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Giorgia Meloni participa en un mitin de VOX

Giorgia Meloni participa en un acto de VOX.

Europa Press

Si compramos las ideas de la ultraderecha

¿Cómo cabe pensar en construir un sentido común diferente si la «izquierda» política y mediática comparte las mismas bases ideológicas y discursivas con la derecha y la ultraderecha?


En el álbum de fotos de la visita de Giorgia Meloni y Ursula von der Leyen a Lampedusa falta una imagen: la de las dos altas representantes institucionales de Italia y la Unión Europea discutiendo con y escuchando a los 1.500 migrantes que siguen retenidos en el interior del hotspot de la pequeña isla italiana, una vez que fue «limpiada» (el copyright de la expresión es de la prensa italiana) de otros miles de hombres y mujeres, trasladados a otros lugares de la península.

La imagen no falta porque alguien la haya perdido; sencillamente nunca ha existido. En su visita de dos horas a Lampedusa, Meloni y von der Leyen encontraron la manera y el tiempo para reunirse con las autoridades locales, para escuchar a algunos ciudadanos «cabreados» porque en realidad lo que las autoridades siguen definiendo como una «emergencia» se repite cada año desde hace más de diez (pronto se cumplirá el décimo aniversario de la masacre del 3 de octubre de 2013, cuando 368 migrantes murieron a pocas millas de Lampedusa por el naufragio de la embarcación en la que viajaban) o para organizar una rueda de prensa. Pero no para reunirse con las y los migrantes.

Se habla mucho de migrantes. Todo el mundo habla de ellos. Excepto ellos mismos. En el relato de la crisis migratoria, los propios migrantes son los únicos a los que se les niega el derecho a tomar la palabra. Son objetos y nunca sujetos.

Una vez más el guión ha vuelto a repetirse. Los migrantes han sido el «objeto» del plan de 10 puntos de la UE presentado por Ursula von der Leyen en la rueda de prensa del domingo 17 de septiembre. Y otra vez ellos, los migrantes, han sido el «objeto» de las medidas adoptadas por el Consejo de Ministros italiano al día siguiente, lunes 18 de septiembre.

El gobierno de ultraderecha ha aprobado nada menos que el tercer paquete legislativo sobre este “objeto» en solo 10 meses de gobierno. Siempre bajo el signo del endurecimiento de las leyes ya existentes, de la introducción de nuevos delitos, con arreglo a un marco en el que la responsabilidad (o la “culpa” católica) recae siempre sobre los migrantes. La culpabilización de las víctimas como seña de identidad de la extrema derecha.

En concreto, esta vez fue la ocasión de poner blanco sobre negro la promesa de construir nuevos CPR (Centros de Permanencia para la Repatriación), es decir, cárceles para inmigrantes: de los 10 actuales se pasará a 20, uno por cada región. Para gran satisfacción de las empresas que consigan los contratos de adjudicación.

Asimismo, será posible «retener» por periodos más largos, de hasta 18 meses, a los presos-migrantes. A la espera de que las autoridades decidan si cada uno de ellos tiene derecho al paraíso —quedarse en Europa— o está destinado al infierno — la devolución al país de origen.

Mientras adopta estas medidas, la ultraderecha —la política, pero también la mediática— no olvida otra de sus características típicas: el victimismo. Los miles de migrantes que llegan a las costas italianas serían el resultado de un plan minuciosamente preparado: la invasión. ¿Quién ha planificado y está llevando a cabo esta funesta invasión? El enemigo es distinto de un día para otro: el Grupo Wagner, las «mafias de la inmigración», Soros, el Partido Demócrata, Josep Borrell. Por cierto que aquí también los inmigrantes siguen siendo un «objeto», esta vez de los planes de organizaciones vagamente definidas pero desde luego enemigas de Italia (y de su gobierno).

No deben sorprendernos ni la retórica ni las medidas adoptadas por la ultraderecha. Al fin y al cabo es su ADN. Sin embargo, resulta digno de mención el planteamiento que reflejan las palabras de von der Leyen. De hecho, parece como si la presidenta de la Comisión Europea hubiera ido a la escuela de Meloni y compañía: «Quién entra en Europa lo decidimos nosotros«; tales fueron sus declaraciones en Lampedusa. Por su parte, Meloni no tardó en hacerlas suyas. En efecto, puede reclamar para sí el derecho de primogenitura. La suya y la de su familia política, la de los Bannon, los Abascal, los Bolsonaro, los Le Pen, los Orban.

Parece como si la presidenta de la Comisión Europea hubiera ido a la escuela de Meloni y compañía: «Quién entra en Europa lo decidimos nosotros»; tales fueron sus declaraciones en Lampedusa. Por su parte, Meloni no tardó en hacerlas suyas.

Sin embargo, Von der Leyen no se limitó a rechinar los dientes, imitando a la extrema derecha. Como si de un muñeco manejado por la ventrílocua Meloni se tratara, anunció que la UE reforzará el control aéreo y naval en el Mediterráneo, así como la estructura Frontex, bajo la bandera de la «Europa Fortaleza«; que se ha declarado la guerra contra los traficantes de seres humanos; que es necesario aplicar los acuerdos firmados con Saied, el déspota tunecino, siguiendo el modelo de los ya vigentes con Turquía y Libia.

