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Manifestación en apoyo al pueblo palestino — Willy Veleta

Condena perpetua

El Gran Dictador es una gran película. Ese discurso central de Chaplin es un alegato a favor de la paz, único, pero no condena a Hamás. No puedes decir todas esas cosas y no condenar a Hamás, vamos no me jodas


Louis Renault y Rick se funden con la niebla en el aeródromo de Casablanca y mientras Rick le dice “este es el comienzo de una bonita amistad” el capitán le responde todo serio:

—Ya, pero no hemos condenado a Hamás.

Rick contrariado no sabe qué decir pero lo dice.

—Siempre sospeché que Sam era de Hamás, seguramente escondía un kalashnikov en el piano.

Vito Corleone se desploma mientras se esconde de su nieto en un huerto siciliano. Se le viene toda su vida a la cabeza, como si fuera una película. Antes de expirar se dibuja una mueca de fastidio en su cara y dice en un italiano muy neoyorquino:

—Lo que más me duele es no haber condenado en mi puñetera vida nunca a Hamás.

Thelma y Louis se lanzan al abismo en ese Ford Thunderbird de 1966 y gritan al unísono:

—Fuck, nunca hemos llegado a condenar a Hamás, nos merecemos todo lo que nos pase.

El Travis Bickle de Taxi Driver se sitúa frente al espejo, hace gestos extraños y no para de repetir:

—¿Condenas a Hamás? ¿Eh?, dime… ¿Condenas a Hamás?

El Totó de Cinema Paradiso se sienta en un cine vacío de Roma para ver trozos cortados de película, extractos que la censura se tragó sin más aviso. En todos ellos aparece gente gritando: “No condeno a Hamás”, “No condeno a las Brigadas Rojas”, “No condeno al IRA”, “No condeno a ETA”, “No condeno a los Panteras Negras”, “No condeno a Tupamaros”, “No condeno a Umkhonto we Sizwe”.

En una escena de Los Santos Inocentes el señorito quiere demostrar a unos invitados de postín que sus súbditos saben escribir. Y lo hace. Pero les falta algo.

—Saben leer, escribir, les he dado todo… pero no condenan a Hamás estos hijos de la gran puta.

Una señora en la cola de una panadería de Dallas ha llegado a decir hace unos días:

—A JFK lo mataron por no condenar a Hamás.

Otro señor se ha venido arriba:

—A Bob Kennedy lo remataron en esa cocina de ese hotel de California por lo mismo. Y a Ted Kennedy le quitaron los frenos del coche en Chappaquiddick porque le vieron una vez en una fiesta con un kufiya —pañuelo palestino—.

Un joven interviene:

—¿Y Martin Luther King?

La señora responde sin apenas dar tiempo a terminar la pregunta.

—A ese lo mataron porque era de Hamás como Malcom X.

Hay un señor que conozco que cree que si no estás en el grupo de wasap de “familia” eres de Hamás. Ese mismo señor que no va casi nunca a ver a su madre a la residencia pero si no estás en el grupo de “familia” de wasap eres un terrorista. La famiglia.

No puedo dejar de pensar en el misterioso final de Los Soprano. Tony está sentado, levanta la vista cuando ve a su hija Meadow entrar. Hay un personaje sospechoso detrás. Fundido a negro. No sabemos más. Pero David Chase no es tonto. Es evidente que Tony nunca condenó a Hamás, ¿Qué esperabais? La parca no hace excepciones, por muy Soprano que seas.  Aquí o se cumple la condena perpetua o te hacemos un pijama de cemento a medida y das con tus huesos en el río Hudson. Thank you very much.

La serie Six Feet Under (A dos metros bajo tierra) es un homenaje a los que no condenaron a Hamás. En cada episodio muere una persona, un nuevo dedo gordo del pie con una etiqueta con el nombre del finado.

Al doctor Joel Fleischman (Doctor en Alaska) lo destierran a Alaska porque nunca condenó a Hamás. Ese fue su destierro. Maldito terrorista que iba de neoyorquino enrollado.

Al archiduque Francisco Fernando le paso algo parecido en Sarajevo, en 1914. Todo el día con Hamás en la boca. Que si Hamás esto que si Hamás lo otro.

En Qué bello es vivir… George Bailey decide tirarse desde un puente a las aguas heladas de Bedford Falls porque siente que no ha condenado a Hamás con la dureza necesaria. Siempre al margen.

A Buenaventura Durruti lo mató en la Ciudad Universitaria una bala perdida, o un bala perdida… por evitar a toda costa condenar a Hamás en sus arengas en Bujaraloz. ¿Qué se pensaba? No se puede colectivizar medio Aragón y no condenar a Hamás.

Mateo Morral lanzó una bomba contra los bisabuelos del actual rey de España porque Don Alfonso y Doña Victoria Eugenia condenaban mucho a Hamás, a todas horas. Era vox populi.

Al archiduque Francisco Fernando le paso algo parecido en Sarajevo, en 1914. Todo el día con Hamás en la boca. Que si Hamás esto que si Hamás lo otro.

