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COP28 y negacionismo climático

No deja de ser paradójico el bulo de los chemtrails ya que, en realidad, claro que los aviones contribuyen a los fenómenos climáticos extremos que estamos viviendo, pero no por las estelas de condensación sino por los gases de efecto invernadero que emiten


El pasado domingo estuve en la concentración convocada por “Segovia por el clima” en la plaza del Azoguejo, escenario habitual de los encuentros reivindicativos segovianos, con motivo de la COP28. En su manifiesto, los convocantes reivindicaban seis puntos básicos: reducción de emisiones y mejora de la calidad del aire, renaturalización de las ciudades y creación de refugios climáticos, una planificación en el despliegue de las renovables que ponga el bien común por encima de los intereses del oligopolio eléctrico, el apoyo a la ganadería extensiva y la agricultura de cercanía frente a macrogranjas y agroindustria, protección de ecosistemas y biodiversidad y, por último, el cuidado del agua como elbien público escaso que es.

Los parroquianos habituales de estas citas, apiñados junto a dos pancartas, escuchábamos a una compañera leyendo el comunicado cuando, en un momento en que citaba la sequía como uno de los fenómenos extremos que el cambio climático está causando, un paseante empezó a gritarnos a los concentrados “¿sequía? ¡mirad al cielo!”. El hombre, que iba con un niño de la mano, se fue alejando poco a poco mientras seguía gritando con actitud agresiva “¿a vosotros eso os parecen nubes?” refiriéndose a la estela de condensación que había dejado un avión en el cielo.

Aunque viene de lejos, es desde que en primavera empezaron a notarse más fuertemente los efectos de la sequía cuando el bulo de los chemtrails ha ganado fuerza en el imaginario colectivo del país. Bulo que se expandió acompañado de el que convertía el desmantelamiento de azudes en derribo de presas. Los azudes son en realidad pequeñas construcciones en los ríos que no sirven para almacenar agua, pues por tamaño no pueden embalsar un caudal significativo, sino que tienen una función meramente auxiliar para facilitar el riego a manta en las zonas de regadío. Aquellos azudes que han quedado obsoletos porque ya no se usan las acequias aledañas son desmantelados para renaturalizar el rio.

No deja de ser paradójico el bulo de los chemtrails desde el momento en que, en realidad, claro que los aviones contribuyen a la sequía, así como al resto de fenómenos climáticos extremos que estamos viviendo, pero no por las estelas de condensación de agua sino por los gases de efecto invernadero que emiten al funcionar mediante combustibles fósiles. Es sintomático que para parte de la población sea más creíble que nos esté fumigando nuestro propio gobierno, a fin de cuentas los sectores que propagan estos bulos son los mismos que se llevan las manos a la cabeza cuando desde la izquierda se propone eliminar los vuelos cortos, que podrían ser sustituidos fácilmente por trenes.

Hay quién está dispuesto a creerse cualquier majadería con tal de no asumir que va a tener que hacer cambios en su vida que igual no le apetecen. Una incapacidad de gestionar la frustración y adaptarse a las circunstancias que recuerda a quién buscaba excusas para no ponerse la mascarilla en situaciones en las que era obligatoria durante la pandemia. Y como entonces hay quién está dispuesto a explotar esto en su propio beneficio, quién no duda en expandir bulos que saben falsos para manipular a la gente y llevarlos al huerto.

Pocos días después de esa concentración, ya en plena cumbre, saltaba “el escándalo” al trascender unas declaraciones del Sultán al Jaber, Presidente de la COP28 y al mismo tiempo   jefe de la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dabi, afirmando que no hay evidencia científica de que reducir el uso de combustibles fósiles vaya a frenar el calentamiento global. Vamos, negando la razón de ser de la cumbre que preside. En fin, quién podía imaginar que el jefe de una petrolera pudiera pensar así. Estas declaraciones negacionistas no vienen sino a demostrar como detrás del negacionismo en sí están los intereses económicos de quienes se están haciendo de oro a costa del futuro de nuestras hijas y nietos.

Para la opinión publicada es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, y esto no es casual, los poderes económicos que controlan el 99% de los medios de comunicación se preocupan mucho de hacer inimaginable otro modelo económico

Para la opinión publicada es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, y esto no es casual, los poderes económicos que controlan el 99% de los medios de comunicación se preocupan mucho de hacer inimaginable otro modelo económico. Igual que se preocupan de ocultar el grado de responsabilidad y la necesidad cambiar los hábitos de consumo de cada cual.

Claro está, no tiene sentido debatir cómo se deben reducir las emisiones sin analizar quién y cómo emite más o emite menos. ¿Tiene sentido imponer restricciones a quienes utilizan coches viejos, y por lo tanto más contaminantes, porque no tienen dinero comprar otro mejor mientras no se pone coto al uso de jets privados para viajes cortos ni se invierte en las redes de cercanías?, ¿podemos reducir el uso del vehículo privado en las zonas rurales cuando no hay transporte público ni alternativa alguna?,  ¿Cómo abordamos el hecho de que en nuestro país se engordan cerdos en macrogranjas usando piensos procedentes de monocultivos intensivos de Argentina y Uruguay para exportar la carne a Asia? Estas son cuestiones de calado, pero resulta harto difícil encontrarlas en los debates que trascienden en los medios de comunicación.

Lo cierto es que la descarbonización de nuestra economía se debe abordar con una perspectiva de clase y decolonial. Son los países responsables de la mayor parte de las emisiones los que tienen la principal obligación de reducir sus emisiones. Son los países que han causado el problema los que tienen que hacerse cargo de las consecuencias, incluyendo las inevitables olas migratorias que va a provocar el caos climático. Y dentro de estos países es el 1% más privilegiado de la población, que tiene el estilo de vida más profundamente derrochador, quién antes y más radicalmente debe cambiar dicho estilo de vida. Y esto no quiere decir que el resto no vayamos a tener que hacer cambios, pero sí que no puede haber consenso al respecto si estamos viendo como los sacrificios siempre los hacemos los mismos mientras las causas últimas, que están en el modelo económico, no son siquiera nombradas.


Madrid –

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