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Infografía de los premio Nobel, Katalin Karikó y Drew Weissman

Instituto Karolinska

Un premio Nobel a la ciencia, la salud y la vida, y contra el negacionismo

En una época en la cual los reaccionarios abrazan la anti-ciencia, el negacionismo y la mentira —no solo en el ámbito de la COVID-19, sino también con el cambio climático o con la violencia machista—, hoy toca celebrar el último Premio Nobel de Medicina


El Instituto Karolinska de Estocolmo concedió ayer el premio Nobel de Medicina a Katalin Karikó y Drew Weissman, investigadores de la Universidad de Pensilvania (EEUU), por sus numerosos avances científicos respecto del ARN mensajero que hicieron posible la fabricación acelerada —más rápido que nunca en la historia de la humanidad— de vacunas efectivas contra la COVID-19, como las de Pfizer o Moderna.

Casi todas las tareas importantes a nivel bioquímico en los seres vivos —y también en esos entes biológicos de difícil categorización que son los virus— las llevan a cabo unas increíbles nanomáquinas conocidas como “proteínas”. Cada proteína, en cada especie, está codificada por lo que llamamos un “gen”, que no es otra cosa que un segmento de la molécula de ADN. Cuando un gen se va a expresar, es decir, cuando se va a producir la proteína correspondiente, lo primero que ocurre es que dicho segmento de ADN es copiado en una molécula de ARN mensajero. El ADN tiene que permanecer en el núcleo celular, pero el ARN mensajero puede viajar por el citoplasma hasta unos fascinantes orgánulos, denominados “ribosomas”, que finalmente utilizan la secuencia de nucleósidos del ARN mensajero para fabricar la correspondiente proteína.

Esto presentaba una gran oportunidad para el diseño de vacunas, ya que, si éramos capaces de introducir en las células humanas una molécula de ARN mensajero que codificase solamente una de las proteínas de un virus —por ejemplo, la proteína S de la COVID-19—, entonces, los propios ribosomas de nuestras células fabricarían dicha proteína en masa (pero sin producir la enfermedad, al tratarse solamente de una parte pequeña del virus), y entrenarían así al sistema inmunitario para que éste tuviera preparados los anticuerpos cuando llegase el virus completo. Los problemas técnicos, sin embargo, eran múltiples. ¿Cómo evitar la rápida degradación de la molécula de ARN mensajero en el torrente sanguíneo? ¿Cómo hacer llegar dicha molécula al interior de la célula? ¿Cómo evitar que nuestro sistema reaccionase contra el ARNm, destruyéndolo antes de que pudiera producir la proteína? Todos estos problemas y alguno más resolvieron Katalin Karikó y Drew Weissman y, por eso, han sido galardonados con el premio Nobel.

La humanidad le había ganado la batalla al virus y lo habíamos hecho gracias a la investigación científica y biomédica. Mientras todo esto ocurría, sin embargo, el movimiento conspiranóico antivacunas echaba sus raíces en la extrema derecha

A principios del año 2020, cuando estallaba la peor pandemia mundial en un siglo y se nos encogía el corazón ante la perspectiva de cientos de miles —o incluso millones— de muertos en España, cuando el gobierno de coalición tuvo que cerrar el país precisamente para evitar la catástrofe —y conseguimos reducir los fallecimientos a decenas de miles—, cuando recorríamos las calles desiertas de nuestras grandes ciudades como si estuviéramos en una película de Hollywood, nadie era capaz de imaginar que, en apenas nueve meses, la ciencia sería capaz de producir una vacuna. Pero así fue. El 21 de diciembre de ese mismo año, la Agencia Europea de Medicamentos emitió la autorización para la comercialización de la vacuna de Pfizer y, en pocos meses, nuestra sanidad pública —todavía una de las mejores del mundo a pesar de los recortes— ponía a España a la cabeza planetaria en términos de porcentaje de población inmunizada. La humanidad le había ganado la batalla al virus y lo habíamos hecho gracias a la investigación científica y biomédica.

Mientras todo esto ocurría, sin embargo, el movimiento conspiranóico antivacunas echaba sus raíces en la extrema derecha. Las personas que afirmaban que Bill Gates había metido microchips en las vacunas para ejercer el control mental o aquellas que sencillamente decían —sin ningún tipo de base científica— que las vacunas tenían catastróficos efectos secundarios que hacían más peligroso ponerlas que no ponerlas eran multitud en las manifestaciones cayetanas contra el gobierno de la primavera y el verano de 2020. La diputada de VOX Macarena Olona llegó a sufrir un linchamiento por parte de sus propias bases electorales en las redes sociales por compartir una foto recibiendo la vacuna.

En una época en la cual los reaccionarios abrazan la anti-ciencia, el negacionismo y la mentira —no solo en el ámbito de la COVID-19, sino también con el cambio climático, con la violencia machista y prácticamente con cualquier elemento de disputa política—, hoy toca celebrar que el último Premio Nobel de Medicina sirva para premiar la ciencia, la verdad, la salud y la vida.


Madrid –

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