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Pedro Sánchez junto a Yolanda Díaz en el Congreso de los Diputados

Pedro Sánchez, la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua y Yolanda Díaz

Eduardo Parra / Europa Press

Ahora que el miedo asoma otra vez

El miedo es la principal clave explicativa de la correlación de debilidades de entonces y de ahora. No la prudencia, no la responsabilidad, no el realismo, sino el miedo, instigado y padecido, producido y sufrido


Qué impresiones lánguidas y anémicas está dejando la representación parlamentaria en el inicio de la decimoquinta legislatura. Para retratar la escena que se está performando en el Congreso vuelve a ajustarse como anillo al dedo la expresión de “correlación de debilidades” de montalbaniana memoria. Bien mirado, apenas hay actores relevantes en las bancadas del parlamento que no presentes, bajo los mantos de la retórica, llagas, úlceras y laceraciones que les instilan un miedo ante lo que pueda deparar el inmediato futuro. Debilidades no solo de fuerza electoral, sino de consistencia organizativa y sobre todo de proyecto. La realidad actual del cuadro político español se caracteriza por la ausencia de un motor gravitatorio interno: ni reaccionario, ni republicano-emancipador.

Sin menoscabo de otros factores importantes que no puedo abordar en este artículo, mi hipótesis es que la correlación de debilidades está vinculada al agotamiento (¿temporal?) de las posibilidades de cambio real, dictatorial o republicano, en la monarquía de partidos nacida en 1977. La debilidad es el producto compuesto de los errores tácticos y estratégicos y de las heridas y mutilaciones producidas mutuamente por los adversarios y antagonistas políticos. Hablo, por supuesto, de los partidos, y no de las relaciones estratégicas de fuerza dentro y fuera del estado, claramente desfavorables para los grupos subalternos. Para entendernos mejor, adoptemos la distinción entre un eje de clase, raza y género, o izquierda-derecha, y un eje territorial entre el bloque españolista, por un lado, y nacionalismos, soberanismos e independentismos por el otro. En 2010 tienen lugar tanto la sentencia del TC sobre el Estatut como la rendición incondicional del zapaterismo ante el capital financiero. 2011 lleva a la crisis (probablemente irreversible) del bipartidismo y el turnismo, donde la iniciativa y la legitimidad pasan a la izquierda gracias a Podemos entre 2014-2017 y 2020-2021 con el gobierno de coalición en plena pandemia del Covid. En el eje territorial, iniciativa y legitimidad corren del lado del independentismo catalán hasta el punto de inflexión de 2017. Desde el punto de vista de la táctica del bloque dominante del estado, Podemos y el procés independentista hacen ver las Parcas a los aparatos militar, policial, judicial y mediático —no hay medios “privados” sin el apoyo decisivo del estado— que, con el sólido apoyo de la corona, operan un giro reaccionario que pretende cerrar la crisis de régimen de manera autoritaria y represiva, restringiendo el pluralismo político dentro de los marcos permitidos de momento en la UE.

Permitidme un recordatorio por si no quedan claros los presupuestos de mi razonamiento. El Reino de España es un sistema constitucional de pluralismo político limitado. Y, dentro de los límites marcados tanto por la dictadura franquista como por sus patrocinadores estadounidenses, esa limitación fue la solución al problema de la legitimación democrática en el mundo de Yalta y que se aplicó también con distintas variantes en los casos portugués, griego e incluso italiano. Bajo tales condiciones de pluralismo político limitado, nadie que luche seriamente por la subordinación de la propiedad del capital y del suelo a la satisfacción efectiva de los derechos humanos, sociales y ecológicos; nadie que luche seriamente por el derecho a la autodeterminación; nadie que luche seriamente contra la guerra y por la salida de la OTAN; nadie que luche seriamente por la laicidad del estado y de la enseñanza y la cultura públicas: nadie así puede esperar otra cosa que hostilidad y proscripción en el Reino de España. Cada acuerdo constitucional originario, cada acto de constitución material, define al enemigo de la constitución y presupone la acción concertada de los poderes del estado para llevar a cabo su erradicación o su domesticación. El Reino de España cuenta con un monarca como jefe del estado y garantía de la unidad territorial de un estado plurinacional y de la continuidad fundamental de las relaciones de clase, raza en la forma estado, junto con un estado de partidos como mediación representativa exclusiva de las fuerzas políticas y sociales y, por lo tanto, como actores decisorios únicos sobre la composición de los poderes del estado.

Que una militante del PCE como Yolanda Díaz afirme sin descanso que el diálogo y no la lucha a cara de perra de las clases subalternas es la clave del avance de los derechos, o que, como condición de la amnistía, exija al independentismo catalán la promesa de no volver a iniciar un proceso independentista, es un síntoma demoledor de que la inteligencia vital ha abandonado a la mayoría del antaño denominado “bloque del cambio”

