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Alfonso Rueda durante su visita al stand de Galicia en Fitur — Gustavo Valiente / Europa Press

Miña terra galega

El caso es que Galicia puede cambiar, y si no lo va a hacer es por la división de la izquierda


Andan las encuestas muy bailongas antes de que se celebren las elecciones gallegas del 18 de febrero, día en que cumple años mi madre (recordádmelo), señora muy del PP y decente hasta la saciedad. Estuvo años en política con el partido de Manuel Fraga y no se forró ni me metió a narcotraficante, lo que dice muy poco de sus aptitudes como emprendedora. Ser corrupto en el PP es una vocación, pero hay gente como doña Engracia que entra en política solo por distraerse.

El caso es que todos los sondeos auguran una nueva mayoría absoluta del PP pero con muy poco margen, un escaño o dos, y uno se pregunta hasta qué punto la división de la izquierda tiene su lógica en momentos tan procelosos. Desde las elecciones autonómicas y municipales de la pasada primavera, la hegemonía territorial española la detentan con firmeza PP y Vox, que dirimen sus profundas diferencias demostrándose cada día que son exactamente iguales.

El único feudo sólido de la izquierda que nos queda a los rojos es Castilla-La Mancha, que tiene en Emiliano García-Page un presidente incapaz de entender la España plural, y no entender la pluralidad, compañero/presidente socialista, significa también no ser de izquierdas.

El caso es que una victoria de la izquierda en Galicia sería un triunfo cargado de simbología, casi mágico (como todo lo gallego) y muy mensajero, cual paloma de la paz.

Gobernaron casi siempre los nacionalistas en la sólida Euskadi y en la hoy muy desmembrada Catalunya, pero jamás en Galicia. Hoy, la alternativa al PP de los prestiges, los pellets, los acarreos de votos, los sufragios de exiliados muertos que solo resucitan los días de elecciones y los ferroles del Caudillo y las yolandas, es el Bloque Nacionalista Galego.

Si el BNG consiguiera gobernar, el eje nacionalista Galicia/Euskadi/Catalunya quizá sirviera mucho al resto de España para demostrar que es posible un modelo de buen rollo y convivencia que nada tiene que ver con el deseo de separarse, sino de seguir fieles y enamorados pero sin compartir piso o mapa, que a veces es un coñazo.

Ahora, el ocurrente Alberto Núñez-Feijóo anda diciendo que va a unir a todas las autonomías gobernadas por el PP para montar una Ebau (acceso a la universidad) unitaria, grande y libre, para que nuestros jóvenes no tengan la obligación de conocer la historia, la lengua y la idiosincrasia de sus territorios. Es el mismo señor que no sabe ni gallego ni castellano (habla un trampitán mezcloso) y que considera que enseñar el pasado y la cultura en las escuelas es adoctrinamiento. Según él, rezar en vez de estudiar, que es a lo que obligan los colegios católicos, es libertad religiosa.

Libertad y religión son antónimos. El otro día andaba yo releyendo la Historia de dos ciudades de Charles Dickens, novela tremendamente documentada de hechos reales,  y me encantó un pasaje donde cuenta que, en el 1775, “[Francia] bajo la guía de sus pastores cristianos, se divertía con actos de humanidad como, por ejemplo, quemar vivo a un joven después de amputarle las manos y cortarle la lengua, por no haberse arrodillado mientras llovía al pasar una sucia procesión de monjes a unos cincuenta o sesenta metros”. Si queremos enseñar religión, empecemos por enseñar esto.

El caso es que Galicia puede cambiar, y si no lo va a hacer es por la división de la izquierda. Yo siempre he estado a favor de la división de la izquierda, de nuestros matices y manías irreconciliables. Pero ahora, que me aterra el neofascismo y tengo miedo a que me corten la lengua y las manos y me quemen vivo por no arrodillarme ante un cura, no entiendo muy bien ese desagüe de votos que suponen las candidaturas infértiles, las que no van a conseguir representación.

Por mucho que Podemos y Sumar lucubren que la presencia de sus siglas en las elecciones gallegas, donde tienen cero o mínimas posibilidades, sean necesarias para consolidar una propuesta propia de cara a los comicios europeos, lo veo feo y poco solidario. Eso es tratarnos a los gallegos como simple experimento. Quieren convertirnos en españoles/cobayas de laboratorio electoral. Os dejamos cuatro años más bajo el mazo del PP, porque tenemos que reafirmar nuestra identidad. Es un mensaje inquietante. Y de inquietudes ya vamos, los gallegos, sobrados. Tengamos entre nosotros paz y amor para prepararnos contra la guerra.


Madrid –

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