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Imagen aérea de la ciudad, Gaza — Youtube

La guerra y los momentos mesiánico, anticolonial y antifascista

En un régimen de guerra global en el que todos dicen combatir a su enemigo porque es fascista y antisemita resulta muy difícil orientarse y acertar en las alianzas


Veinte camiones para dos millones de personas que se encuentran en el peor estado de necesidad y el mayor peligro inminente de muerte por genocidio en el planeta. Eso es todo lo que el tío Joe Biden le ha podido sacar a su díscolo ahijado Bibi, defensor de la democracia a su manera, con cierta inclinación genocida: cosas suyas. Luego el POTUS se ha visto con Úrsula y un tal Charles, en un cita muy oportuna para recordar al mundo que “la guerra de Gaza” no va a distraer un instante de la cosa de Ucrania y que, como recordaba hace unos días la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, hay dinero para otra guerra. Y quien dice para dos, dice para tres o cuatro. 

El discurso a la nación que el tío Joe pronunció el pasado jueves 19 de octubre es una losa definitiva sobre la esperanza de frenar la limpieza étnica y las operaciones genocidas de Israel en Gaza y Cisjordania. “Como saben, el ataque a Israel nos recuerda los casi veinte meses de guerra, tragedia y brutalidad asestados al pueblo ucraniano, un pueblo malherido desde que Putin lanzó su invasión total”. Este es el cerebro del tío Joe, pero también el de los estrategas del Pentágono. Por su parte, Úrsula habla de que “el pueblo judío ha sufrido el mayor ataque desde la Shoah”. El asunto es qué hay detrás de este sistema de pesos y medidas que permite la comparación. ¿Cómo se puede comparar la invasión imperialista de la segunda potencia nuclear del mundo y su coste efectivo y potencial con el ataque mortal de una guerrilla de prisioneros desesperados contra un gigante militar —y nuclear— que gestiona el inmenso campo de prisioneros en el que viven los guerrilleros desde 2005? Habrá quienes solo vean en esa cadena de equivalencias un artificio retórico, hipocresía, que esconde las duras realidades geopolíticas. No estoy de acuerdo: el lenguaje es siempre acción y a veces, como en este caso, transformación de los estados de cosas, acontecimiento. Cierto que hay una clave interna en el discurso del tío Joe: unificando ambas guerras e identificando enemigos y contextos con los de la Segunda Guerra Mundial busca desarticular a los republicanos; la reafirmación de la misión providencial de Estados Unidos permite construir coaliciones entre la industria militar y tecnológica y los sindicatos en torno a una versión nacionalista y militarista del mayor esfuerzo fiscal en industria, tecnologías estratégicas, obras públicas y sistemas de energía desde los tiempos de Franklin D. Roosevelt. De momento, ya ha dejado fuera de combate a la izquierda del Partido Demócrata y las ocho congresistas conocidas como “The Squad”, por no hablar de Bernie Sanders, fulminado por los efectos de la ecuación Putin = resistencia palestina. 

Pero vayamos a la clave de la política exterior. Que no es otra que la que cabía esperar, habida cuenta del comportamiento del tío Joe respecto a la crisis y la guerra en Ucrania, en su larga continuidad desde la administración Obama: hay que defender la primacía estadounidense mediante la guerra allí donde se presente cualquier desafío. Pero la guerra la van a hacer otros, otros han de poner los muertos y mutilados: los aliados en las zonas calientes. No puede haber bajas estadounidenses. En Ucrania, en Oriente Medio o en el Sahel, quizás en la península coreana y Taiwán. Pero volvamos ahora al lenguaje, a la acción y a sus transformaciones de los estados de cosas. Porque una cosa es que el pueblo ucraniano perezca por cientos de miles o millones en una guerra de desgaste contra Rusia y muy otra que lo haga la población judía del estado de Israel. Ahí hay una inconmensurabilidad que nos conduce al efecto catastrófico de las palabras del tío Joe. Porque en una guerra regional contra sus vecinos, el gobierno de coalición de Bibi Netanyahu, que si por algo se distingue es por la coherencia con la que abraza el adagio del “cuanto peor, mejor”, pondrá en práctica la menos mencionada de las doctrinas Truman: mejor usar el arma nuclear y que mueran cientos de miles o millones de civiles antes de que perezcan decenas de miles de civiles y soldados israelíes. Se estima que Israel cuenta con decenas o centenas de cabezas nucleares y con la capacidad de lanzarlas desde aviones, submarinos o mediante los cohetes Jericó de alcance medio e intercontinental.

