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Gerhard Schröder (SPD) y Joschka Fischer (Verdes de Alemania)

Es el capitalismo verde, amigos

Basta ver dónde han acabado los principales líderes de los verdes: Joschka Fischer acabó siendo consejero del gaseoducto Nabucco y asesor de BMW y Siemens


“Cualquiera que se oponga a la intervención de la OTAN en Yugoslavia será responsable de otro Holocausto. Nunca más otro Auschwitz”. Así defendía en 1999, el entonces líder de los verdes y ministro de relaciones exteriores alemán, Joschka Fischer, la participación de la Fuerza aérea alemana en los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia. En menos 78 días, la OTAN arrojó más de 9.000 toneladas de bombas causando la muerte a 1.200 personas, según cifras oficiales del Gobierno yugoslavo. Una intervención armada prohibida expresamente por la Constitución alemana y que se produjo sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, Fischer y la dirección del partido argumentaron que para Alemania era una obligación moral intervenir en Yugoslavia para frenar el “genocidio contra los kosovares”.

Para entender cómo los verdes alemanes, un partido con orígenes pacifistas y antimilitaristas, acabó abrazando la estrategia de la OTAN en Yugoslavia hay que remontarse varias décadas atrás. El congreso fundacional de los verdes se produjo el 12 y 13 de enero de 1980 en la ciudad de Karlsruhe, al oeste de Alemania.

Las brasas del conocido como “otoño alemán”, que se saldó con el secuestro y asesinato del “patrón de los patronos”, Hanns-Martin Schleyer, seguían calientes y la lluvia ácida, consecuencia del programa nuclear del SPD contaminaba ríos y bosques.

En ese contexto, ecologistas, feministas, estudiantes y movimientos contraculturales se unieron para crear un “partido antipartido”.

Por aquel entonces, los verdes no querían ministerios, sino cerrar las centrales nucleares; impedir el despliegue de misiles en territorio alemán; salir de la OTAN; jornadas de trabajo más cortas; equiparación salarial, etc… Desde el principio, se establecieron además mecanismos muy estrictos para evitar la cooptación parlamentaria: los cargos electos serían sustituidos a mitad de mandato por el siguiente candidato en la lista; los diputados verdes rendían cuentas ante el partido; y una fuerte presencia de mujeres, que ocupaban el 50% de las posiciones de responsabilidad del partido, aseguraban la igualdad de género.

Aunque inicialmente, los verdes aunaban desde agricultores y pacifistas cristianos hasta militantes de la izquierda comunista y autónoma, poco a poco, la izquierda radical se volvió hegemónica dentro del partido, sobre todo en las ciudades del norte del país. Desde la ilegalización del Partido Comunista alemán por parte del Tribunal Constitucional en 1956, todos los intentos de crear un partido a la izquierda del SPD habían sido infructuosos. De este modo, el número de afiliados en el Partido Verde creció exponencialmente, pasando de los 16.000 afiliados con los que contaba en 1980 a los 30.000 apenas cuatro años después. En las elecciones federales de 1983, los verdes superaron la barrera del 5% y entraron en el Bundestag con 27 escaños. Comenzaban los dieciséis años de mandato de Helmut Kohl y la CDU dominaba el Parlamento alemán. Mientras tanto, las tensiones dentro del partido comenzaron a aflorar y se constituyeron corrientes internas con diferencias tácticas en relación al SPD.

Por un lado, estaban los ecologistas radicales, apodados “los fundamentalistas” o “fundis”, liderados por Jutta Ditfurth. Eran la tendencia mayoritaria y se oponían a pactar con el SPD. De este modo fijaron condiciones inasumibles por los socialdemócratas para crear coaliciones: como cerrar inmediatamente todas las plantas nucleares o sacar los misiles de la OTAN del territorio alemán.

En posiciones opuestas estaban los “realistas” o “realos”, encabezados por Joschka Fischer y Daniel Cohn-Béndit, que defendían la necesidad de entrar en el gobierno junto al SPD y llevar a cabo “pequeños cambios positivos”. Fueron apodados “koalos” por los ecologistas radicales, que consideraban que su objetivo era “socialdemocratizar” a los verdes. Resulta cuanto menos curioso que figuras como “Dani el rojo”, uno de los líderes del 68 francés, o su compañero de piso Joschka Fischer, que en su juventud participaba en manifestaciones de apoyo a Ulrike Meinhof y la RAF, acabaran siendo los principales representantes de las políticas reformistas del Partido Verde…

En 1985 se forma la primera coalición roji-verde en el parlamento regional de Hesse y Fischer es nombrado ministro de Medio Ambiente y Energía. Fischer acudió a la toma de posesión del cargo con vaqueros y deportivas.

Poco menos de un año antes había insultado al vicepresidente de la cámara regional llamándolo “gilipollas”.

El radicalismo verbal muchas veces va de la mano del reformismo en la práctica política y ese era precisamente el caso de Fischer. Con su toma de posesión comienza una paulatina renuncia a todos sus principios fundacionales. El pacto con el SPD, un partido con conocidos vínculos con la industria farmacéutica y nuclear, deja en papel mojado las promesas de los verdes de cerrar las centrales nucleares. Como consecuencia, las bases del partido se rebelan, y eligen a Jutta Ditfurth, representante de la facción más radical, para el comité federal. Sin embargo, duró poco en el puesto. En 1988 fue destituida acusada de irregularidades en las cuentas, algo que con el tiempo se demostraría falso, pero que sirvió para que los “realos” tomaran la dirección del partido.

