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Insensatas

Un pensamiento liberal, el de Santiago Alba Rico, pretendidamente neutro pero androcéntrico, que obvia que el patriarcado es un sistema estructural a través del cual la violencia contra las mujeres lo permea todo



Dice Santiago Alba Rico que somos unas insensatas. No sé exactamente a quiénes se refiere cuando usa “puritanismo neocon” para señalar a algunas feministas (malas) y distinguirlas así de las buenas feministas, esas que pelearon por la igualdad salarial entre otras cosas; esas a quienes se dijo antes de la huelga del 2018 que teníamos que “saber parar” porque estábamos yendo demasiado lejos. En todo caso, sé que yo estoy entre ellas. Y como yo, también están ahí mis amigas, mis compañeras de militancia, y supongo que también los cientos de miles de mujeres que están defendiendo el consentimiento como centro de unas relaciones sexuales y afectivas igualitarias. Supongo que también considera insensatas a las que defienden esto en otras partes del mundo, y quizás hasta merece esa consideración la Comisión Europea,  que quiere legislar en Europa cómo lo ha hecho España con la ley Sólo Si Es Sí. Y desde luego, a todas las que se manifestaron por todo el país en contra de la sentencia de La Manada. Dice que no somos mayoría, pero yo creo que sí lo somos. Y si no lo somos ahora, el paradigma está cambiando a tanta velocidad que lo seremos en poco tiempo. 

Discrepo con que seamos pocas pero discrepo también cuando afirma que si el feminismo ha avanzado en las últimas décadas ha sido gracias a coincidir con el sentido común, entendido este como un criterio inmutable y objetivo que no está determinado históricamente. El sentido común ha sido patriarcal como lo es nuestra historia, y las mujeres hemos llegado hasta aquí forzando y transformando ese sentido común. De ahí los adjetivos que tradicionalmente nos han venido adornando: locas, violentas, putas, histéricas, inútiles, y,desde luego, siempre insensatas. Adjetivos todos ellos que no se aplican a personas que encarnan el sentido común, precisamente. 

El sentido común ha sido siempre también adultocéntrico, una palabra que define una estructura social de relaciones de poder en la que se presupone que los y las niñas no tienen capacidad de tomar decisiones ni de participar de los asuntos públicos. Hoy somos muchas más que ayer las que queremos educar a nuestros hijos para que aprendan a ser  autónomos, tengan voz,  sepan quetienen capacidad para decidir y que su cuerpo les pertenece; para que sean conscientes de sus derechos y los defiendan. Y somos muchas también, hombres y mujeres, las que aunque no tengamos hijos, queremos construir una sociedad que respeta y garantiza los derechos de la infancia y que no obliga a niños y niñas a besar a desconocidos Esto no supone, en ningún caso, acabar con la separación legal entre la minoría y la mayoría de edad, ni tampoco negar la vulnerabilidad de la infancia, pero sí superar la perspectiva según la cual niños y niñas son objetos y no sujetos de derechos; visión esta que es la puerta de entrada de tanta violencia contra la infancia. Yo me como a besos a mi hijo, le doy todo el afecto que me deja el tiempo que tengo para estar con él, pero también le enseño que, en cualquier momento, puede decir que no y que yo respetaré esa voluntad; igual que le enseño que debe respetar a los compañeros de clase si no quieren sus abrazos

No contempla que dicha seguridad ha significado siempre “inseguridad antropológica” para las mujeres. Claro que el feminismo tiene como objetivo revolucionar protocolos, convenciones y formas de relacionarnos que son parte de la cultura patriarcal que concibe los cuerpos de las mujeres como objetos

Claro que Ángela Rodriguez Pam tiene razón cuando cuestiona que los y las niñas tengan que dar besos a desconocidos cuando se lo impone un adulto. También cuando dice que el hecho de que las mujeres saludemos con dos besos y los hombres con la mano se debe a una cultura sexista. Ambas cosas tienen su origen en un sistema de dominación patriarcal androcéntrico y adultocéntrico en el que el pater familias es dueño de mujer/es e hijos. Y por cierto, que en el mundo árabe y en España el protocolo de saludo sea inverso no significa que no sea funcional al patriarcado en ambos casos. Cada cultura tiene sus propios rasgos para organizar y señalar la preminencia de los hombres sobre las mujeres. Siempre es bienvenido el debate, pero descontextualizar las palabras de la Secretaria de Estado (a partir de la enésima campaña de los medios de derechas) para terminar, el mismo Alba Rico, quejándose de las críticas recibidas a su artículo y argumentando que “no deberíamos discutir en un campo de minas”, es tramposo. Bienvenido al campo de minas en el que vivimos muchas feministas día sí y día también.

