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Lenin no murió: lo asesinó el izquierdismo y la contrarrevolución

Aunque oficialmente Lenin falleció de arterosclerosis, el estado de salud del filósofo revolucionario nunca se recuperó tras el atentado “izquierdista”


Por el 100 aniversario de Lenin me han mandado escribir un artículo sobre él. Allá vamos.

El 30 de agosto de 1918, Fanni Yefímovna Kaplán (revolucionaria anarquista que posteriormente engrosaría las filas del Partido Social-Revolucionario) atentó contra el líder de la revolución bolchevique Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin. El revolucionario ruso había pronunciado un discurso en una fábrica moscovita. Tras salir de las instalaciones y antes de entrar en su vehículo, recibió un grito y tres disparos impactaron en su cuerpo.

Lenin fue trasladado al Kremlin y, por miedo a que hubiera otros tramando rematarlo, se negó a salir de la fortaleza para recibir asistencia médica. Fue tratado en el propio Kremlin.

Los médicos nunca pudieron sacarle los proyectiles de bala pero pese a ello sobrevivió al atentado. Nunca llegó a recuperarse.

Indudablemente el atentado contra Lenin influyó en la salud del heroico revolucionario y fue clave para los posteriores infartos que más tarde sufriría.

Fanni fue encarcelada e interrogada por la la llamada Comisión Extraordinaria Panrusa, la inteligencia política y militar soviética. En su primer interrogatorio confesó a gritos que había disparado a Lenin pero no firmó su declaración. El 3 de septiembre de 1918 fue ejecutada por orden directa del Presidente del Secretariado del Comité Central del Partido Comunista.

Aunque oficialmente Lenin falleció de arterosclerosis, el estado de salud del filósofo revolucionario nunca se recuperó tras el atentado “izquierdista”.

El eserismo decía plantear posiciones maximalistas y radicales. Se oponía a la nacionalización de la tierra en pos de la “socialización” y fueron los principales rivales del Partido Bolchevique contrarios al “pragmatismo” de los seguidores de Lenin.

Hoy, 100 años después de su muerte y en un momento en el que la izquierda global vive una permanente tensión falaz entre “reforma o revolución”, cabe preguntarse quién es el “verdadero hombre nuevo” y donde anida la contrarrevolución.

Independientemente del contexto histórico en toda coyuntura revolucionaria ocurre lo propio. Los guardianes de las esencias izquierdistas han actuado “revolución” tras “revolución” como los mayores aliados del capital y los desertores del movimiento obrero.

Vladimir Lenin, Lev Trotski, Iósif Stalin, Andréi Búbnov, Grigori Zinóviev, Lev Kámenev y Grigori Sokólnikov eran los miembros del Buró Político del Comité Central.

El “asesinato” de Lenin colocó indirectamente a Stalin a bordo del timón soviético: la conspiración extranjera y la guerra emprendida por el mundo occidental contra el primer estado socialista convirtió a la URSS y a su camarilla burócrata en una élite sacudida por la paranoia y el miedo.

El llamado “hombre de acero” emprendió la Gran Purga contra los “sospechosos desertores” de su mandato. Persiguió a León Trotsky y lo mandó asesinar incluso en su destierro.

Y por todos es conocido lo que ocurrió con el politburó: más de 300 comunistas de alto rango fueron purgados en la resolución firmada por el mariscal el 17 de enero de 1940. Se ejecutó a (casi) todos los bolcheviques que habían tenido una función importante en la Revolución de Octubre. De los nombres antes citados sólo quedó Stalin.

La paranoia que vivió la burocracia soviética (y la purga sistemática) inoculó el miedo a la disidencia y asesinó (a fuego lento) la revolución socialista. Hoy muchos historiadores sostienen que el propio Stalin fue víctima de la misma conspiración.

Quizá en el centenario de la muerte de Lenin cabría preguntarse quiénes son los “verdaderos revolucionarios” y quiénes son los enemigos de la revolución.

Y es que hoy lo sostengo con claridad: Lenin no murió, lo asesinó el izquierdismo.


Madrid –

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