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En 1990, los verdes formaron una alianza electoral con Bündnis 90, una coalición anticomunista de Alemania Oriental, y fueron asumiendo la “defensa de los derechos y libertades civiles” como núcleo ideológico. Como consecuencia más de 10.000 militantes verdes abandonaron el partido y fueron sustituidos por liberales y aquellos que se consideraban ambiguamente “defensores de los derechos humanos” tras la caída del muro de Berlín. La base social del partido había mutado y también su orientación ideológica. En 1993, Fischer presentó un punto de partida ideológico para «la izquierda después del socialismo» en el que definía el sujeto del nuevo reformismo liberal verde: “un consumidor ciudadano liberal urbano definido por su estilo de vida individual que protesta contra la energía nuclear”.

El giro ideológico de los verdes y su paulatino acercamiento al SPD acabó llevándolos al gobierno.

En las elecciones federales de 1988, se produjo el primer gobierno roji-verde a escala federal y el canciller Gerhard Schröder nombró a Fischer Ministro de Exteriores y a los también verdes Andrea Fischer y Jürgen Trittin, ministros de Sanidad y Medio Ambiente, respectivamente. Los verdes, que habían obtenido un exiguo 6,7% de los votos, entraron así en el gobierno federal a cambio de un apoyo sin fisuras tanto a la OTAN como a la economía de mercado.

Pero, ¿cuáles fueron las principales contribuciones de los verdes en el gobierno? En primer lugar, como ya comentábamos, sirvieron para blanquear la intervención militar de la OTAN en Yugoslavia. Tal y como señala Joachim Jachnow en su artículo “¿Qué ha sido de los verdes alemanes?”, de la New Left Review, Fischer conocía los planes de la administración Clinton sobre Yugoslavia antes de entrar en el gobierno, por lo que la alianza con el SPD implicaba que los verdes se plegaran a su estrategia atlantista. Esto se vería confirmado años después, con la invasión de Afganistán. Mientras que los verdes estadounidenses se opusieron a la guerra de Bush, los verdes alemanes, con Fischer a la cabeza, aseguraron que Schröder tendría su apoyo en caso de que quisiera mandar armas alemanas al frente. Los verdes estadounidenses llegaron a mandar una carta a sus homólogos alemanes en la que denunciaban que Joschka Fischer estaba “apuntalando al gobierno alemán y había puesto el poder por delante de los principios”.

En segundo lugar, la presencia de los verdes en el Gobierno federal sirvió para consolidar la agenda neoliberal de Schröder. Como consecuencia, se produjo un enorme expolio de los activos públicos, de la Seguridad Social y de los fondos de pensiones. Al mismo tiempo, se redujeron los salarios y se concedieron beneficios fiscales a las empresas por valor de miles de millones de euros. Gracias a las leyes aprobadas por la coalición roji-verde el número de trabajadores temporales pasó de los 200.000 en 1997 a los 731.000 en 2007. Los verdes, que en su día habían sido defensores del Estado de Bienestar y la redistribución económica, acabaron siendo funcionales a la redistribución de la riqueza sí, pero en favor de los ricos. La histórica dirigente de la facción radical de los verdes, Jutta Ditfurth, ironizaba que el canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder, oficiaba de “cocinero”, mientras que Fischer hacía de “camarero” evitando las quejas de los comensales.

Por último, la otra gran capitulación de los verdes se produjo ante la industria nuclear alemana.

La lucha antinuclear había sido uno de los ejes fundacionales de los verdes, pero una vez en el gobierno prorrogaron la vida de los viejos reactores; legislaron a favor de la industria nuclear; y se mantuvieron impasibles ante la creciente criminalización de las protestas antinucleares, militarizando incluso a la policía.

La derechización de los verdes ha llegado hasta tal punto que uno de sus líderes históricos, el líder estudiantil del 68 Daniel Cohn-Bendit, manifestó en 2013 que una alianza entre los verdes y la CDU sería una «opción realista». Las bases también se han ido derechizando, y el mismo año que “Dani el Rojo” llamaba a un pacto con la derecha alemana, una encuesta sugería que el 54% de los votantes verdes, ahora mayoritariamente de rentas altas, respaldaría una coalición federal con la CDU.

Basta ver dónde han acabado los principales líderes de los verdes: Joschka Fischer acabó siendo consejero del gaseoducto Nabucco y asesor de BMW y Siemens; Andrea Fischer, antigua ministra de Sanidad, terminó siendo parte del lobby de las industrias hospitalarias y farmacéuticas; la antigua portavoz de los verdes, Gunda Röstel acabó en la dirección de la energética alemana EON, que por cierto tiene también una rama que se ocupa de la energía nuclear; Margareta Wolf, exsecretaria del Ministerio de Medio Ambiente, entró en nómina del lobby de la industria nuclear;  Matthias Berninger, secretario en el Ministerio de Agricultura trabajó para el gigante de la industria alimentaria Mars; la candidata verde Marianne Tritz es se convirtió en miembro del lobby de la industria del tabaco; y Cohn-Béndit acabó trabajando para un lobby financiado por Amazon, Microsoft, Google, Yahoo, Ebay y Facebook. Es el capitalismo verde amigos…


Madrid –

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