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¿Cómo que el hombre es un lobo para el hombre?

Un soldado norteamericano se quemó vivo delante las puertas de la embajada de Israel en Washington. Antes lo hicieron, ante otra barbarie histórica, los bonzos vietnamitas que acabaron venciendo al napalm del invasor


«Solo quiero morir en mi tierra,

que me entierren en ella,

fundirme y desvanecerme en su fertilidad

para resucitar siendo hierba en mi tierra,

resucitar siendo flor

que deshoje un niño crecido en mi país.

solo quiero permanecer en el seno de mi patria

siendo tierra

hierba

o flor”.

Fadwa Tukán, fallecida en Nablús, su ciudad natal, en 2003 

Los zoólogos lo saben y yo lo he leído esta mañana. Cuando un lobo pierde la lucha contra otro lobo y se da cuenta de que no tiene ninguna posibilidad de ganar, el lobo perdedor ofrece pacíficamente a su oponente su yugular, como para reconocer su derrota y evitar que la cosa no pase de ahí. En ese mismo momento, el lobo vencedor se paraliza a sí mismo movido por algo instintivo que le impide matar a un animal de su misma especie que está reconociendo su derrota.

Pareciera que fuera más importante el mantenimiento de la especie a la que pertenecen ambos que el hecho de acabar con la vida de su adversario vencido. Nadie llamaría por eso cobarde al lobo que se rinde, ni al que sale ganador y no mata. Los dos lobos se separan y el ciclo de la vida continúa. Leído lo anterior, no tendría mucho sentido la conocida frase que el filósofo Thomas Hobbes recogió de Plauto, según la cual el autor latino afirmó que el hombre es un lobo para el hombre (homo homini lupus). En todo caso habría que añadir algo así como: ya quisiera.

El número de niños palestinos asesinados por el Estado de Israel alcanza ya la cifra de 13.000 en poco más de cuatro meses. Repitamos: 13.000 niños y niñas asesinados, a falta de saber el número de desaparecidos bajo los escombros de los edificios derribados o el de los heridos de mayor gravedad. ¿Qué tipo de fiera puede competir con quienes están gobernando Israel, cuyas próximas masacres podrían consistir en proseguir con su barbarie contra los 600.000 niños palestinos acosados en Rafah, al sur de Gaza, bajo tiendas de campaña, víctimas del hambre, el frío y las enfermedades a las lo ha sometido de norte a sur el bombardeo israelí de sus casas, escuelas y hospitales a lo largo de su pequeño territorio?

Cabe preguntarse, a la vista de lo que la historia y la copiosa filmografía contaron sobre el holocausto del pueblo judío durante la segunda Guerra Mundial, por lo que los historiadores contarán de este otro holocausto del pueblo palestino del que es partícipe y cómplice la Unión Europea a la que pertenecemos. Seguramente esa historia no será la vivida por quienes la sufrieron, a menos que nos la cuenten quienes hayan sobrevivido a ese infierno, en el que han sido asesinado un centenar de periodistas, en su mayoría palestinos.

En el comienzo de este genocidio había en la Franja de Gaza, según la ONU, 50.000 mujeres palestinas embarazadas. La intrahistoria de su odisea para dar a luz a sus hijos mientras el Estado de Israel bombardeaba los hospitales y perpetraba el asesinato de 13.000 niños y niñas es la que quizá nadie cuente y más debería interesar a una civilidad humanizada, la que hoy se niegan a protagonizar los Estados de la Unión Europea.

Mientras la masacre sigue en Rafah, Estados Unidos veta por tercera vez el alto el fuego en la ONU y cientos de camiones de ayuda humanitaria están bloqueados por el Estado de Israel en la frontera con Egipto para que el hambre, el frío y las enfermedades complementen la acción genocida de sus tropas. Un soldado norteamericano no pudo más ante tanta barbarie y se quemó vivo delante las puertas de la embajada de Israel en Washington al grito de «¡Palestina libre!». Como él, lo hicieron en otro tiempo y ante otra barbarie histórica los bonzos vietnamitas que acabaron venciendo al napalm del invasor.


Madrid –

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