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El espía que toca el timbre y se queda

Confirmado, Pablo González es un espía ruso. Aquí os muestro todas las pruebas irrefutables para tan revolucionaria teoría. Disfruten.


El periodista vasco Pablo González (Pavel para la KGB y el ministro Albares) es un espía ruso. Rusia, la URSS siempre ha tenido los mejores espías. Ahora no iba a ser menos. O sí.

Lo diré sin complejos, pero en voz baja, sin aporrear mucho el teclado. A riesgo de ser escuchado.

Cómo estarán ahora los sabuesos del Kremlim que han tenido que contratar a un reportero de guerra para que vaya por el frente de batalla con un Pravda con dos agujeros a la altura de los ojos. Rusia ya no es lo que era. Espías de Hacendado. Ya contratan a cualquiera.

¿A quién narices se le ocurre contratar a un espía que es periodista? ¿Hay alguien que tenga menos tiempo libre para espiar que un periodista? ¿Cuándo saca tiempo para espiar? ¿Mientras está esperando a que el pesado de Ferreras le de paso? ¿Mientras respondes a las exigencias de los 18 jefes que tienes que tener para poder sobrevivir como autónomo?

Pablo González, Pavel para la Stassi, podría informar de la temperatura a la que se cuece la patata monalisa (llegada desde Burdeos) en la ensaladilla ucraniana. Rusia está perdiendo la batalla de la ensaladilla. La gran ruptura debería la exclusión de los guisantes, eso si que cabrearía a la OTAN.

Pavel podría informar sobre el grado de  inclinación de las trincheras ucranianas en comparación con el estándar europeo. O si los tanquistas ucranianos se meten las pipas en la boca o las abren con los incisivos laterales como se hizo siempre en Rusia. No olvidemos que el vicio de comer pipas lo trajeron a España los tanquistas rusos durante la Guerra Civil. Si se enteraran los Cayetanos…

El abuelo de Pablo era un niño de la guerra que se subió a un barco en Vizcaya y se piró a Rusia como miles de niños y niñas que huían del fascismo. Igual Pablo, o Pavel, está pagando por eso, con carácter retroactivo. El fascismo es así, son 24/7 y por los siglos de los siglos.

Uno es rehén de sus abuelos (y abuelas). Imagínense… un vasco que emigra (le emigran) a Rusia, poco bueno puede salir de ahí.  Cómo será el nieto. Como mínimo rojo o espía. Y encima su compañera se llama Oihana. ¿Qué nombre es ese?

Yo soy periodista, no he estado nunca en una guerra pero os aseguro que si me contratara el subcampeón mundial del espionaje (el campeón es Israel) me costaría sacar unos minutos para espiar.

Mientras pocho las patatas de la tortilla o mientras aspiro las alfombrillas de mi utilitario japonés. No sabría encontrar un hueco para espiar. Imagínate un tío que está en medio de un conflicto donde caen bombas, misiles, metralla, granadas… ¿Cómo se puede espiar con un casco que dice Prensa en la cabeza? Se te ve venir.

—Mira ahí viene el espía de Putin. El vasco.

—No te pierdas al nuevo espía de Putin, licenciado en filología eslava, un sabiondo.

—Etarra y ruso, el pack completo.Si no fuera porque Pablo González tiene pinta de espía ruso diría que lleva más de 20 meses en una cárcel de Polonia por ser un periodista de izquierdas (no lo digo porque trabajara para La Sexta). Lo digo porque estaba comprometido con los Derechos Humanos, con la dignidad.

Si no fuera por que Pablo González solo puede salir una hora al día de su celda (y esposado) diría que lo han metido entre rejas porque ha informado como no informa nadie. La OTAN y sus satélites de la censura tienen la mano muy larga.

Si no fuera porque Pablo González lleva 22 meses sin ver a sus tres hijos diría que está en el trullo polaco porque tiene sentido y sensibilidad y es un reportero con todas las letras. RE POR TE RO. No se casa con nadie y menos con los que intoxican y nos quieren hacer creer que la culpa es siempre de los que trajeron las pipas a España. Los que se pasaron por la piedra a Andreu Nin.

A mí me da igual si Pablo le ha pasado al chef de Putin el porcentaje exacto del picante utilizado en el salo (plato nacional ucraniano) o si le ha soplado al oído a la SVR (Servicio de Inteligencia Exterior) la alineación del Shaktar Donetsk antes del partido contra el FC. Barcelona en Champions.

Igual ha filtrado información sobre la columna de impermeabilidad de los chubasqueros del ejército de Ucrania. O el agarre de la suela Vibram de las botas de la infantería ucraniana.

A lo mejor Pavel ha pasado datos del grosor de los calcetines de las fuerzas especiales enemigas. Cada cuántos kilómetros de marcha generan ampollas y tomates (esos poco estéticos agujeros).

También podría ser que haya contado con todo lujo de detalles en un documento word enviado al Kremlim cuál es el porcentaje de francotiradores zurdos o ambidiestros entre la tropa de Zelenski.

No sé, yo me pierdo. Pero espía tiene que ser. Si lo dice Polonia y Albares… si Perro Sanxe no ha salido raudo a su rescate… algo habrá hecho.

Pero lo que no soporto como compañero de profesión, admirador de su trabajo y como ser humano en activo, es que no sabemos de qué se le acusa exactamente.

Que el ministro de exteriores español (José Manuel Albares) se descojone en mi cara cada vez que le pregunto por Pablo… Que este señor de a entender en círculos cerrados que cuando el río suena… ¡Aclárenos de qué narices se le acusa!

No entiendo cómo un canal que lo tuvo en directo el día antes de ser detenido no hay puto movido un dedo para ayudarle a salir del infierno. Menos periodismo.

No entiendo tampoco cómo cientos de periodistas no se ha planteado manifestarse frente al Ministerio de Exteriores para reclamar su liberación. ¡Qué menos!

Cuando conoces a Oihana (la mujer de Pablo) te das cuenta de que no le puedes dejar vendido ni olvidarte de él ningún día de tu vida, ni de la suya. Por él, por ella, por sus tres hijos, por la profesión, por dignidad, por joder a Albares y a los poderes fácticos que a las periodistas nos prefieren amordazados, atados y bien atados.

Por cierto (que se entere el ministro Albares), los tres hijos de Pablo y Oihana tienen nombre, y quieren ver a su padre. Si no es mucho pedir.

Sueño con poder abrazarle (A Pavel, no a Albares) un día (será un abrazo entre dos osos) e ir de potes por Bilbao para que me cuente cómo un reportero saca tiempo en una guerra para espiar. Terminaríamos echándonos unas risas a costa de los de siempre. Los de Lasa y Zabala, los de las armas de destrucción masiva y los padres (nunca madres) de la Constitución.

No me quiero ir al otro barrio sin saberlo. Es un súper héroe.

¿Qué contrato tendrá? ¿Por obra? ¿Fijo discontinuo? ¿Es un espía sin papeles?

Ibáñez podría haber hecho un Super Humor entero con esta historia: el espía que llamaba al timbre y se quedaba.

Bueno me tengo que ir, me llaman la atención. Toc, toc…

Me dicen los de la  SVR (que están en la habitación contigua) que se me han agotado los caracteres, que tengo que terminar.

Hasta otra.

финальный (THE END, en ruso)


Madrid –

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