Alí Agca la emprendió a tiros con Carol Wojtyla (Juan Pablo II) porque el Papa estaba obsesionado con Hamás, no había día que no hablara de Hamás en las homilías. Luego pidió perdón (Alí) pero el daño estaba hecho. Viva el Papa Móvil.

Walter White (Breaking Bad) se mete a camello de metanfetaminas porque siente que no ha condenado a Hamás todos los días de su vida. Jesse Pinkman quiso un día condenar a Hamás pero no fue capaz (estaba fumado). Por eso se une al negocio de White. Siente que es una penitencia. Deben morir juntos. No digo que en el cielo les vayan a esperar 72 vírgenes, no.

Jon Snow (Juego de Tronos) se deja clavar 200 espadas (es un decir) en su pecho y abdomen porque cree que se lo merece. La Guardia Nocturna (Night Watch) es un nido de ratas vestidas de cuervos que no condena a Hamás. El no tiene claro que haya que condenar a Hamás cada vez que pestañea. Acepta que tiene que morir. Cuando lo resucitan ya no es Targaryen, es de Hamás.

Mi vecina del sexto se agarró a los barrotes de su cama en marzo del 2020, llorando, rogando a Dios que le salvara la vida. Le faltaba la respiración, su habitación estaba cerrada por fuera. Ni siquiera tenía el coronavirus. Se salvó de milagro. Un año después votó a Ayuso. Votó a Ayuso y condena a Hamás. Es una ciudadana ejemplar.

El Gran Dictador es una gran película. Ese discurso central de Chaplin es un alegato a favor de la paz, único, pero no condena a Hamás. No puedes decir todas esas cosas y no condenar a Hamás, vamos no me jodas.

El Titanic no se hundió, fue un atentado.  Dentro de ese pecio (que entonces no era un pecio) viajaba mucha gente que no condenaba a Hamás ni por asomo. Eran unos tibios. Ni un mal gesto ni una buena cara.

La vida sería mucho más fácil si la gente condenara a Hamás.

Condenar a Hamás una vez a la semana equivale a no tener que ir a ver a tu madre a la residencia o puedes ir y prestarle más atención al móvil que a ella. Incluso puedes no decirle a tus hijos que vayan a verla.

Condenar a Hamás una vez al día equivale a estar ausente en el curro cuando tus compañeros y compañeras se dejan la piel por levantar lo que sea que haya que levantar. Pero condenas a Hamás, tienes carta blanca. Estás por encima de las demás.

Condenar a Hamás una hora al día equivale a no pedir disculpas cuando le gritas a un amigo. Porque “un mal día lo tiene cualquiera”.  Pero has condenado a Hamás, puedes tener más días malos. ¿Cuántos días malos quieres? ¿Cuántos “sin mí no eres nadie”?

Debería haber máquinas que dispensaran días malos a los que condenan a Hamás, a los que nunca se ponen en los zapatos de los demás, a los que se han metido entre pecho y espalda un blíster de narcisismo, sin bajarlo con agua, ni con un chato de vino.

Condenar a Hamás cada minuto de tu vida te libra de tener que pasar la pensión alimenticia de los niños (y las niñas), de hacer los deberes con ellas, incluso de decirles cuánto les quieres. 

Te permite pasar de puntillas por sus vidas mientras pones toda tu atención en tu nueva pareja, porque necesitas estímulos constantes en tu vida, la vida líquida que decía Bauman. Porque lo que a ti te molaba era la idea de tener hijos, la idea de la familia Telerín, la foto familiar. Ahora que condenas a Hamás puedes darle una patada a todo eso y ser un imbécil integral. Borrón y cuenta nueva. 

Condenar a Hamás cada segundo de tu vida te permite borrar del mapa a un pueblo tranquilo, al mayor exportador de naranjas de los años 40, exterminar a gente por su color de piel, su credo, su no credo y “sus pintas”. Volar por los aires a niños y niñas que hacen los deberes, que no tienen una pensión alimenticia porque sus padres siguen juntos y les dicen lo mucho que les quieren. Se lo dicen en árabe, con acento gazatí… antes de desaparecer entre las llamas y los escombros de los que condenan a Hamás.

Condenar a Hamás cada vez que abres la boca y no condenar todo lo que sucede en otros lugares (Yemen, Níger, Siria, Burkina Faso, Birmania, Somalia, Boko Haram, Haití, Sudán, Afganistán, Alto Karabaj… etc) te convierte en un tonto a las tres.

Todo esto pensé el otro día sentado en un banco de un parque mientras veía a la gente pasar como si nada. Unos haciendo running, otros paseando absortos, otros tirando del perro que huele la meada de otro en un árbol. Un árbol de Hamás.

Cuando me disponía a levantarme alguien que pasaba por delante de mi expresó un deseo incontenible. Sin mirarme a la cara, acelerando el paso escupió un “que te vote Txapote”.

“Labadil, Labadil, aan takril almasil”  le dije mientras me ponía los cascos para seguir escuchando a Bill Evans. 

P.D.: Esta última frase traducida del hasanía significa: “No hay, no hay… alternativa a la autodeterminación (saharaui, of course)”. Otros que no condenan a Hamás.


Madrid –

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