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La trampa discursiva de la salud mental

El actual auge discursivo de la salud mental omite poner el foco en las consecuencias de la precariedad y de un sistema económico estructuralmente injusto


La Gran Recesión supuso una vuelta de tuerca más en el deterioro del estado del bienestar, ya mermado tras décadas de neoliberalismo. Las privatizaciones, los recortes y el menoscabo de los derechos sociales siempre tienen como consecuencia el incremento del malestar de las clases populares, lo que se traduce en una peor salud de la mayoría de la población, también en una peor salud mental. En este sentido, los intentos de sectores progresistas dirigidos a politizar la salud mental tras la crisis de 2008 son razonables y bienintencionados. Si un sistema económico provoca problemas de salud mental a millones de personas, es sensato poner de relieve estos efectos en la agenda pública.

No cabe duda de que cada vez se habla más de salud mental. Proliferan los reportajes en los medios de comunicación, famosos de toda condición se sinceran sobre sus problemas e incluso ámbitos como el deportivo se abren a la conversación. La sonada celebración del Día Mundial de la Salud Mental, en la que la reina Letizia se ha arrancado con unas barras de El Chojín, es un ejemplo reciente. Qué éxito de la izquierda, podría concluirse.

¿Es cierto que se ha producido un exitoso proceso de politización de la salud mental? Repárese en que politizar no se emplea aquí en la acepción negativa que tantas veces se destaca, sino para hacer referencia a la introducción de un asunto en la esfera pública. Creo que no, que no estamos ante éxito alguno. De hecho, lo que ha sucedido es que se ha abortado el proceso de politización. El poder económico-mediático, con la ayuda de no pocos auxiliares políticos, se las ha ingeniado para reconducir el proceso de politización y reconvertirlo en todo lo contrario: en un proceso de despolitización de la salud mental.

Y, finalmente, pero no menos importante, el discurso hegemónico que normaliza los problemas de salud mental contribuye a silenciar la norma que opera en la realidad: que la mayoría de la gente no puede “pagarse un psicólogo”

El actual auge discursivo de la salud mental omite poner el foco en las consecuencias de la precariedad y de un sistema económico estructuralmente injusto. El énfasis recae en la idea de normalización de los problemas de salud mental y en la lucha contra el estigma que, supuestamente, producía el hecho de acudir a profesionales especialistas. Esta trampa discursiva provoca nefastas consecuencias. En primer lugar, se deja en un segundo plano el debate sobre el estigma más indubitado: el que sufre una minoría de personas y que lleva aparejado serias discriminaciones y tratamientos cuestionados tanto por importantes sectores profesionales como por organizaciones que priorizan la defensa de los derechos humanos (piénsese en los tratamientos coercitivos).

En segundo término, normalizar los problemas de salud mental implica aceptar que en una sociedad es admisible que la mayoría de la población o amplios sectores sociales sufran problemas de salud mental por el mero hecho de vivir. De resultas que, desde una perspectiva económica, se está normalizando un sistema que provoca un malestar generalizado. He aquí la más evidente manifestación del proceso de despolitización de la salud mental.

Y, finalmente, pero no menos importante, el discurso hegemónico que normaliza los problemas de salud mental contribuye a silenciar la norma que opera en la realidad: que la mayoría de la gente no puede “pagarse un psicólogo”. No sorprende que los medios de comunicación hayan obviado la Proposición de Ley General de Salud Mental que Unidas Podemos presentó en 2021, una iniciativa que establecía, como aclaraba su exposición de motivos, “nuevas garantías de tiempo y ratios de profesionales en aras de facilitar y extender el acceso a la atención pública a la salud mental en el Sistema Nacional de Salud”. En los medios de comunicación cabe la cuestión de la salud mental, pero no así un sistema público de atención a la salud mental.

El problema tiene otras muchas aristas. Pero sirvan estas líneas para dejar constancia de que, en sociedades mediatizadas como la nuestra, casi nada es lo que parece. Y para reivindicar la necesidad de repolitizar la salud mental.


Madrid –

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