todavía no, las personas que defendemos los derechos humanos tenemos la obligación de apoyar, por un lado, a los partidos que, desde el principio, han denunciado lo que estaba ocurriendo en Gaza aunque eso supusiera recibir toda la violencia política y mediática sobre sus espaldas y, por otro lado, a los y las estudiantes que están representando la decencia y la posibilidad de torcerle la mano en algún momento a un gobierno que hace seguidismo vasallo de la OTAN y de los Estados Unidos y obligarle a que, de una maldita vez, pase de las palabras a los hechos.


Madrid –

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