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Manifestación antisemitismo

Dani Gago / Madrid

Las homilías del padre Juliana y el antisemitismo

Es preciso salir del marco del “antisemitismo” y colocarse en la realidad histórica del odio contra los judíos y sus distintas geografías y ocurrencias históricas


Como cabía esperar, el grito de la humanidad contra la limpieza étnica y el genocidio que están siendo perpetrados por Israel en Gaza y Cisjordania se ha encontrado con la acusación de antisemitismo por parte de… ¿quiénes?. Hace ya mucho tiempo que la cuestión del antisemitismo se ha convertido en un condensado de las transformaciones del significado y de los contextos prácticos, esencialmente políticos y éticos, en los que se forman frases que hablan de “antisemitismo”. Sabemos que el vocablo tiene la particularidad de haber sido inventado antes que su versión positiva: de Ernest Renan al verdadero padre del antisemitismo, el proto-nazi Friedrich Wilhelm Adolph Marr, el “semitismo” no es más que un artificio para construir un enemigo absoluto de las supuestas razas dominantes, las improbables razas arias y/o germánicas. El laboratorio de la filología de la escuela histórica de Göttingen, a quien debemos la acuñación de los “pueblos y las lenguas semíticas”, preparó el camino para el exterminio de los judíos europeos por parte del régimen nazi. Por eso caemos en una trampa cuando adoptamos las palabras formadas en el contexto del racismo moderno y decimos, por ejemplo, que “no somos antisemitas porque los árabes también son semitas”, que es un argumento defensivo que abunda en estos días de terror, también discursivo. 

Hay hechos que resultan indiscutibles: por un lado, los “antisemitas” históricos, europeos y americanos, son hoy los abanderados de la lucha contra el “antisemitismo”. Por otro lado, la lucha del pueblo palestino contra la limpieza étnica y ahora el genocidio es asimilada a una variante del “antisemitismo” de las derechas occidentales, a su nueva manifestación, que además se extiende, como una especie de tara genética, a todo el universo político y cultural árabe e islámico. Por otra parte, en una evolución desde su fundación hasta nuestros días, el estado de Israel ha llevado el proyecto sionista a la perfecta expresión del colonialismo europeo sobre los “pueblos primitivos”, los “Untermenschen”; ha replicado las formas fascistas y nazis de nacionalismo, racismo, segregación y voluntad de exterminio. Hay quienes ven en esta tragedia una especie de perverso decreto divino, una paradoja de una dialéctica histórica transcendente, una venganza bíblica de las víctimas que se tornan en victimarias. Cualquier cosa vale, menos un análisis preciso de la gestión y realización del proyecto sionista antes y después de la creación del estado de Israel el 14 de mayo de 1948. 

Es preciso salir del marco del “antisemitismo” y colocarse en la realidad histórica del odio contra los judíos y sus distintas geografías y ocurrencias históricas. No es precisamente lo que ha llevado a cabo recientemente Enric Juliana, que el pasado martes 30 de octubre dedicaba su boletín “Penínsulas” al “Antijudaísmo en España”. El  encabezado es bastante prometedor: “España asiste al drama de Gaza sin haber interiorizado el drama judío”. Quizás sea esta asociación lo que resulta más inquietante de su intervención. El “drama”, es decir, el genocidio y la limpieza étnica que Juliana ni siquiera se atreve a nombrar —y Juliana no deja nada al azar: si no lo hace es porque “no conviene”— no le lleva a escribir sobre la tragedia palestina, sin duda alguna el pueblo más martirizado, despreciado y desamparado desde la segunda mitad del siglo XX y que hoy se enfrenta a un genocidio anunciado, planificado y ejecutado con premeditación y precisión. En una maniobra que caracteriza al último Juliana, prefiere dedicarse a ejercer de censor y confesor de los pecados ocultos que yacerían en toda expresión de rabia, indignación y rebelión contra las expresiones más terribles del poder militar capitalista. El hecho de que nuestra humanidad se marchite y se pudra mientras asistimos impotentes a un genocidio, mientras vemos que se lleva a cabo con la complicidad activa de los estados occidentales que dicen matar e invadir en defensa de la civilización democrática occidental, mientras “la vergüenza de ser humanos” que marcó la vida de Primo Levi se nos hace más y más insoportable: todo esto no ha merecido ni una línea para Juliana. Salvo el “drama”, como si habláramos de “¿Quién teme a Virginia Wolf?” o “La fuerza del cariño”. En su último boletín, no exento de valor e interés histórico, Juliana recuerda la publicación del documento vaticano “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah”, redactado bajo los auspicios del ex soldado de la Wehrmacht, ex miembro de la Juventudes Hitlerianas y luego Papa, Joseph Ratzinger. El acontecimiento le sirve para señalar el contraste entre la supuesta expiación y expurgación del antisemitismo de las derechas y las iglesias centroeuropeas y el reconocimiento tardío de los crímenes contra el pueblo judío por parte de las derechas y la Iglesia católica españolas. Pero el objetivo fundamental del texto se resume en los últimos parágrafos:

