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Abuelita dime tú

Nunca se tomaron cinco días para pensarse cómo ayudarte o cómo alegrarte el día. Estaban ahí, de manera permanente


Voy de Fentanilo (Frenadol) hasta las trancas. Nada bueno puede salir de este texto/homilía descarriada. Menos mal que me estoy leyendo el último libro de David Sedaris y eso siempre alivia.

Para los ricos el puente es una oportunidad para desempolvar sus muebles de Luis 16 (con número) y airear sus mansiones en Comillas (Cantabria). Para los pobres es una oportunidad para que un virus cabrón se te meta en el cuerpo y te deje doblado.

El cuerpo es sabio, dicen.

—Eso es que necesitabas descansar, me dice una amiga (que no tiene catarro alguno y está feliz hojeando libros en mi librería favorita).

Llevo tres días hasta arriba de paracETAmol y en medio de los sudores y delirios de madrugada me he planteado muchas cosas.

¿Es cierto que a Vicente Vallés le han hecho doctor Honoris Causas Asco de no sé qué universidad del grupo PlanETA?

¿Es cierto que un punki le ha dicho a Ama Rosa en directo y en la puta cara que es una manipuladora?

¿Es cierto que Pedro Sánchez se ha tomado otros días moscosos y no ha hecho nada por tu patria?

He soñado con Candela Peña vestida de Rosario Porto. Me recordaba a la señorita Pepis o a Yolanda Díaz.

—Yo no sé nada, yo no hice nada (con tono lánguido).

Nos vamos a ir a la tumba sin saber por qué mataron a la pobre niña. Tanto listo que hay en los programas de las teles generaLISTAS y nadie da con la clave.

Os podéis creer que he soñado, puesto hasta arriba de Fentanilo, que el ministro de Cultura Ernest Urtasun le metía una cornada a los anormales que defienden la tortura de nuestros amigos y amigas los animales.

De ser así, Ernest ha hecho ya más en medio año que Alberto Garzón en cuatro. Todo hay que decirlo.

Urtasun no parece de Sumar, ¡qué cosas!

Ha abierto una caja de Pandora difícil de cerrar. Y la gente del toro de lidia lo mismo te atropella con su Land Rover por la Castellana que te descerraja un tiro mientras paseas por el Retiro con tu parienta.

En medio de mis sudores fríos y pelis de Sidney Lumet he visto que en universidades estadounidenses se han montado un 15-M de categoría, contra el genocidio en Gaza.

Siempre lo digo, ojo a EE.UU. que hay una parte de ellos y ellas que desconocemos y es una bomba de relojería (de las buenas).

Se partieron el lomo contra la Guerra de Vietnam. Y tienen un cine independiente que ya nos gustaría aquí, con todos mis respetos.

Aquí en las manis a favor de Palestina somos cuatro y el del tambor. Lo sé porque siempre termino entrevistando a los mismos y las mismas.

El otro día un señor de IU me increpó porque no le metía el micrófono en un “canutazo” a Enrique Santiago.

No soy de canutazos, meto el micrófono después. Pero el señor no dejó que me explicara.

—Si fuera de Podemos ya le hubieras metido todo, me dijo.

¿Qué hacía un currante diciéndole a otro currante lo que tenía que hacer en su puesto de trabajo?

Pues eso.

Me avisa el Frenadol que hay elecciones en Catalunya. Estuve viendo el debate (en versión original, sin traducción) y me aburrí como una ostra.

No sé si me aburre Fortes y su obsesión por el cronómetro, la voz ñoña de Gemma Nierga o que la única candidata a presidenta que tenía dos dedos de frente era Laia, la de la CUP.

Gran descubrimiento. Si va a haber repetición electoral que las repitan ya, pensé en mi denso delirio mientras movía la cucharilla con los gránulos de Frenadol dando vueltas a lo loco.

Lo peor de estar enfermo (sales de una pinche lumbalgia y te metes en un resfriado del trece) es no poder ir al cine.

Sí, yo soy de los que va al cine. Sorry.

Lo peor de estar enfermo, además de no poder irte de vacaciones a un lugar que no te puedes pagar en la vida, es que ves con clarividencia los movimientos extraños de ciertas personas.

Haces un análisis de la situación general de tu vida y agradeces haber dejado atrás a gente que era un auténtico lastre. Gente que se tiraba por la borda y tú intentabas salvar de no sé qué que tú ni siquiera sabías.

—Yo solo quiero tomarme una pizza contigo y echarme unas risas. Era mi lema. Pero nada, ni caso.

Los narcisistas, las de la Cofradía del Santo Reproche, el que siempre tiene que llevar la razón, el que nunca te pregunta cómo estás aunque tú siempre estés para él.

Suma y sigue. Aburren a las cabras y duermen a las ovejas, decía mi abuela.

Precisamente en estos cuatro días de delirio catarril me he acordado mucho de mis abuelos. De su trabajo sordo día tras día. Como un martillo pilón. Siempre podías contar con ellos. A la hora que fuera.

Lo conté en otra ocasión, te encontraban una caja de supositorios a las tres de la madrugada antes de lo que canta un gallo. Ni un mal gesto, ni una mala cara. No ganaron la medalla al mérito civil, ni disfrutaron de amnistía alguna cuando llegó la enfermedad que les mando al otro barrio, que siempre será el nuestro también.

Mi madre los acogía en verano con los brazos abiertos y a mi eso me daba la vida. El día que llegaban era el más feliz del verano y el que se iban me agarraba a los mofletes de mi abuelo para decirle: —Algún día me vas a dejar las fichas rojas del parchís y te voy a ganar.

Usaba las rojas porque era rojo. La única manera que tenía de poder decirlo sin levantar sospechas. Incluso bien entrada la democracia. El miedo estaba ahí.

Conocer de primera mano la historia de la bondad, la miseria, el esfuerzo… La sonrisa cómplice de tu abuelo cuando te dejaba que le comieras una ficha al parchís. La sonrisa cómplice de tu abuela cuando te contaba con detenimiento cómo darles a las patatas de la tortilla el toque mágico.

El día que murió Elvis lo pasamos juntos, abrazados.

Todavía recuerdo las rosquillas o las torrijas que te traían en una tartera (no había túpers). El juguete de la tienda de su barrio que te traían con todo el cariño. Puede que no fuera el que tú le hubieras pedido a Papá Noel pero era el que le hubieras pedido a tus abuelos. Envuelto con papel de la tienda de barrio de toda la vida. Y siempre la sonrisa cómplice, el cariño.

Se cortarían un brazo por ti, entonces y ahora que ya no están.

Los padres y madres saben mucho pero las abuelas y abuelos lo saben todo dice siempre una amiga mía (que no es abuela, pero como si lo fuera).

Nunca venían con las manos ni con el corazón vacíos.

Y en este mi primer catarro sin mi madre la medicina ha querido que me acuerde de ellos.

¿Qué me dirían en un día como hoy?

—Tranquilo que son cuatro días y luego estarás como nuevo.

Abuelito, abuelita… dime tú.

Nunca se tomaron cinco días para pensarse cómo ayudarte o cómo alegrarte el día. Estaban ahí, de manera permanente.

—Como la funeraria, decía siempre mi abuela.


Madrid –

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