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Benjamín Netanyahu — X (Twitter)

Los intereses detrás de la invasión de Rafah por Israel

La tensión interna en el gabinete es grave ya que Netanyahu es perseguido por propios y ajenos ante sus casos de corrupción y sus intentos por erosionar el Estado de derecho con la reforma judicial


La invasión de la franja de Gaza ha cambiado la forma en la que entendíamos la relación entre Israel y los territorios palestinos ocupados. El pretendido objetivo de liberar a los rehenes de Hamás se ha mostrado como un argumento falaz ya que Israel ha aprovechado realmente la campaña militar para destruir una gran cantidad de infraestructura civil y matar a más de 30.000 palestinos en el transcurso, así como a parte de los propios rehenes que supuestamente buscaba liberar. Asimismo, el gabinete de Netanyahu se ha negado en sucesivas ocasiones a la liberación cruzada de prisioneros con los grupos palestinos, enfrentando incluso protestas de los familiares de los rehenes.

La motivación que subyace tras el asalto a la Franja de Gaza se mueve más en la tensión de los intereses políticos de los diferentes miembros del gobierno israelí. Si bien Benjamín Netanyahu ha tratado de equilibrar los diferentes empujes hacia campañas militares de mayor velocidad e incluso de mayor escala con los intereses estadounidenses de no verse arrastrados a una gran guerra regional, finalmente el primer ministro israelí ha ido procediendo con sucesivas invasiones de la Franja de manera escalonada. El comienzo llevó a los militares a apoderarse de la ciudad de Gaza y de una importante zona de amortiguación en la frontera entre Gaza e Israel, para proceder luego con la ciudad de Jan Yunis.

Entre un asalto y otro se empujó a casi un millón de palestinos al sur de la Franja, asegurando que se les desplazaba a lugares seguros. Si permanecían en sus posiciones al norte, los convertían en objetivos legítimos de sus ataques. Si se marchaban a las posiciones “seguras” en el sur, estas acababan siendo bombardeadas igualmente. La localidad más al sur de la Franja es la fronteriza con Egipto, Rafah, situada junto al corredor de Filadelfia. La invasión de esta zona es la gran incógnita que se mueve en Tel Aviv. Sin más escapatoria al sur que el desierto del Sinaí egipcio, el mar Mediterráneo al oeste, el desierto del Neguev israelí al este y la destrucción de Jan Yunis al norte; esta localidad tiene un peso humanitario clave durante la actual crisis.

Si atendemos a los distintos objetivos que la prensa israelí ha ido delineando sobre las deliberaciones de los gabinetes de guerra y de seguridad en Israel, se puede vislumbrar la diferencia de estrategias para proceder con la invasión del último asentamiento palestino en Gaza. Los sectores más radicales, con presencia en el gabinete de seguridad, han hablado abiertamente en términos de limpieza étnica, matanzas de palestinos, desplazamientos masivos de población y han apoyado las conferencias sobre la colonización. Entre ellos se encuentran ministros como Itamar Ben-Gvir, de Seguridad Nacional; Bezalel Smotrich, de Finanzas; Amihai Eliyahu, de Patrimonio; Israel Katz, de Exteriores; Shlomo Karhi, de Comunicaciones; Haim Katz, de Turismo; Yitzhak Goldknopf, de Vivienda; May Golan, de Mujer (sin cartera formalmente); y Miki Zohar, de Cultura y Deporte.

De hecho, algunos como el de Patrimonio incluso han planteado lanzar una bomba nuclear que, ante los ojos de la comunidad internacional, Israel no tendría, sobre la Franja de Gaza. Otros como el ministro de Defensa, Yoav Gallant, cuya relación con Netanyahu está rota a pesar de formar parte del mismo partido, han presionado para que la invasión de Gaza —y de Líbano— ocurrieran mucho antes y en mayores dimensiones. La pátina de legitimación civil la representan las organizaciones de colonización lideradas por perfiles tan radicales como Daniella Weiss, quien reclamaba “del Éufrates al Nilo” en el mes de enero o, más recientemente, apoyaba no ya una invasión sino una colonización del sur de Líbano.

