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Alrededores de Ferraz, sede del PSOE — Dani Gago

El fascismo inoportuno y los paisajes del miedo

La relación entre demandas populares y cambios legislativos ha terminado con la expulsión de Podemos. No hay cultura, experiencia, olfato, sensibilidad capaces de hacer lo mismo en el nuevo gobierno de coalición


La vida política española se parece a una olla a presión. Sobre el fondo de una correlación de debilidades, fruto de la anulación recíproca de las distintas estrategias políticas en torno a la dirección del estado, el dispendio de energía política no se transforma en materia institucional y política, en el surgimiento y crecimiento de nuevas estructuras y procesos, sino en un mantenimiento inasequible del statu quo.

Mientras tanto, la temperatura del fogón no solo no decrece, sino que aumenta. Las válvulas de seguridad apenas dan abasto. Y, por si fuera poco, la temperatura del entorno exterior no se queda atrás, hasta el punto de que podría llegar un momento en el que el sistema político no solo podría estallar, sino también implosionar.

Olla a presión, olla-prisión. Quedémonos con esta metáfora del régimen en crisis, pero incapaz de renovarse o de volver hacia atrás.

Dicen que las últimas elecciones y el proceso de investidura han sancionado el bipartidismo y han aupado a Pedro Sánchez y su PSOE al papel de nave nodriza de la izquierda española, marginando y casi llevando a la desaparición a Podemos y domesticando al independentismo de izquierda y derecha, por un lado, y, por otra parte, reduciendo a comparsa útil e inofensiva a la operación Sumar. Esto no es cierto del todo. Si no partimos del cuadro de una correlación de fuerzas que tienden a anularse mutuamente, nos podemos dejar llevar por narraciones, motivos y esquemas que pertenecen a un periodo que no volverá, que es el previo al 15M y al octubre de 2017. Y si tratamos de explicar por qué las correlaciones no se mueven, tenemos que atender al agotamiento de las fuentes de novedad en el sistema político, que solo vienen de su afuera, de la creación política de los de abajo. El sistema político (mediático y de partidos) se mueve en una constante autorreferencia, interrumpida solo por las irrupciones del afuera: 15M y sus retoños, procés independentista, revuelta feminista… En este sentido, Podemos fue un virus o, para ser más exacto, un retrovirus, que una vez dentro de la célula del sistema político consigue hacerse pasar por un gen más, mientras va destruyendo el organismo infectado. El retrovirus Podemos se formó en el caldo biológico del 15M como un arma con material genético recombinante, hasta que el sistema político fue capaz, si no de derrotarlo, sí de convertirlo en una enfermedad crónica.

Veamos la relatividad de esa resultante PSOE-PP bajo dominancia PSOE desde el punto de vista de su coeficiente fundamental, su cemento problemático: el miedo. El miedo sin esperanza. Cuando la esperanza flaquea, domina el miedo. ¿Pero qué sucede cuando el miedo no tiene relevo en ninguna esperanza tangible, sino en ilusiones evanescentes, en fármacos de la imaginación? Entonces al miedo solo le releva el pánico y la desesperación.

Tenemos que recordar que 2023 nos trajo síntomas claros de la correlación de debilidades. La guerra larvada y a veces abierta contra el ministerio de Igualdad por parte del PSOE y la complicidad de la camarilla en torno a Yolanda Díaz; el quiero y no puedo del bloque de las derechas que se manifestaban en Colón el pasado 21 de enero, mientras que la manifestación independentista del jueves anterior había puesto de manifiesto la resistencia pero también la división interna entre los actores y corrientes que dieron vida al procés; el lawfare de la judicatura neofranquista encajaba el gol de la desaparición del delito de sedición tras la reforma del Código Penal del diciembre anterior y Llarena introducía la malversación y la desobediencia como cargos contra los exiliados de Waterloo; se acuerdo la subida del salario mínimo a 1080€; ERC pacta con el PSC para aprobar los presupuestos de la Generalitat; Vox demostró su déficit neuronal con el espectáculo de la moción de censura de Ramón Tamames los pasados 21-22 de marzo; la apoteosis de Yolanda Díaz en Magariños el pasado 2 de abril, que certifica el carácter de operación antiPodemos de lo que se suponía que iba a ser una superación de los límites electorales de UP, además de ratificar su carácter puramente carismático y no democrático. Las elecciones del 28 de mayo demuestran la creciente indiferencia electoral de las votantes del bloque de investidura y, de hecho, parecen anunciar el final del ciclo electoral que se inicia en 2015, con los hitos de la moción de censura de 2018 y las elecciones de noviembre de 2019 y la formación del pacto de investidura del gobierno de coalición que acaba de terminar. Pero creyéndonos ese anuncio estábamos menospreciando el factor clave de la continuidad del ciclo político, que no es otra que la audacia y la spregiudicatezza, la falta de escrúpulos de Pedro Sánchez y su equipo.