Lo que parece claro es que los tres momentos van a seguir definiendo los comportamientos dominantes en la situación mundial de guerra y de regímenes de guerra en un entorno caótico en los planos social, mental y medioambiental

El destino de Gaza y Cisjordania parece sellado. El sistema de las Naciones Unidas parece incapaz de hacer nada para evitarlo. La cumbre del Cairo no producirá nada más que gestos; quizás unos cuántos camiones más; quizás la salida de Gaza de los prisioneros no palestinos. Nadie puede evitar la invasión terrestre israelí de la Franja de Gaza. ¿Quién movilizará los fondos para que la población palestina que escape de la limpieza étnica, acelerada por la invasión terrestre israelí, pueda asentarse en campamentos en algún lugar del desierto del Sinaí, para no volver jamás a Palestina? Con el inicio de la invasión terrestre, ¿quién podrá evitar el contagio del conflicto bélico al Líbano, Siria, Irak, Yemen o incluso Irán? 

Ya es tarde para muchas cosas en la situación mundial. La racionalidad administrativa de la Casa Blanca o de Bruselas sigue pensando que, decenas o cientos de miles de muertos arriba o abajo, se trata de conducir la situación a un ajuste y a una estabilización favorables. Siguen pensando que se trata de controlar el caos, provocado o sobrevenido, y jugarse ahí la partida. Desprecian el factor subjetivo, las pasiones colectivas y su vivencia del tiempo histórico. 

En las relaciones entre los regímenes de guerra, las pasiones colectivas y las vivencias del tiempo histórico se presentan hoy tres momentos distintos, pero de cuya combinación, de sus variaciones, emancipadoras o fascistas y reaccionarias, depende el futuro inmediato. Por un lado, tenemos un momento mesiánico, omnipresente. Hay que recordar dos cosas: que, con la excepción de China, las guerras en curso en Ucrania, Palestina o el Sahel tienen un componente confesional, religioso, teológico-político. Todos se encomiendan a la voluntad divina. También la luterana Úrsula lo hace a la manera francesa, disfrazando de laicidad el mandato divino de defensa de la civilización occidental, cristiana, blanca, colonial. La teología política domina un escenario que se vive como fin/redención en fórmulas escatológicas que remiten a la narrativas de las tres religiones mesiánicas: Messiah, Mahdi, Cristo. Dar y recibir la muerte revela un designio divino.

Por otra parte, desde hace años la protesta contra la colonialidad del poder aparece por doquier, desde América Latina a Oriente Medio, desde las banlieues francesas a los guetos afroamericanos, desde la revuelta de Londres de agosto de 2011 al rechazo del colonialismo europeo en el Sahel. Pero tiene en la ferocidad genocida del apartheid israelí un punto de condensación y transformación que ya es irreversible. Las protestas contra el genocidio en la franja de Gaza que están llenando las calles del mundo; por otra parte, la nueva conciencia judía anti sionista está protagonizando, sobre todo en Estados Unidos y muy débilmente en Israel, una nueva época expansiva que además es un signo de que el chantaje sionista sobre la izquierda judía está resquebrajándose sin remisión; la lucha armada de las facciones palestinas y de otras formaciones armadas del mundo árabe tienen, dentro de sus contradicciones desgarradoras, un carácter anticolonial que no hará más que incrementarse y radicalizarse a medida que avancen la guerra y el genocidio. 

