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Sede de la red social ‘X’

El algoritmo que mató a Maruja Torres ‘Valance’

En estos tiempos donde el bulo corre con más patas que Usain Bolt, Maruja Torres, que trabajó y vivió en Tierra Santa durante años, actuaba como una maravillosa verificadora de la información y las imágenes que nos llegaban desde Gaza a través de Twitter


Hace tiempo que vengo escuchando que en la red X, antes Twitter, suceden cosas muy raras. Cuentas bloqueadas por duendecillos algorítmicos, ataques de bots que te hacen sentir como Lucky Skywalker en versión aun más friki, mensajes borrados misteriosamente, contactos perdidos por causa inopinada, suplantación de identidades y otras maravillas miles que los usuarios de redes sociales conoceréis de sobra. 

Hace pocos días le tocó la cosa rara a Maruja Torres, alias @MistralS, periodista, 273.000 seguidores, corresponsal en la guerra entre Hezbolá e Israel a principios de este cruento siglo, escritora. La red le bloqueó la cuenta con este pretexto: “No puedes compartir imágenes y vídeos excesivamente gráficos”.  

Como me resulta difícil concebir vídeos, fotos y lienzos que no sean “excesivamente gráficos”, incluso los de los gatitos ronroneros que tanto empalagan, enseguida colegí a qué se refería X/Twitter con lo del exceso de grafismo: a las imágenes que Maruja Torres difundía y comentaba de niños, civiles, mujeres, periodistas, médicos, maestros, funcionarios de la ONU y ancianos asesinados por Israel en la franja de Gaza.

La periodista ha tenido que borrar todas esas fotos y vídeos, salvajes y verdaderos, para recuperar su cuenta. Y supongo que además ha sido obligada a implorar clemencia ante el virtual obispo inquisidor del divino pajarito azul, rezar cinco padrebots y trece avemoticonos, y mostrar propósito de enmienda. “Al final he borrado los tuits de las, a ver cómo lo digo, eliminaciones físicas, y me han desbloqueado enseguida. Ahora cuento lo mismo pero en parábolas”, fue la respuesta tuitera de la redenta pecadora.

Todo esto os parecerá una chorrada, pero es que no gozáis de mente enfermiza como yo, y por eso no os llaman para escribir en los periódicos. El caso es que a mí la domesticación de esta cuenta de Twitter me parece casi trágica. 

En estos tiempos donde el bulo corre con más patas que Usain Bolt, Maruja Torres, que trabajó y vivió en Tierra Santa durante años, actuaba como una maravillosa verificadora de la información y las imágenes que nos llegaban desde Gaza a través de Twitter. O sea, que hacía un magnífico trabajo periodístico/documental y además gratis, como corresponde al periodista contemporáneo. Lo que tendría que haber hecho el algoritmo es ponerla en nómina, porque, como tantos usuarios, dignifica y profesionaliza esa feraz e incontrolable red.

Que un algoritmo nos vaya a privar del ojo profesional de Maruja Torres, escrutadora de testimonios y denunciadora de falacias gracias a su conocimiento del territorio e historia, es símbolo muy cabal y triste de estos tiempos umbríos. Las máquinas no son aun capaces de digerir el factor demasiado humano. Tratan la denuncia de un genocidio igual que una epidemia tuitera de pornografía infantil. Ambas son igual de censurables para su descorazonador cerebro, que activa tantas sinapsis que no entiende nada.

Siempre he sido bastante tuiteradicto. Si eres cuidadoso con la gente, medios y organizaciones a los que sigues, cada mañana recibes una espontánea revista de prensa, anárquica y esclarecedora, y con pocos filtros. Yo me entero más por los tuits de Fran Sevilla o Miguel de la Fuente que por sus crónicas, siempre más encorsetadas por falta de tiempo, menos ametralladoras y silvestres, menos impulsivas y rabiosas.

Ahora bien, que los algoritmos tengan la desvergüenza de corregir y perseguir la auctoritas, la verdad, la comunicación libre y a Maruja Torres me resulta más merecedor de pena de muerte que hablar con la boca llena.

También encuentro en Twitter, y no en los medios convencionales, las brutalidades policiales, la violencia fascista en las calles contra maricones y lesbianas, los desahucios de ancianos, los cadáveres de migrantes, las absurdeces de Fakejóo que hasta sus medios afines tienen pudor en reproducir, el putollanto de los cayetanos que putodefienden España; y, también pescando en este almario innumerable, descubro cuadros, libros, tebeos, películas, documentales, canciones que nuestros grandes medios no tienen espacio ni tiempo para colar entre los best-sellers y los macroconciertos de bachata fussion. Y hay personas, lectores, legibles, opinadores anónimos, médicos y jueces, y maravillosos exaltados y amigos (va por ti, @PutoPercebeiro, que te debo una) a los que nunca hubiera encontrado si no es en este ágora sin fronteras, dicharachero y entrópico, amontonado y zumbón.

No voy a ser yo el tonto útil de la izquierda que os diga que, antes de Elon Musk, la red del pajarito era un edén del debate y la libertad de expresión, y la comprensión, la ortografía, la retórica y la elocuencia. También sé que usan y usaron nuestros datos con oscuras intenciones. Y que, si eres tía y pones una foto chula en el perfil, te caen tormentas de retratos de penes como chuzos de punta. Pero nadie ni nada es perfecto, salvo Billy Wilder. 

Ahora bien, que los algoritmos tengan la desvergüenza de corregir y perseguir la auctoritas, la verdad, la comunicación libre y a Maruja Torres me resulta más merecedor de pena de muerte que hablar con la boca llena. Queda dicho, tenebroso príncipe Musk.


Madrid –

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