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Dani Gago

¿Asuntos internos?

A modo de aprendizaje para el futuro, resulta necesario apelar a una mayor responsabilidad en la forma de proceder en la dinámica interna de la izquierda, pero también dotarse de una institucionalidad adecuada que contrarreste la injerencia mediática


Una de las grandes deficiencias de los análisis políticos (y de la ciencia política dominante) es tratar de aislar la dinámica del sistema de partidos y sus vicisitudes internas de los intereses que encarnan los poderes económicos y las injerencias que llevan a cabo sus instrumentos mediáticos. Casi siempre, atomizar los objetos de estudios es el primer paso para no comprender nada.

En un mundo ideal, sin la existencia de esos poderes económico-mediáticos, quizás sería deseable que las cuestiones internas de los partidos políticos y sus coaliciones pasaran desapercibidas. Sin perjuicio de que los partidos son, como dice el artículo 6 de la Constitución española, un instrumento fundamental para la participación política con funcionamiento necesariamente democrático, lo cierto es que la política debería ser, con carácter preferente, un espacio para dirimir diagnósticos y soluciones a los principales problemas de la sociedad (desigualdades, colapso ambiental, etc.).

Sin embargo, la realidad nos muestra que lo que sucede en el sistema de partidos y en el seno de los partidos y espacios políticos tiene mucho que ver con las intromisiones del poder económico-mediático. En España, esta dinámica se produce en la izquierda, como veremos, pero también en la derecha: el auge y caída de Ciudadanos o la “dimisión” de Pablo Casado en el Partido Popular no se entienden sin la intervención de un bloque de poder en el que los partidos no son los actores más relevantes.

La ofensiva contra Podemos del poder económico-mediático, en alianza con el Estado profundo y sectores reaccionarios del poder judicial (lawfare), ha tenido consecuencias evidentes en el ámbito electoral, pero también, menos visibles, en la dinámica del espacio político de la izquierda. El desgaste que ha sufrido Podemos y sus dirigentes en la opinión publicada ―y, por ende, en buena parte de la opinión pública― ha generado perversos incentivos en el funcionamiento interno del partido y en las relaciones de los partidos del espacio político de la izquierda.

A sabiendas de que el poder mediático siempre iba a culpar a los dirigentes de Podemos en la dinámica interna, no pocas personas y corrientes internas se envalentonaban para convertir las legítimas discrepancias o incluso la mera animadversión en disputas y conflictos que tensaban la organización al límite, llegando incluso a la escisión. Esto no quiere decir que todas las personas críticas se hayan dejado llevar por esos estímulos, pero sí es evidente la existencia de una perniciosa lógica de funcionamiento que ha marcado la trayectoria del partido.

En el espacio político de lo que era Unidas Podemos, la lógica de la recompensa se ha traducido en una forma inicua de relacionarse y negociar con Podemos que sería impensable sin la connivencia narrativa del poder mediático. Solo así se explica que quien fuera nombrada ministra, vicepresidenta y candidata por un partido haya acabado excluyendo a ese partido del Gobierno, contando para ello con el blindaje discursivo de los medios de comunicación.

La consecuencia de ligar el devenir interno de la izquierda al intervencionismo mediático es enormemente perjudicial para el conjunto de la ciudadanía. Esta operativa deriva, en última instancia, en la limitación de la capacidad política de la izquierda. Porque los medios no estigmatizan a Podemos en sí, sino más bien a lo que este partido representa: la ambición en las transformaciones sociales y los avances democráticos frente a la dominación estructural del poder económico. La recompensa mediática a los adversarios internos de Podemos tiene como contrapartida la domesticación del proyecto político de la izquierda.

A modo de aprendizaje para el futuro, resulta necesario apelar a una mayor responsabilidad en la forma de proceder en la dinámica interna de la izquierda, pero también dotarse de una institucionalidad adecuada que contrarreste la injerencia mediática. Podemos continúa con una cierta fortaleza como organización porque cuenta con un contrapoder democrático muchas veces infraestimado: las primarias y las consultas a las personas inscritas. Pero el espacio político de la izquierda (Unidas Podemos, luego Sumar) no llegó a institucionalizarse con mecanismos de funcionamiento democrático que pudieran hacer de contrapeso a las intromisiones del poder privado.

Cómo lograr la cohesión interna de un espacio político cuando un partido es asediado por los poderes económico, mediático y judicial constituye un desafío ineludible para cualquier opción de futuro que quiera llevar a cabo transformaciones democráticas en los sistemas políticos de nuestro tiempo. En puridad, no son asuntos internos.


Madrid –

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