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La salud mental es política

Marcha por la Salud Mental como derecho, 10 de octubre 2023, Madrid — Ricardo Rubio / Europa Press

El chillido libertario de las locas

Alarma social ante la oleada de suicidios, segunda causa de muerte en nuestro país entre los y las jóvenes. Casi el 60% de los y las jóvenes han sufrido algún problema de salud mental en el último año. El PSOE y Sumar incluyen en el pacto de Gobierno una medida para abordar esta catástrofe inexplicable: un máximo de 15 días de espera para que te vea un especialista en salud mental si eres menor de 21 años


Esto está muy bien, yo también voy a terapia. No me escondo: VOY A TERAPIA. Estupendo, ya estaría. O no. Porque mi sensación es que nuestra sociedad todavía anda muy lejos de poder abordar todo aquello que tiene que ver, no ya con la salud mental, sino con las condiciones mentales diversas que ponen en jaque la armonía falaz de los cánones capitalistas. Que rompen la magia discursiva de esa felicidad cuerdista aspiracional.

Llevo tiempo con la sensación de que todo el mundo se ha sumado a esta nueva moda de reivindicar la salud mental sin querer hablar de lo que significa la salud mental. Hablar como si el suicidio fuese un evento que aconteciese de pronto, sin trámites. Como si todo aquello no manchase, mirando hacia otro lado ante lo sucio, lo crudo, lo que nadie quiere enfrentar.

Por un lado, parece que para hablar de salud mental te lo hayas tenido que ganar. Que hayas trabajado tanto, tanto, sin dormir, sin descansar, que sea normal que, llegado el momento, «necesites parar». Que te merezcas parar

Por un lado, parece que para hablar de salud mental te lo hayas tenido que ganar. Que hayas trabajado tanto, tanto, sin dormir, sin descansar, que sea normal que, llegado el momento, «necesites parar». Que te merezcas parar. Y si es así, entonces puedes «salir del armario», decir normalmente que «vas a terapia». Que queda muy cool, muy moderno, muy deconstruido, muy de autocuidado. Y si eres hombre, lo cual demuestra que contra todo pronóstico te hallas en contacto con la parte sensible y vulnerable de tu yo, puede que seas incluso considerado un partidazo.

Se dice que hay que romper el silencio, que hay que superar la vergüenza, el estigma, que hay que hablar con normalidad de que uno va al psicólogo. Pero la realidad es que la gente que, desde las perspectivas cuerdistas que señalan y patologizan las distintas condiciones mentales no normativas es tildada de loca cronificada, se sigue escondiendo en el baño para vomitar intentando no hacer ruido, mintiendo sobre el tiempo que lleva sin consumir para evitarse reproches morales y juicios altivos, tapando con manga larga a cuarenta grados en agosto los surcos que les recorren los antebrazos. Y casi siempre a solas.

Y es que ahora se te permite ser un cuerdo que, eventualmente, de forma coyuntural y, lo más importante de todo, transitoria, padece un episodio de desquicie liberal. Mejor aún si es a causa de la COVID, las secuelas del encierro y la hipocondría social; de una alta carga de responsabilidad laboral; o del duelo ante una ruptura mono-normativa que trunca tu proyecto de vida católico y apostólico.

Pero pobre de ti como seas una de esas locas cronificadas cuya locura forma parte de tu identidad. Pobre de ti si eres una de esas diagnosticadas esquizofrénicas, bipolares, drogodependientes, con patología dual. Si tu condición mental no se ajusta a los mandatos esperados y esperables del normativismo cuerdista. Si no te «curas». Si no te «intentas curar». O peor todavía: si tú mismo «te lo buscas», por ejemplo, porque fumas porros, porque te metes farlopa, porque te hinchas a ketamina para evadirte de la realidad. Porque eres el responsable, la parte activa, de los síntomas físicos de tu depresión o ansiedad. Así, se te permite hablar con normalidad de las heridas causadas por un brote de psoriasis, inevitable, sobrevenido, pero no de aquellas fruto de haberte abierto la epidermis a conciencia. Y si lo haces, al menos que haya sido intentándote suicidar de verdad, no “por llamar la atención”. Apechuga, tronco, que ya eres mayorcito. Si tú «te lo has buscado», no embadurnes con tu mierda a los demás.

Yo, en mitad de todo este escenario de hipocresía pandémica, no puedo evitar preguntarme quién está luego dispuesto a ser el contacto de emergencia de un colega hiper-psiquiatrizado que cada seis meses se mete un blíster de quetiapina entre pecho y espalda. Quién va a desplegar herramientas de apoyo comunitario para hacerle la comida a esa vecina que no tiene fuerzas siquiera para levantarse a cocerse una pasta y poco a poco se consume entre las sábanas. Quién renunciará a irse de cañas un domingo al mediodía, a ese ocio hiper-alcoholizado en pos de hacer planes con el amigo que necesita mantenerse alejado de cualquier entorno de consumo y que siempre «te jode la fiesta» porque termina entubado en urgencias. Quién quiere escuchar a esa compañera de clase explicar por qué te pide los apuntes de la asignatura a la que no ha podido asistir porque su padre ha intentado matarla en mitad de un brote psicótico. Quién tratará de entender que siga queriendo a su padre y no se aleje de él después de todo, entre tantas otras cosas.

A través de la institucionalización de las locas, los locos, les loques, se sigue tratando de esconder tras las paredes de un hospital, de una consulta, de un centro psiquiátrico a las afueras, todo aquello que incomoda la mirada ajena. Todo lo que no sea el concepto de salud mental burguesa, lo que se salga de hablar en abstracto de que «tienes ansiedad», pero siendo en general una persona de bien. Silencio también, eso sí, en cuanto a los «síntomas», los detalles, la narrativa descarnada de la realidad, incluso en condiciones mentales aceptables que asolan de cuando en cuando también a los cuerdos, como la depresión o la mentada ansiedad. Si quieres evitarte el estigma, el cuestionamiento, el miedo, el prejuicio: silencio. Si quieres ahorrarte el ser tildada de exagerada, exhibicionista, victimista, molesta: silencio. Silencio sobre la desrealización, la despersonalización, la disfagia. Cuidado con faltar al curro y explicitar que es que no puedes ni atarte los zapatos, con llorar en mitad de la calle, con pedir acompañamiento para pirarte de sopetón de una entrevista, con tomarte sin pudor a ojos de todos y todas la pildorita que te asignan desde la hiper-farmacologización de las locas.

Así que basta de falacias. Ni todos deberíamos ir a terapia, ni hablar de ir a terapia es salir del armario de la salud mental. Porque la realidad es que la hiper-psiquiatrización sigue siendo el pan de cada día de las locas, pero ni de eso se puede hablar todavía siquiera con normalidad. ¿Para cuándo una organización social fuera del individualismo y la responsabilización de aquellas personas con condiciones mentales diversas? ¿Para cuándo redes colectivas, en lugar de enviar a las locas allí donde no puedan molestar con su existencia? ¿Para cuándo un acompañamiento domiciliario integral, becas de estudios específicas, ocio inclusivo, público y gratuito, alternativas habitacionales ante situaciones de violencia, campañas que fomenten los cuidados en red, permisos laborales que reconozcan los vínculos más allá de la unidad familiar consanguínea? ¿Para cuándo instituciones al servicio de las locas, en lugar de seguir intentando encerrar a las locas en las instituciones? ¿Para cuándo el alarido más público, el llanto más público, el vómito más público, la sangre más pública? ¿Para cuándo dejar de reivindicar únicamente la salud mental de quienes ya están cuerdos? ¿Para cuándo el chillido libertario de las locas?


Madrid –

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