«Los hijos y nietos de los izquierdistas que en los años sesenta soñaban con pasar una temporada en un kibbutz israelí hoy no saben distinguir entre Hamas y la OLP. La gente dedica más tiempo a las terribles imágenes (verdaderas o falsas) que difunde la red X, que a estudiar la complejidad del conflicto de Oriente Medio. El furor religioso en una sociedad sin religión regresa por la vía de las imágenes transmitidas por los teléfonos móviles. Impulsos neuronales que crean adicción. Las redes sociales exhiben la muerte y la tortura en las guerras de Ucrania y Gaza y alrededor de esas imágenes se organiza la furia del mundo».

Aquí Juliana se transmuta por un instante en Byung-Chul Han, el filósofo más rápido y prolífico del oeste. Sin dejar por ello de adoptar el papel que lleva interpretando desde hace unos años y que supone un cambio sensible respecto a aquel Juliana al que se atribuye la redacción de “La dignidad de Cataluña”, el editorial conjunto de la prensa catalana contra la sentencia del TC sobre el Estatut, publicado el 26 de noviembre de 2009; o al Juliana que pugnó por introducir en el sistema político los efectos del 15M, desde el municipalismo a Podemos y que, aun recientemente, no se ha cortado en denunciar como una auténtica chapuza la operación política llamada Sumar. En vez de caer en la mala psicología, es preferible que atendamos al Juliana director adjunto de La Vanguardia, representante destacado en Madrid del Consejo asesor del Grupo Godó, un grupo de presión, influencia y negocios de la familia Godó, que accedió a la nobleza por la gracia de Alfonso XIII. En esa doble condición de analista e intelectual estrella del grupo empresarial y al mismo tiempo operador destacado de los intereses del grupo en la capital del Reino, no podemos dejar de advertir las resonancias con otro personaje clave en la historia del periodismo catalán, Agustí Calvet Gaziel, cronista y editorialista decisivo de La Vanguardia desde la Primera Guerra Mundial al golpe de estado fascista del 18 de julio de 1936, y que pese a su catalanismo fue capaz de servir a los Godó mientras ejercía de consejero y mediador del político y empresario Francesc Cambó, fundador de la Liga, diputado en las cortes republicanas y partidario y financiador del fascismo franquista, uno de aquellos “catalanes de Burgos” que prefirieron la destrucción del autogobierno catalán a la posibilidad comunista y anarquista. Gaziel escribió una Historia de La Vanguardia que se publicó en 1971 y que es un ajuste de cuentas con los Godó, que le dejaron abandonado y le forzaron a emprender el exilio tras el estallido de la guerra civil. En ella resume los principios implícitos del diario barcelonés y de sus propietarios, principios que en cierto modo siguen estando plenamente vigentes: “Máquinas modernas x toneladas de papel impreso = Millones de pesetas; Acatamiento automático de las instituciones triunfantes; Defensa, sin discusión posible, del orden establecido”. Pero las semejanzas con Gaziel terminan aquí, porque Enric Juliana es un hijo de la clase obrera de Badalona y fue desde su tierna juventud miembro del PSUC. Mi mal ojo clínico me llevó a pensar en cierto momento que la parábola de Juliana era muy similar a la de tantos miembros de Bandera Roja, aquella organización del maoísmo y de los obreros imaginarios que luego dio tantos cuadros al sistema político y cultural de la monarquía parlamentaria, tanto en la izquierda como en la derecha: de Jordi Solé Tura a Celia Villalobos; de Carmen Alborch a Josep Piqué; de Xavier Vila Foch a Federico Jiménez Losantos; de Ferran Mascarell a Pilar del Castillo… la lista es abultadísima. Craso error: recientemente Juliana ha contado su propia educación sentimental y política en Aquí no hemos venido a estudiar, un libro notable cuyo título evoca una frase de Ramón Ormazábal, militante fundador del Partido Comunista de Euskadi y que fue uno de los jefes de la comuna de presos comunistas de la prisión de Burgos, en la que estuvo ocho años. La frase la pronunció contra el que es el protagonista de la crónica de Juliana, Manuel Moreno Mauricio, que pasó la friolera de 17 años en el penal de Burgos y que, ante la perspectiva improbable de una caída del franquismo, pugnaba por convertir la comuna de presos en un lugar de crecimiento, estudio y reflexión estratégica. Manuel Moreno Mauricio es el hilo conductor del libro: badaloní como Juliana, es el héroe y daimon terrenal del compromiso político del autor, fue mecánico y ajustador pero sobre todo un ejemplo de virtud y resistencia inquebrantable contra el franquismo, una de esas biografías a las que el PCE debe toda su grandeza. Pero Aquí no hemos venido a estudiar es también un relato de la desilusión y del fin de la esperanza comunista tal y como la había encarnado el PCE y sobre todo el PSUC, el principal partido de la izquierda catalana durante el tardofranquismo y la primera etapa de la transición monárquica. Lo interesante y en cierto modo revelador de la crónica de Juliana es que el declive del PSUC y por añadidura del PCE es un efecto de la victoria fundamental del franquismo en el proceso de modernización del capitalismo español. En cierto modo, el acceso del Reino de España al mercado mundial y el ajuste competitivo que supuso el primer Plan de estabilización de 1959 sentaron las bases de la Transición. Y aquí aparece otro de los catalanes ilustres y ambiguos que tienen un papel destacado en el libro: se trata de Joan Sardá i Dexeus, que pasó de experto de la Generalitat durante la Segunda República a director del servicio de estudios del Banco de España. No fue el primer economista catalán y catalanista que se ocupó de las finanzas del estado: recordemos a Jaume Carner, uno de los fundadores de ERC que se ocupó del ajuste presupuestario del primer gobierno de la República bajo Manuel Azaña. 

