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Abandonados frente al frío en el país más poderoso de Europa

Personas con discapacidades, enfermos y pobres aguantan el frío este enero en la avenida berlinesa de Frankfurter Allee, después de que una gran carpa de la Misión haya cerrado durante el día por falta de fondos


Thomas y Hans Joachim no poseen mucho. El poco espacio que ocupan parece ordenado y limpio. A primera vista, no pensarías que los dos hombres sentados frente a la entrada del estacionamiento en el centro comercial «Ring Center» en la avenida berlinesa Frankfurter Allee son personas sin hogar. Sin embargo, la gran maleta, los abrigos gruesos puestos uno encima de otro y algunas bolsas junto a ellos sugieren que el hombre en silla de ruedas y su amigo con la gorra azul en este momento no tienen un lugar donde meterse y calentarse. Hace frío y viento. El sábado nevó. Una y otra vez en este enero, hay personas que llegan hasta aquí, a esta entrada de párking, en una calle sin salida, porque esperan encontrar un lugar cálido, un café y una sopa en la gran carpa de la Misión de la Ciudad de Berlín, una organización cristiana. Cuando constatan que está cerrada, se dan la vuelta con miradas tristes y desesperadas. Y se van. ¿Pero a dónde, demonios, a dónde?

«En el metro tampoco podemos estar, siempre viene la seguridad y nos echa», cuenta Thomas y añade que para las personas con discapacidades en silla de ruedas como él es aún más complicado. Éste solía ser uno de los pocos lugares sin barreras por aquí, pero ahora solo está abierto por las noches a partir de las ocho. Para el resto de sin techo: en el centro comercial quitaron todos los bancos, no hay asientos fuera de los restaurantes y cafeterías. Solo hay sillas decorativas con una cinta roja de terciopelo que nadie puede usar. Porque tampoco son bienvenidos allí. Como ocurre con todas las personas, los sin hogar no están libres de tener prejuicios y de enfrentarse entre sí, en lucha por los escasos recursos. Así, Hans Joachim acusa a los muchos ciudadanos polacos sin techo, que según él, pasan todo el día borrachos y causan problemas.

Uno de los aludidos pasa por aquí como si lo hubieran llamado, y apenas puede caminar. El número de personas sin un hogar ha aumentado en Alemania, en buena parte por los refugiados ucranianos, hasta más de medio millón. La mayoría vive en albergues provisorios, pero no son pocos los ciudadanos alemanes que no pueden pagar sus facturas y también acaban sin hogar, en casas de conocidos o familiares. El estado estima que alrededor de 10.000 personas viven en las calles de Berlín y cinco veces más en toda Alemania. El cierre de este centro contra el frío durante el día llamado «Containerbahnhof» es una catástrofe para estas personas aquí y ahora. Porque incluso aunque hasta finales de diciembre que estaba abierto, había peleas de forma frecuente, alrededor de trescientas personas tenían un almuerzo caliente y un lugar donde poder ducharse, recibir asesoramiento y usar el baño. Un espacio donde podían estar lejos de las frías calles.

Ahora, fuera, una mujer mayor está sentada junto a un carrito de compras en la parada del tranvía, envuelta en una manta. Junto a ella, hay un anuncio de la Misión de la Ciudad de Berlín que pide donaciones con el lema: «Dona calor». No ha descuidado su apariencia, no se ha dejado ir por su situación de sinhogarismo. Pero está agotada, inclinada hacia un lado, durmiendo. Thomas, el hombre en silla de ruedas, dice que esa mujer a menudo se sienta allí y que está enferma. Antes de la reunificación, casi no había personas sin hogar en este vecindario, en los tiempos de la República Democrática Alemana. Es un hecho que no se cuestiona, pero se critica que los sin hogar eran encerrados y tratados como «ociosos» perniciosos, comparándolo con la época nazi, como hace un artículo de la televisión pública MDR que sigue online. Algo que debería ser perseguido, por tratarse de una trivialización del nazismo, algo penado. Pero la garantía de un empleo, el hecho de que los tiburones financieros no podían comprar las casas de los trabajadores y que, en consecuencia, existían alquileres asequibles… esa información ya no interesa hoy. De lo contrario, los ciudadanos podrían pensar que no viven en el mejor sistema.

Los sin techo en silla de ruedas tienen pocos lugares sin barreras en los que reciben ayuda en Berlín

Ahora en buena parte solo se puede confiar en iniciativas privadas y caritativas como esta carpa, que la Misión de la Ciudad de Berlín financió junto con la organización de ayuda a los sin techo «gebewo pro» durante ocho meses, hasta que los fondos fueron «agotados». «La operación del centro diurno en el Containerbahnhof hasta finales de 2023 es posible gracias al apoyo financiero de la Unión Europea a través de los fondos EU-REACT como parte de la respuesta de la Unión a la pandemia de Covid-19», dice en el sitio web de la gebewo. Y ahora se acabó, y muchos de los que aún vienen aquí no lo saben. La miseria acecha no solo a los que ya están en las calles, sino que decenas de miles de trabajadores y pensionistas que han trabajado durante toda la vida, tienen que ir a pedir a los bancos de alimentos, que son también organizaciones caritativas, que dependen de la buena voluntad y donaciones. Estas últimas han descendido a causa de la inflación y así, un tercio de los bancos y comedores no admite en sus listas a pobres nuevos porque no los pueden atender.

Si nada lo remedia, con la recesión y la crisis en Alemania, muchos trabajadores de bajos ingresos, gente que tiene enfermedades o accidentes, acabarán como Thomas y Hans Joachim en la calle. Ya lo conocemos de otros países capitalistas como los Estados Unidos. Los dos todavía tienen humor y les gusta hablar de política. Hoy han recaudado diez euros en donaciones y van a comprar un almuerzo caliente a la vuelta de la esquina. Porque, aunque hay otros lugares a los que podrían ir en Berlín, «no están aquí en el barrio, y para ir allí, se necesita un boleto, que también cuesta dinero, que no tenemos», dice Hans Joachim. «Además, no somos bienvenidos en ninguna parte», dice Thomas. Junto a la entrada de la carpa cerrada hay un cartel publicitario enorme con un hombre en una cama cómoda, envuelto en un edredón de plumas, que, dice, se ha quedado dormido entre las sábanas.


Fotografías: Carmela Negrete

Berlín –

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