La decisión de adelanto electoral de Pedro Sánchez y el éxito posterior supone una prolongación del ciclo político sin introducir ningún factor de novedad, salvo la desaparición de toda competencia seria por la izquierda, que no es poco. Pero qué decir del precio. Ha revalidado su liderazgo mediante un órdago en el que ha hecho dos cosas: prometer a todos lo que no puede cumplir, faltando además a su palabra previa; y presentarse como el candidato del miedo, única posibilidad de evitar el gobierno de la ultraderecha. El precio de la investidura ha sancionado un casus belli para las derechas orgánicas divididas. Pero también ha sancionado la división y la debilidad intrínseca del bloque de investidura.

“En resumen, señorías, o la democracia responde proporcionando seguridad, o el sentimiento de inseguridad social legítimo que tienen muchos ciudadanos como consecuencia de las revoluciones que están pendientes, se va a convertir en rabia, y esa rabia acabará por nutrir propuestas políticas que acaben socavando a la propia democracia”. En estas palabras del discurso de investidura de Pedro Sánchez se cifra toda la estrategia de su nueva legislatura: huir hacia adelante.

Las ha pronunciado en medio de un ejercicio de frustración y rabia desordenada de las derechas orgánicas divididas. Entre los tanques y la mayoría parlamentaria, queda la cayeborroka, las arremetidas de los cabestros enceguecidos del lawfare y del corporativismo judicial, la redundancia inútil de un mediafare que ha quedado tocado pero no hundido tras las revelaciones de Villarejo y sus amigos y que en estos días ve cómo los simpáticos demócratas del aguilucho y la cruz gamada agreden e insultan a los periodistas e incluso a las fuerzas de seguridad; y por último la senilidad airada de los consiglieri del viejo PSOE-GAL y de sus homólogos periodísticos, que hoy se sientan en los principales consejos de administración o de todos modos se han hecho ricos con la política.

De esta suerte, en el horizonte político se presentan tres principales estrategias, muy desiguales y dispares en su consistencia, madurez y capacidad de agencia. La primera es la de la defensa del statu quo, que tiene en el PSOE de Pedro Sánchez, en la coctelera de Sumar, PNV, Bildu y ERC sus apoyos endebles, basados en el cemento del miedo, pero no en la potencia de creación de una esperanza política. Con la neutralización del retrovirus de Podemos, la capacidad de desplazar los ejes hacia un momento republicano, federal y socialista se ha perdido por completo, ahogado en la cuna. El statu quo tiene unas bases sociológicas igualmente endebles. Mucha gente sabe o intuye que 2024 puede ser el año en el que podríamos empezar a hablar de Tercera Guerra Mundial, en el peor de los casos; pero sin duda va a ser el año en el que la UE va a sancionar, si no lo evitamos, su curso definitivo hacia el militarismo, el neocolonialismo, el apartheid, el genocidio y distintos grados y combinaciones de fascismo en la calle, en las instituciones y en los media. El genocidio en Palestina y la guerra cronificada en Ucrania y en el Sahel son las bases de una ruleta rusa que en cualquier momento puede volar los sesos del escaso orden internacional que queda. Las elecciones europeas del próximo junio cobran así un carácter decisivo. Lo que es seguro es que la austeridad social y la consolidación del régimen de guerra van a poner en jaque las promesas del discurso de investidura y van a hacer temblar las junturas del bloque plurinacional.

La segunda es la involución, el “golpe de timón”, lo que he llamado, jugando con la expresión de Ulrich Beck y Anthony Giddens, el “franquismo reflexivo”, la conciencia reaccionaria, de momento impotente, de que aquel “De la ley a la ley, dentro de la ley”, es decir, la continuidad fundamental de la dominación oligárquica, del papel ideológico del biopoder eclesiástico, del control oligárquico de la esfera mediática y de la integridad territorial madrileñocéntrica están en crisis profunda, pero también de que no es viable ni aconsejable un movimiento político-militar, que además tendría que implicar, sentenciándola de muerte, a la corona borbónica. El problema de esta estrategia es que es una chapuza desordenada; que se da en medio de una competencia muy poco simbiótica entre Vox y PP; que además es incapaz de coordinarse eficazmente con la oligarquía mediática y, last but not least, que está ofreciendo un tratamiento gratuito y brutal con anabolizantes a las distintas variantes del fascismo violento y real y potencialmente asesino. La cayeborroka de Ferraz ha destruido por completo las posibilidades parlamentarias de PP-Vox. Pero al mismo tiempo ha introducido un clima de reacción de tipo venezolano, caótico pero constante, irresponsable, degradante y cada vez más cercano a la legitimación de la violencia política reaccionaria. La suerte de la estrategia golpista depende fundamentalmente de factores ajenos: los errores de la estrategia del statu quo y los cambios en la composición y la orientación políticas del bloque atlántico: dos elecciones, las europeas y las estadounidenses.

