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Fotograma de la película ‘Orlando, mi biografía política’

¿Dónde está nuestra utopía?

Y es que cada vez estoy más convencida de que las realidades LGTBIQ+ y concretamente las perspectivas queer del mundo son la principal ventana de oportunidad a cualquier utopía posible


Está de moda decir que uno de los principales errores que actualmente asolan a la izquierda es su incapacidad para dibujar futuros utópicos que llamen a la acción revolucionaria desde la esperanza y no desde la urgencia de evitar precipitarnos hacia una tragedia anunciada.

Cierto es que, en el seno del sistema capitalista, no dejan de proliferar cada vez más productos culturales que auguran devenires distópicos. Que nos arrastran al miedo y a la culpa en lugar de animarnos a que nos organicemos y podamos transformar el mundo en que vivimos en pos de una felicidad revolucionaria. The Walking Dead, Black Mirror o No mires arriba, entre otros muchos ejemplos, nos sumen desde el mainstream aparentemente crítico en un relato de colapso ecológico, tecnológico, pandémico, social y político que termina catalizando en un impulso irrefrenable de carpe diem individualista y neoliberal frente a la idea resignada de que andamos condenados y que todo está perdido. 

Yo, sin embargo, cuando miro a mi alrededor, sí albergo esperanza. Y no una esperanza propia de la ensoñación que provocan las quimeras, sino una esperanza indignada, activa, hacedora. Fui esta semana a ver ‘Orlando, mi biografía política’, la primera película escrita y dirigida por Paul B. Preciado, y al finalizar la proyección aconteció lo que en estos tiempos ya difícilmente acontece: la sala entera se arrancó en un torrente de aplausos que se prolongó durante varios minutos. Alguna gente lloraba y sonreía al mismo tiempo; alguna gente se puso, incluso, en pie.

Porque decidir encarnar una identidad subalterna es, ante todas las cosas, una declaración de intenciones

Y es que cada vez estoy más convencida de que las realidades LGTBIQ+ y concretamente las perspectivas queer del mundo son la principal ventana de oportunidad a cualquier utopía posible. Que son las, los y les subalternes quienes, a través del mero hecho de existir, construyen una utopía tangible, material, aterrizada desde la praxis de ser quienes son en cada trazo de su biografía.

Porque decidir encarnar una identidad subalterna es, ante todas las cosas, una declaración de intenciones. Es asumir la propia existencia como una posición política revolucionaria, aceptar que cada pronunciación del «yo» (que implica, siempre, la enunciación del «nosotres») encierra vocación transformadora. Que el hecho de ser es en sí la materialización de la utopía cotidiana. Y que el escribirse junto a les otres (que fueron, que son y que serán) es la expansión potencial e inexorable de la misma.

Frente a la reacción de las derechas y de una izquierda conservadora que tacha a lo queer de ‘woke’ en un sentido despectivo y ‘naive’, la alianza entre los feminismos y las luchas LGTBIQ+ ha demostrado más que ninguna otra poder frenar al fascismo en las urnas, poner en cuestión el racismo en las calles, la gordofobia en las pantallas, la clase en los espacios de trabajo. La interseccionalidad no es, a la hora de enunciar la utopía de otros mundos posibles, un asunto baladí. 

Me gusta la idea que afirma Preciado en su ‘Orlando’ de la poesía como catalizador transfigurativo. De pensarnos a nosotras, nosotros y nosotres mismos como poesía, pues es, precisamente la poesía la que alberga el poder de tomar las palabras de modo que signifiquen algo radicalmente distinto a lo que la rigidez de las normas les asigna. Lograr que puedan significar cualquier cosa y crear así horizontes de belleza inaudita.

Como dijo una vez Preciado, la libertad no puede ser «una distribución más justa de la violencia, ni una aceptación más pop de la opresión». «La libertad se fabrica». Y así lo manifiestan con sus vidas las personas queer que ponen patas arriba todo el sistema patriarcal, capitalista, normocorporal, racista, cuerdista… . Recuperando la memoria silenciada, arrebatada, de quienes les precedieron. Diseñando la que será la memoria de quienes vendrán. Una memoria colectiva, la biografía de todas, todos y todes los Orlando. Por eso siento aún esperanza. Esa esperanza sin idilios. Esa esperanza realista, tangible, propia de las utopías de la resistencia frente al desenlace apocalíptico al que buscan abocarnos.


Madrid –

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