La tensión interna en el gabinete es grave ya que Netanyahu es perseguido por propios y ajenos ante sus casos de corrupción y sus intentos por erosionar el Estado de derecho con la reforma judicial. Es por ello que su supervivencia política depende de mantener prietas las filas del Likud, donde el ministro Gallant amenaza con romper con él si no se defienden los intereses de las fuerzas armadas y presiona por avanzar en las invasiones de Rafah y Líbano, y de sus socios más radicales, los únicos que no cuestionan su figura. Si no sigue una línea que satisfaga los intereses de todos estos perfiles, sus otros socios del gabinete de guerra amenazan con romper con él por otro lado. Estos son eminentemente su ex ministro de Defensa, Benny Gantz, y Gadi Eisenkot. Ambos dos forman parte del que, según todas las encuestas, sería el principal partido israelí de realizarse elecciones: Unidad Nacional.

Netanyahu no puede perder a los socios de Unidad Nacional porque sería el fin del gabinete de guerra y el gobierno de concentración que quería formar para combatir a Hamás. Sin embargo, estos, junto con otros perfiles de la oposición, piden la cabeza de Netanyahu y que tome las riendas otro político de su partido si es necesario. Por ello, el primer ministro es preso de varios ministros fascistas y de otros tantos ultraortodoxos.

La posibilidad de construir un gobierno alternativo con Benny Gantz o Yoav Gallant a la cabeza, sin Netanyahu y sin los más radicales, tampoco es una mejor opción para los palestinos ya que, como se ha mencionado Gallant es de los más belicistas del gabinete y la coalición anti-Netanyahu necesitaría de otros opositores de firme apuesta por la invasión de Rafah. Entre ellos se encuentra Avigdor Lieberman, uno de los más importantes representantes de los judíos de origen ruso en Israel. Las reservas del mismo a entrar al gobierno no se plantean en términos de rechazo a la invasión sino al primer ministro. De igual modo ocurre con el líder de la oposición, Yair Lapid, que ha señalado que solo se debería aceptar un Estado palestino si fuera dócil ante Israel. Como se ve, el sentir general se ve movido hacia el rechazo a la solución de dos Estados, la ruptura con los Acuerdos de Oslo y una operación en Rafah que corte el acceso gazatí con Egipto y pase a estar completamente controlado por Israel, como ya ocurre con la frontera Jordania-Cisjordania.

El último debate para Netanyahu pasa por la opción de retrasar la operación, igual que ocurrió en Líbano o en la escalada con Irán, a cambio de mejorar su mano con Estados Unidos y tener algo que pueda vender ante sus dos gabinetes sin que se le caiga el otro. Pero mientras Washington presiona por un alto el fuego temporal y un intercambio de rehenes, los más radicales amenazan con romper el gobierno si se acepta cualquier acuerdo de este tipo con Hamás que incluya avances en una solución política mínimamente vinculada a Oslo o a la solución de dos Estados.

La mayor oferta de los cónclaves de negociación con la participación de Egipto, Catar, Arabia Saudí y Estados Unidos ha pasado por una profundización en los Acuerdos de Abraham. Es decir, intercambiar la operación israelí en Rafah o un futuro de colonización israelí de Gaza por una normalización de relaciones con Arabia Saudí y una futura autoridad palestina alejada de Irán. Las opciones pasan por una presencia colaboracionista con influencia saudí o de algún otro país de la zona, con o sin vinculación con la ANP y su reforma. Arabia Saudí, a cambio, podría recibir algo que llevan codiciando desde hace años y a lo que podrían dar mucho más valor que a un Estado palestino: un acuerdo de defensa bilateral con Estados Unidos. Según el WSJ, Riad aceptaría rebajar sus demandas sobre Palestina a un simple acuerdo verbal sobre la solución de dos Estados. Una solución que está claro que Israel no está por la labor de implantar e insiste en invadir Rafah. Y todo esto con Biden en la Casa Blanca, quien vino a convertir al reino saudí en un “Estado paria”.


Madrid –

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Editorial

  • Borkum

    Es difícil concebir cómo puede el PSOE frenar a la extrema derecha si no es capaz ni siquiera de frenar un pequeño carguero que transporta armas que pueden acabar siendo usadas para asesinar niños durante un genocidio

Opinión