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Jesús Hellín / Europa Press

Ibuprofenos, paracetamoles y ministras

Dijo Mónica García: “Está el paracetamol por un lado y, por el otro, está el ibuprofeno. Los puedes tomar por separado. Si los tomas juntos cada cuatro horas, tienen un efecto sinérgico. Hay políticas públicas y privadas que también tienen este efecto”


Uno de los términos que más me fascina de nuestro acervo léxico es estupor. Qué pedazo de palabraza. La amo tanto que no suelo utilizarla, por miedo a que se popularice demasiado y me la estropeen. Ya me sucedió con otra encantadora palabra, deleznable, que con rigor etimológico debe usarse para describir algo que se deshace o areniza, o (si alcanzamos su origen: deleznarse) que se desliza o resbala. La palabra deleznable le sonó a la gente tan insultantemente rotunda que, al final, hasta la Real Academia de la Lengua la ha admitido como sinónimo de despreciable. Ya no puedes hablar del alma deleznable de Gustavo Adolfo Bécquer, alma que se arenizaba en su dolor inmanente y sus ganas de morir: si tal dijera, las oscuras golondrinas me pegarían una patada en los huevos por haber insultado a su poeta.

La RAE tiende a doblegarse ante lo que llaman usos populares, cuando solo son incorrectos. Por eso las golondrinas me pegan patadas. Es como si los psicólogos, por presión de la ignorancia del vulgo, acabaran admitiendo que la mezcla de alcohol con cocaína favorece la autoestima y la locuacidad. Es tan cierto como pernicioso. Así que, ya que he perdido el privilegio de usar la palabra deleznable porque ya no significa lo que significaba cuando era pura, ahora estoy empeñado en salvaguardar la incorruptibilidad de la palabra estupor. Y por eso me resisto a usarla y darla a conocer. Estupefacción o estupefaciente, que parecen derivadas etimológicas, son prendas léxicas más de batalla y que aguantan la lluvia y el viento sin encoger ni mancharse tanto.

Hechas todas estas inútiles aclaraciones, decir que las recientes palabras de la ministra de Sanidad, Mónica García, me han sumido en un estado de profundo estupor. Ya que hablamos de salud, os transcribo la definición médica que nos da la aleve RAE, para que no andéis estropeando etimologías, lexicografías y otras fililogueces: “Disminución de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o de indiferencia”.

Dijo Mónica García: “Está el paracetamol por un lado y, por el otro, está el ibuprofeno. Los puedes tomar por separado. Si los tomas juntos cada cuatro horas, tienen un efecto sinérgico. Hay políticas públicas y privadas que también tienen este efecto”.

Escuchar a la máxima responsable de la sanidad de nuestro país comparando la convivencia entre salud pública y privada con la alternancia entre la ingesta de ibuprofeno y paracetamol no solo suena a invitación a automedicarse, sino que también es publicidad gratuita para dos marcas comerciales cuya accesibilidad farmacéutica conlleva peligros.

El paracetamol es un tóxico hepático que algunos suicidas usan en altas dosis (una caja). El ibuprofeno es uno de los medicamentos de los que más abusan los españoles, como ya nos ha advertido hace una década la Agencia de Medicamentos y Productos Sanitarios, y puede agravar hasta la muerte ciertas dolencias cardiovasculares. Me causa estupor que un médico como Mónica García, a la sazón ministra del ramo, publicite su consumo. Recomiéndale a la gente un plátano y una manzana al día, ministra, pero no incites a la gente a engancharse a los químicos. Por mucho que hables ante un foro organizado por el periódico de Pedro J. Ramírez con no escasa presencia de representantes de las grandes farmacéuticas y multinacionales privatizadoras.

Pero mi estupor se convierte en indignación cuando recuerdo que MG, hace 12 años, siendo ya anestesista del Hospital 12 de Octubre y coportavoz de la Asociación de Facultativos Especialistas de Madrid, se convirtió en uno de los puntales de las mareas blancas madrileñas y un azote contra las veleidades privatizadoras del ex consejero de Sanidad de la CAM, Javier Fernández-Lasquetty. Daba gusto verla y oírla: parecía la sanidad guiando al pueblo, en plan Delacroix.

Aquella combatividad honesta y documentada fue su catapulta hacia la política, que arrancó desde Podemos y después en Sumar, hasta alcanzar los laureles del ministerio. Ahora es una firme defensora de la sanidad privada. ¿Qué cambió en estos diez años? ¿Sobredosis de paracetamol e ibuprofeno? Quizá cuando, siendo alta burguesía, Mónica García se acogió al bono social, se le hizo la luz. Y ha regresado a sus orígenes de niña pija del colegio Yale de El Viso (barrio rico de Madrid). No sé. La palabra estupor se me queda corta. Y mira que suena bellísima. Acabo con la mítica frase de Josep Tarradellas que no sé por qué me cae en mientes: “En política se puede hacer de todo, menos el ridículo”. Pues eso, ministra.


Madrid –

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