Pero hay un tercer momento en pleno crecimiento, que es el momento antifascista. Guerra moderna, colonialidad y fascismo proliferante duermen bajo la misma manta. No se trata de la retórica antifascista: la del tío Joe y Úrsula contra Vladimir; ni de la de éste contra los “banderistas ucranianos”; ni la de los fascistas baptistas y neopentecostales estadounidenses contra el “antisemitismo de la izquierda islamizada” o la del fascista Bibi, a coro con el tío Joe, Úrsula, Macron, Annalena Baerbock o Jiménez Losantos contra la voluntad de genocidio que se escondería en las luchas y protestas contra el apartheid y la ocupación israelíes y en la causa palestina en cuanto tal. No, no se trata del enmarañamiento de los lenguajes y del juego de espejos y máscaras entre fascistas y reaccionarios de distinto pelaje. Se trata de la percepción masiva de que, a medida que cunde la guerra, nuevos partidos, movimientos, gobiernos y ejércitos de tipo fascista se están haciendo y van a hacerse con el poder y van a convertir la Segunda Guerra Mundial en un episodio menor de un siglo que se nos antojará cándido y aún rebosante de humanidad. Una percepción aguda y angustiada, que se debate entre la rabia y la desesperación. 

¿Cómo se combinarán y qué resultados/transformados darán estos tres momentos? Tal es la pregunta clave de la política emancipadora en todo el mundo que necesitamos responder como el aire para respirar. Si alguien cree que las manifestaciones de protesta, por si solas, van a detener el genocidio palestino y evitar la guerra en Oriente Medio, muy probablemente se equivoca. Lo mismo podemos decir de la acción diplomática: ni Guterres, ni mucho menos Putin, van a evitar nada, por distintos motivos: el primero porque es una figura legítima, pero sin armas. Y Putin porque es el enemigo número uno del tío Joe y de Úrsula y lo último que le van a conceder es un papel de mediación. Xi Jinping hará lo posible, pero no lo necesario, porque sabe perfectamente que el comienzo del fin de la RPCh coincidirá con la participación o la implicación directa en las guerras y conflictos creadas por las potencias coloniales occidentales. Por añadidura, la protesta anticolonial no sabe cómo medirse con la componente violenta del momento mesiánico, tanto palestina, árabe, islámica, ni con la también previsible violencia de los gobiernos, estados y grupos aliados del gobierno Netanyahu y sus resortes en el estado de Israel, es decir la totalidad de los gobiernos de la Unión Europea. Tampoco con las contradicciones internas y la realidad del antisemitismo en algunas de sus componentes. 

El momento antifascista se enfrenta a otras tantas contradicciones y atolladeros. En un régimen de guerra global en el que todos dicen combatir a su enemigo porque es fascista y antisemita resulta muy difícil orientarse y acertar en las alianzas. En ese régimen de guerra en el que prosperan movimientos, ejércitos y gobiernos fascistas, el nivel de violencia puede llevar fácilmente a asumir la guerra como terreno de batalla, espoleada por el momento mesiánico. Ahí lleva las de perder.

Sin embargo, aunque ingentes cantidades de muerte y destrucción parezcan ya inevitables, no es ilusorio pensar que una acción colectiva y coordinada transnacional pueda sacar lo mejor de la combinación de los tres momentos. Sin duda son necesarias convergencias, recomposiciones, nuevas campañas y organizaciones, encuentros e hibridaciones masivas. Todo pintaría mejor si en esta coyuntura reemergieran los momentos anti-patriarcal y anticapitalista, porque contienen las claves profundas que ayudan a rechazar y derrotar a las peores combinaciones, militaristas y teocráticas, de los momentos mesiánico, anticolonial y antifascista. Lo que parece claro es que los tres momentos van a seguir definiendo los comportamientos dominantes en la situación mundial de guerra y de regímenes de guerra en un entorno caótico en los planos social, mental y medioambiental. Y que el desafío es recomponerlos contra la guerra, el fascismo y el genocidio como norma de la gobernanza global.


Madrid –

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