¿Será capaz el PSOE de Pedro Sánchez de seguir huyendo hacia adelante para mantener el statu quo, cuando austeridad, régimen de guerra y militarización, genocidios y guerras, asaltos migratorios, golpismo rampante y apatía electoral alineen sus trayectorias? ¿Será capaz, parafraseando su discurso de investidura, de transmitir seguridad sin dejar de usar el miedo para aunar las voluntades? La respuesta es que no: a determinadas temperaturas, el juego con el miedo y la oferta de seguridad explota.

Queda un tercer eje, el más prospectivo, virtual, inconsistente en la realidad actual, que es el de un “republicanismo reflexivo”, el de la reconstrucción de la comunicación, los afectos y los lenguajes entre los movimientos populares para romper con la dialéctica suicida entre el miedo y la desesperación. Del ciclo iniciado en el 15M han quedado miles de personas que no están dispuestas a tirar la toalla y convertirse en consumidor dependiente de los antidepresivos que ofrece la estrategia del statu quo; pero además han llegado nuevas composiciones de lucha, en el movimiento feminista, en las luchas LGTBQI+ y su incompatibilidad con el statu quo; en el incipiente pero inevitable movimiento de las personas racializadas; en el siempre resistente e insuprimible movimiento por la vivienda digna; en el nuevo activismo contra el cambio climático y el capitalismo, etc. Se dirá: nada nuevo, la gobernanza del statu quo, ya sea por obra de Sumar o del propio PSOE, va a ser capaz de integrar las demandas y debilitar la autonomía política de los movimientos. No, las cosas han cambiado. Salvo en el movimiento sindical tradicional, pilar fundamental del “laborismo” de la camarilla de Yolanda Díaz, la relación entre demandas populares y cambios legislativos ha terminado con la expulsión de Podemos. No hay cultura, experiencia, olfato, sensibilidad capaces de hacer lo mismo en el nuevo gobierno de coalición. Y precisamente “lo que queda de Podemos”, lo que queda del anticapitalismo, de la autonomía y del municipalismo que acompañaron al 15M y quedaron marginados por la centralidad del proyecto del primer Podemos, y lo que queda del independentismo impugnador, deben ser operadores decisivos en este proceso del republicanismo reflexivo. Su fuerte: la cuestiones que solo una ruptura constituyente, construida en las calles, las redes y las instituciones, pueden ser capaz de tomar en sus manos. La inacción ante el calentamiento global, que pasa por el control político de la actividad del capital financiero; la destrucción de las ciudades por el despotismo inmobiliario y urbanístico, donde la expropiación de los grandes fondos y el pacto político con los pequeños tenedores y el rentismo popular pueden garantizar vivienda digna y asequible para todo el mundo; la reducción de la jornada laboral y la introducción de una renta universal, individual e incondicional suficiente para todos los residentes; la autodeterminación de las naciones del estado mediante referéndum; la desmilitarización de la economía y el pacifismo activo contra las guerras en curso; la plena ciudadanía de las personas migrantes y racializadas y la transformación antirracista y democrática del régimen de fronteras internas y externas; la desmilitarización de las policías y del orden público y su reconstrucción democrática y civil; la seguridad y plena expresión de las personas LGTBQI+, etc. Se trata de construir un proyecto contra un neoliberalismo que el giro fiscal europeo ni mucho menos ha debilitado y que ahora va unido a soluciones coloniales y militares y a una cooperación simbiótica con movimientos y partidos fascistas. A Podemos le toca una tarea en la que es imprescindible, pero que no puede cumplir sin dejar de estar solo: construir todo tipo de conexiones e interfaces con las luchas presentes y por venir, asistirlas y servir de célula madre para la construcción de nuevas máquinas republicanas plurinacionales bajo una nueva relación con los contrapoderes de los que surge y a los que se debe. Terminó la fase de la “máquina de guerra electoral”. Empieza la fase de la máquina constituyente. Hay miles o decenas de miles de personas, votantes, cuadros y activistas que siguen creyendo en lo que ofrecen PSOE y Sumar. Esas personas volverán, a gotas o en avalancha, a las filas de la ruptura republicana en cuanto los movimientos populares y sus luchas y sus correlatos institucionales demuestren que están a la altura de aquel “no tenemos miedo” que, junto al “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” y el “un sol poble” del procés independentista y el “Ni una menos” de la revuelta feminista, son los lemas fundacionales del nuevo asalto que tenemos que construir, con audacia y tenacidad, con virtud y fortuna.


Madrid –

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