Creo, sin embargo, que los problemas del planteamiento de Santiago Alba Rico son, fundamentalmente, tres. El primero es partir de un pensamiento liberal, pretendidamente neutro pero androcéntrico, que obvia que el patriarcado es un sistema estructural a través del cual la violencia contra las mujeres lo permea todo. Esa violencia nos afecta a todas por el hecho de ser mujeres y se reproduce en forma de actos, expresiones, actitudes… de forma permanente y en diversos grados. Está a día de hoy tan profundamente normalizada que, según las estadísticas, sólo denunciamos el 8% de los actos de violencia sexual que sufrimos de entre los que serían punibles. Esto no es un problema penal sino social, porque quiere decir que la “cultura de la violación” está profundamente arraigada en nuestra sociedad aún hoy. Por tanto, el problema no es que denunciemos mucho, sino que denunciamos muy poco. Que esto deje de ser así debería ser uno de nuestros primeros objetivos. 

Quienes defendemos el consentimiento como criterio a partir del cual garantizar nuestro derecho a la libertad sexual no consideramos que todo intercambio físico entre hombre y mujer tenga carga sexual, ni tampoco que la sexualidad masculina esté necesariamente vinculada a la agresión. Lo que queremos es tener capacidad de decisión sobre las relaciones sexuales que nos apetezca tener, así como que estas se produzcan en condiciones de igualdad. No pensamos que siempre que un hombre se acerque a una mujer lo haga con intenciones libidinosas, sino que pensamos que su intención es indiferente en lo que respecta a la decisión y a la libertad de las mujeres sobre sus propios cuerpos. Queremos follar, ligar, bailar, besar, abrazar, pero queremos hacerlo en libertad. De hecho, es incluso posible que cuando el respeto a nuestro consentimiento esté claro y haya sido completamente asumido, queramos besar y abrazar más de lo que lo hacemos ahora. 

Defendemos que existe una condición, el consentimiento, que es la condición necesaria para que nuestra agencia tenga cabida, y con ella el deseo, en el sentido que quiera o pueda expresarse. Alba Rico parte de una confusión a la hora de interpretar qué significa el paso del “No es no” al “Sólo si es si” si  entiende que eso implica mezclar consentimiento y deseo, cuando es precisamente lo contrario y cuando el cambio de paradigma significa, justamente, pasar de establecer la responsabilidad de la vulneración de nuestro derecho a la libertad sexual en cuánto y cómo nos resistimos, a situarla, por el contrario, en la persona que ejerce ese acto en contra de nuestra voluntad. Lo que buscamos es generar una nueva cultura del consentimiento en la que se reconozca autoridad a las experiencias de las mujeres.

El segundo gran problema en el planteamiento de Alba Rico es su concepción eminentemente conservadora de eso que llama “seguridad antropológica”. No contempla que dicha seguridad ha significado siempre “inseguridad antropológica” para las mujeres. Claro que el feminismo tiene como objetivo revolucionar protocolos, convenciones y formas de relacionarnos que son parte de la cultura patriarcal que concibe los cuerpos de las mujeres como objetos a disposición y servicio de los hombres. También por cierto el avance de los derechos LGTBi, la superación del capitalismo o el hecho de transitar hacia una sociedad que cuide el planeta. Todo cambio cultural que suponga un avance implica generar nuevos protocolos sociales y modos de relacionarnos, es decir, nuevos órdenes, aunque en el camino aparezcan inevitablemente crisis, angustias e incertidumbres. En este caso, la reacción de muchos hombres ante su incomprensión del nuevo paradigma y su incapacidad para relacionarse desde la igualdad, les lleva a denunciar (quizá en el fondo a pedir) un fantasmático “contrato para follar”.

Por último, que millones de mujeres hemos tomado la palabra a través de las protestas del caso de La Manada, del asunto de Rubiales o a partir de sus propias experiencias. Que tantas nos podamos referenciar en Jenni, en las jugadoras que nos dicen que aquel beso solo fue la punta del iceberg, o en las cientos de mujeres que cuentan sus experiencias diariamente en el muro de Cristina Fallarás, es sin duda la mejor noticia para que sigamos poniendo nuestra agencia (también en el ámbito sexual) en el centro de nuestras vidas. 


Madrid –

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