Sobre esta base, quizás podamos entender mejor cómo se ha llegado a esta correlación de debilidades en el sistema de partidos. La ofensiva contra Podemos no ha conseguido destruirlo, solo debilitarlo seriamente y marginarlo, sin que el recambio, Sumar, ni el gran beneficiario, el PSOE, hayan mejorado sus opciones. La pluralidad de las izquierdas parlamentarias ha venido para quedarse. El PSOE no puede volver al ciclo prodigioso de la década de 1980, pero tampoco al puente aéreo Madrid-Barcelona del periodo Zapatero. Sumar es ya de hecho un producto de transición, en proceso de descomposición, una operación fracasada, víctima de su karma impuro. Los independentismos, el catalán por encima de todo, pero también el vasco, saben que la derrota y la decepción del procés y el precio pagado por el fin de ETA y la vuelta a la legalidad de la izquierda abertzale hacen absolutamente necesario pero no necesariamente posible el pacto con el PSOE de Sánchez. Las derechas divididas han fracasado en su proyecto de llegar al gobierno por vía electoral y están enfangadas en una guerra larvada, que sin embargo el PP no puede ganar puesto que, una vez liberada la bestia que dormitaba latente en el seno del partido fundado por Manuel Fraga, ya no es posible ni electoral ni orgánicamente que el neofranquismo español regrese a las cavernas. Como singularidad en este cuadro, Podemos conserva la virtud del derrotado y lo más importante, la cabeza.

Sin embargo, no podemos usar la noción de “correlación de debilidades” como una apología del resultado, como se hizo durante la transición. Es más, cada día se hace más necesario un revisionismo de izquierdas del relato de la transición, un revisionismo contrafactual que se atreva a pensar qué hubiera sucedido si se hubieran emprendido los caminos prohibidos. Pero también qué movía a los agentes que, según los Cercas y Julianas y antaño los Praderas o Pregos, se movieron con sentido del sacrificio de la responsabilidad para evitar una vuelta a los viejos demonios de la vida política española. Porque uno de los elementos centrales del relato de la transición es el miedo, hecho de fantasmas e imaginaciones funestas. El miedo es la principal clave explicativa de la correlación de debilidades de entonces y de ahora. No la prudencia, no la responsabilidad, no el realismo, sino el miedo, instigado y padecido, producido y sufrido. Y, con el miedo, dominan las imaginaciones ilusorias, los análisis errados, las tácticas anémicas. ETA, los militares golpistas, el 23F, la policía torturadora y mutiladora, la ambigüedad de la corona y la permisividad del hegemón estadounidense se encargaron de producir el miedo necesario y suficiente para el cierre imperfecto del pacto constitucional entre 1978 y 1982. Miedo a una vuelta al franquismo y miedo a otra guerra civil. Más la promesa compensatoria de una modernización y un bienestar incesantes dentro del proyecto europeo y atlántico. En un próximo artículo intentaré probar la escasa probabilidad de que se hubieran producido esos resultados en el caso de que los principales actores hubieran emprendido los caminos prohibidos. Pero ahora lo fundamental, en este agotamiento generalizado de los partidos en una crisis de régimen cronificada, pasa por afirmar rotundamente que ese miedo continúa siendo producido y sufrido, que en cierto modo los agentes del pacto constitucional reviven sistemáticamente los fantasmas de una realidad que ya no existe. En lo que más nos atañe: no solo una vuelta a una dictadura neofranquista, un golpe de estado y no digamos una guerra civil son improbables en caso de que, en los próximos meses y años, se emprendiera seriamente una estrategia política y social en pos de una república plurinacional que pusiera fin al Reino de España, sino que, en caso de que el bloque reaccionario fuera capaz de organizarse y emprender ese camino, demostraría con ello su debilidad y lo manifiesto de sus estertores definitivos, corona incluida. No pretendo en modo alguno dejar de lado el precio humano y el riesgo implicados en realidades semejantes, como no podemos dejar de lado el precio humano y el sufrimiento que hasta el día de hoy han pagado los grupos subalternos de la sociedad en nuestra modélica monarquía constitucional. Pero estamos hablando del cambio real, en la historia. Y lo hacemos en un mundo que literalmente se está yendo a la mierda porque no hay alternativa al caos ecosistémico en el que las clases dominantes del capitalismo mundial cifran su continuidad en el dominio y la explotación de seres humanos y ecosistemas.

Por eso es necesario denunciar en voz alta el consenso del miedo y, en lo que nos atañe, el que procede del PSOE, de Sumar, y a veces de nosotras mismas cuando no encontramos el hilo perdido de nuestra potencia destituyente y constituyente. Que Pedro Sánchez agite el miedo a la extrema derecha en España y en la Internacional Socialista, mientras no cuestiona el neoliberalismo de la propiedad, las finanzas y las fronteras que alimenta con anabolizantes a esas extremas derechas, no debe de sorprender. El PSOE es parte del problema porque es la válvula de seguridad del régimen del 78 y un pilar del régimen de guerra en el seno de la UE. Sin embargo, que una militante del PCE como Yolanda Díaz afirme sin descanso que el diálogo y no la lucha a cara de perra de las clases subalternas es la clave del avance de los derechos, o que, como condición de la amnistía, exija al independentismo catalán la promesa de no volver a iniciar un proceso independentista, es un síntoma demoledor de que la inteligencia vital ha abandonado a la mayoría del antaño denominado “bloque del cambio”. Ahora que el miedo a una legislatura fallida y nuevas elecciones asoma otra vez, y los apóstoles del “compromiso histórico” como bálsamo de Fierabrás usan los fantasmas de la transición para justificar la venta de saldos de un ciclo político agotado, tenemos que recordar que el Reino de España cesará de existir cuando sacerdotes y ventrílocuos del miedo reciban no el silencio culpable o el aplauso, sino la sorna, el sarcasmo y la indicación de salida.


Madrid –

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