Por desgracia, no es que Von der Leyen se haya dado un golpe en la cabeza. Es un síntoma de un fenómeno más preocupante: el desplazamiento hacia la extrema derecha de todo el espectro político.

Prueba de ello son las declaraciones de otros altos representantes institucionales europeos. Darmanin, ministro del Interior francés, “macroniano” y “liberal” ha declarado lo siguiente: «es necesario controlar las fronteras para que la gente no llegue aquí». Y su homóloga alemana, la socialdemócrata Nancy Faeser, se declaró a favor del control naval y aéreo porque «de lo contrario no podremos controlar la migración«). Control de fronteras; bloqueo de las llegadas en origen; militarización de las fronteras: la crisis migratoria como un mero problema de seguridad: ésta es la herencia de la extrema derecha que es asumida como propia por la derecha conservadora tradicional (von der Leyen), los «liberales» (Darmanin) e incluso los socialdemócratas (Faeser).

Se trata de un fenómeno internacional y el escenario nacional italiano no constituye una excepción. Desde una derecha mediática que cada día repite machaconamente  la tesis conspirativa de la invasión —el diario La Verità, dirigido por Maurizio Belpietro, tiene una sección de «lucha contra la invasión”— hasta una derecha política (y gubernamental) que parlotea de «sustitución étnica» (como hizo la propia Meloni antes de ganar las elecciones, sin olvidar al actual ministro de Agricultura Lollobrigida, por cierto también cuñado de la presidenta del gobierno).

Pero la oposición no presenta mejor cara. Por el contrario, lo que Canal Red, la televisión dirigida por Pablo Iglesias, define como “progresía mediática”, se presta de buena gana a reproducir y reforzar el marco ideológico de la ultraderecha. ¿Un ejemplo concreto? En medio de los debates de estos días, La Stampa, propiedad de la familia Agnelli, publicaba el 19 de septiembre un artículo a toda página —”Más vuelos, el doble de CPR y tiempos dilatados: las nuevas reglas costarán hasta tres veces más”—, en el que se critica al gobierno Meloni por gastar más dinero público en la gestión del fenómeno migratorio. Migrantes = más gasto de dinero público = perjuicio para el país. Por si fuera poco, en el mismo artículo, en lugar de la palabra «migrantes» se usan expresiones muy apreciadas por la extrema derecha: «clandestinos» e «irregulares».

Ni siquiera la oposición política al gobierno Meloni se libra de esta actitud. Giuseppe Conte, comentando el razonamiento contable de La Stampa, declaraba que «si gastas 50 euros al día en un inmigrante y luego das 1 euro al día a los más pobres, estamos ante un soberanismo de segunda mano». De esta suerte, añade otro rasgo apreciado por la ultraderecha: la división de un posible frente de clase con arreglo a líneas «étnicas». Inmigrantes frente a autóctonos, donde los primeros quitan recursos —ya de por sí escasos— a los segundos. El corolario de este razonamiento es que el dinero dinero —pero también las viviendas, los hospitales, las escuelas— a los italianos. ¿Cuánto dista este razonamiento del eslogan «los italianos primero», empleado por Salvini y por formaciones explícitamente neofascistas como CasaPound?

Sin embargo, Conte no se ha quedado ahí: en un vídeo, se dirigió directamente a Giorgia Meloni, exigiendo una disculpa por su gestión de la crisis migratoria. Bien hecho, podría pensar. ¿Habrá denunciado el trato inhumano infligido por el gobierno? Por desgracia, no es así. Según el líder del M5S, Meloni debería disculparse por incumplir su promesa electoral de aplicar un bloqueo naval. «¿Dónde está el bloqueo naval?», pregunta Conte. Como si cumplir la promesa electoral fuera algo distinto de un acto de barbarie absoluta.

¿Cómo cabe pensar en construir un sentido común diferente si la «izquierda» política y mediática comparte las mismas bases ideológicas y discursivas con la derecha y la ultraderecha?

Por el contrario, lo que hace falta es tener el valor de cuestionar los presupuestos ideológicos de la extrema derecha y desafiar el sentido común. No basta con un enfoque «humanitario» y «caritativo». Si es cierto que los migrantes no son delincuentes ansiosos por cometer delitos en nuestros países, es igualmente cierto que tampoco son el «buen salvaje» de Rousseau, al que habría incluso que asistir y «civilizar».

La representación del migrante en su dimensión única de «víctima» le priva del potencial de ruptura que tiene un sujeto que lidia con las contradicciones del sistema que nosotros también combatimos. “Infantilizarlo» significa privarnos de la posibilidad de que se convierta en nuestro aliado. Un proceso que es posible y, en determinados aspectos, es ya una realidad. Así lo demuestran las batallas en los campamentos o en los almacenes logísticos, donde los protagonistas son los trabajadores migrantes junto a los trabajadores italianos, a cuyo servicio cuentan con estructuras políticas y sindicales que a su vez se han visto transformadas por el impacto con esta nueva composición de clase que es ya una realidad en los países europeos. También en Italia.


Madrid –

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