De manera no demasiado indirecta, Juliana abunda en la cuestión de la necesaria contribución catalana a la vertebración y gobernación de España y al mismo tiempo a sus peligros: la reacción de las derechas españolistas, siempre incapaces de tener un proyecto de país, y la contrarreacción independentista, fruto de la rauxa, el emprenyament y la falta de realismo político. Estas son invariantes de la historia española que en el libro parecen justificar el propio tarannàde Juliana. Sin duda, las páginas más decepcionantes del libro son las que dedica a la explicación de la transformación económica y política del Reino de España durante el tardofranquismo y al peso y los resultados de las luchas obreras y populares antes de y durante la Transición. Con su propio aliño, Juliana compra la narración canónica sobre el paso del franquismo a la monarquía parlamentaria como el efecto de dos factores fundamentales: por un lado, la programación del proceso de modernización desde el interior del propio franquismo y en coordinación con el hegemon estadounidense (entre los tecnócratas, no pocos de ellos catalanes como Sardá i Dexeus o López Rodó, la corona, el SECED y los “reformistas”, de Fraga a Areilza, pasando por Juan Luis Cebrián) y, por otro lado, la debilidad de la oposición de izquierdas, correlativa de una profunda despolitización de la población. “Nadie quería la revolución, salvo cuatro gatos”. No estamos lejos de la “correlación de debilidades” de Vázquez Montalbán, pero sí de la insatisfacción de este con el resultado. En cambio, en Juliana se advierte más bien una resignación triste, como si la derrota de la ruptura republicana y revolucionaria dentro del estado español hubiera sido al mismo tiempo una maduración, un paso a la edad de la razón. El claroscuro se compone de la yuxtaposición de la experiencia personal del fin de una época, con motivo de la muerte y el entierro de Manuel Moreno Mauricio, que marca para Juliana el final de su “época militante”, y de los efectos avanzados de la modernización capitalista, en particular en Cataluña y en su capital, donde el neoliberalismo y la financiarización de las rentas populares a través del endeudamiento, el consumismo desaforado y la transformación de Barcelona en un polo del extractivismo turístico y los grandes eventos sepultan la historia de la alternativa antifranquista. 

El producto estrella del grupo Godó parece superado por la realidad, quizás asustado por la radicalidad de las alternativas, por la reactualización de la necesidad de comunismo en el mundo. Quizás sea hora de volver a estudiar.

En esta justificación retrospectiva, Juliana nos ofrece muchas claves de su comportamiento como analista y como operador del grupo Godó y de lo que hay que calificar como un giro conservador de su acercamiento a la realidad. Quizás haya sido la guerra en Ucrania un punto de inflexión en este reajuste. Hoy, en pleno genocidio del pueblo palestino en la franja de Gaza, las retóricas se funden como la carne bajo el fósforo blanco. El Juliana que decía no creer una palabra de la oposición de la izquierda a la guerra en Ucrania hasta que no se manifestara ante la embajada rusa; el que argumentaba que la guerra podía ser una buena ocasión para la vertebración de España en torno al gasoducto Midcat, tema estrella juliano a la par con el Corredor Mediterráneo; o el elogio del pacto de rentas que Sánchez propuso en marzo de 2022 y que Juliana comparó con la altura de miras de los Pactos de la Moncloa. Y ahora la prédica de sensatez entre las partes en Palestina ante lo que es otro punto de inflexión en la recomposición global entre poder de mando capitalista y fascismos coloniales. El producto estrella del grupo Godó parece superado por la realidad, quizás asustado por la radicalidad de las alternativas, por la reactualización de la necesidad de comunismo en el mundo. Quizás sea hora de volver a estudiar. 


Madrid –

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