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Ciencia, fascismo y la supervivencia de los ultrarricos

Se ha hecho evidente que los ricos y sus defensores, la derecha, saben que la democracia ya no les sirve porque la gente, cada vez más, exige organizar la sociedad de maneras alternativas y más justas


En las últimas semanas ha saltado al debate público la idea de que los ultrarricos, sabiendo que se avecina un colapso civilizatorio, están pergeñando diversas formas de escapar al mismo. Todo proviene del libro de Douglas Ruskhoff “La supervivencia de los más ricos”. Al parecer, Rushkoff se reunió con milmillonarios preocupados por su propia supervivencia a dicho colapso y de ellos nos cuenta que tienen sus propios planes. En todos los casos la idea es huir lo más lejos posible: Jeff Bezos al espacio, igual que Elon Musk; otros quieren cargar sus mentes en ordenadores y algunos quieren refugiarse en el metaverso.

Todos los ultrarricos de la historia de Douglas Ruskhkoff son niñatos que se han enriquecido con la tecnología, ultraegoistas, ultraegocéntricos, ensimismados. Y, la verdad, entiendo que a la mayoría de la gente no le preocupe demasiado que haya gente haciendo planes para largarse a Marte. Lo cierto es que como dice el propio Rushkoff “ (…) debemos reírnos de ellos”. Yo estoy dispuesta a reírme de un tipo que cree que si todo explota, lo pasará bien viviendo en el metaverso.

Pero hay algo que no se cuenta en esta historia tan a menudo como se debería. El problema no es tanto vivir en Marte o en un cerebro artificial. El problema es que la crisis climática y civilizatoria es una realidad que los ricos sí se toman en serio y que su estrategia real no es tanto el metaverso como el fascismo. Y la nuestra debería ser ahondar en la democracia y combatir el capitalismo si queremos sobrevivir personalmente el tiempo que tengamos y como especie. El problema, para ellos, es que todas las soluciones posibles para combatir las peores consecuencias de la crisis climática pasan necesariamente por la cooperación, la solidaridad, el reparto de los recursos, la riqueza y el decrecimiento; todo ello inevitable y también anticapitalista. El capitalismo es un tren sin frenos que nos aboca al desastre y no hay soluciones reales que pasen por más capitalismo, sino por menos o ninguno.

No hay futuro posible en el neoliberalismo. Y lo saben. Y, mientras llegamos, lo que están haciendo los ultrarricos es preparar la instauración de una suerte de (neo)fascismo que les permita mantener sus privilegios en un mundo cada vez más desigual e inhabitable para la mayoría. Las estrategias para mantener el poder pasan por desempoderear a la mayoría, por impedir la democracia real.

Puede que hubiera un momento en que los ricos pensaran, algunos de ellos, que la democracia no eran tan mal sistema ya que permitió, durante un tiempo breve, acabar con la mayor parte de la conflictividad social y con los estallidos de rabia revolucionaria. Además, el progreso científico y técnico no vino a mermar su poder y su riqueza, sino que abrió nuevos caminos de ganancia. Por último, un cierto reparto de la riqueza en algunos lugares privilegiados del mundo parecía necesario para el desarrollo de un sistema basado en el consumo. Pero hemos llegado al límite. Y se ha hecho evidente que los ricos y sus defensores, la derecha, saben que la democracia ya no les sirve porque la gente, cada vez más, exige organizar la sociedad de maneras alternativas y más justas.

Y esta es también la razón de otro fenómeno reciente y muy relacionado con los ataques a la democracia: el negacionismo científico. No es que ellos no crean en la ciencia, por supuesto. He estado sentada junto a los y las diputadas de Vox y no conozco a uno solo que no se haya vacunado contra la COVID. Pero, mientras ellos y ellas se vacunaban, se negaban a aconsejar a sus votantes que hicieran lo mismo y contribuían a expandir la desinformación respecto a las vacunas. Saben de sobra que el cambio climático es una realidad y que sus consecuencias serán desastrosas pero necesitan esparcir el miedo y la ignorancia porque cuanto más ignorante sea la mayoría, más dispuesta estará a culpar de sus males a fuerzas oscuras e inexistentes y no a fuerzas muy reales y controlables.

No hay futuro posible en el neoliberalismo. Y lo saben. Y, mientras llegamos, lo que están haciendo los ultrarricos es preparar la instauración de una suerte de (neo)fascismo que les permita mantener sus privilegios

Por eso la ciencia se ha vuelto una cuestión política y un campo de batalla para la derecha. Se trata de negar que exista un consenso científico y cultural porque esa es la única manera de imponer una nueva (i)rracionalidad en el momento en que una mayor igualdad y el control público y democrático de los recursos ha dejado de ser una cuestión ideológica para ser inevitable si es que queremos garantizar la supervivencia de la mayoría. Por eso dicen que no es la contaminación lo que nos enferma, sino fuerzas siniestras que esparcen veneno desde el aire. Por eso combatir el uso del automóvil es propio de radicales izquierdistas y el uso de las bicicletas cosa de comunistas.

Ese nuevo punto de vista irracional y acientífico necesita del miedo para crecer. De ahí que la inmigración, la diversidad, las personas trans, el feminismo, el ecologismo, la ciencia… todo eso que genera cierta inseguridad porque, al fin y al cabo, significa cambio, es susceptible de ser utilizado. Por eso vemos como líderes políticos de la derecha entienden que cualquier consejo o predicción basada en la ciencia es algo a combatir. Las agencias climáticas son vistas como agentes izquierdistas, las que nos advierten de desastres o los organismos sanitarios que buscan prevenir y combatir enfermedades son comunistas… El peligro, insinúan, existe, pero no está en la contaminación, los virus, la sobreexplotación, la falta de agua potable para la mayoría o que la temperatura de la tierra suba varios grados. El peligro está, nos dicen, en aviones raros, ovnis, nieve química, lluvia provocada en algún laboratorio extraño o vacunas que nos introducen chips a través del torrente sanguíneo. Se busca una vuelta a la irracionalidad cuando la racionalidad marca un camino inevitablemente anticapitalista. A la derecha le interesa atacar a la ciencia (aunque ellos la usen) porque sólo así conseguirán que gane elecciones un payaso…o un fascista. Y lo cierto es que cada vez hay más payasos (y fascistas) con posibilidades. Lo cierto es que cada vez hay más medios cuyo objetivo es esparcir el miedo y la desinformación.

Al final, lo dijo Proudhon en 1850 “cuanto más ignorante es el hombre más obediente es y mayor y más absoluta es la confianza que pone en quien lo dirige”. Lo que nos tiene que importar no es que Elon Musk se vaya a Marte o Zuckeberg al metaverso, sino que otras familias de nombres menos conocidos estén planeando privatizar el agua potable y las semillas, comerciar aún más con las vacunas o apropiarse de los espacios libres de contaminación para su disfrute. Es tan simple como que lo que está en juego es la salida a una de las mayores crisis que vamos a afrontar como humanos: salir con fascismo o con democracia para afrontar un futuro que exige cambios radicales en la organización de la vida.


Madrid –

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