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Samwell Tarly personaje de Juego de Tronos — HBO

Oda a los mindundis

Como Gabo cuando fue a la oficina de correos en el DF a pesar la mitad del manuscrito de “Cien años de soledad” antes de enviarlo a la editorial en Buenos Aires pensando si lo escrito merecía la pena ser leído o no


En un mundo lleno de personajes varados en el quiero y no puedo pero te la cuelo… hay que apostar por los mindundis.

Esa que no quiere aparecer en los títulos de crédito. Esos figurantes sin texto, los que arriman el hombro pero no salen en la foto, porque no quieren salir en la foto, la foto de los que manejan el cotarro. Los dueños del local, tu local.

Son los dobles de efectos especiales que nunca salen a recoger el Óscar.

Son Sacheen Littlefeather, que en la ceremonia de 1973 fue con Marlon Brando a rechazar su premio al mejor actor. Con dos ovarios bien apaches.

Son ese tipo de personas que cuando llevan 17 segundos hablando alguien les interrumpe porque lo SUYO es más importante, aunque el interruptor no supiera qué es lo que iban a decirle. No hay nada como cortar por lo sano. Mare meva.

Nunca levantan la mano. Nunca destacan a sabiendas. Les hacen luz de gas. Les entierran en vida. Les incineran y le dan a su familia las cenizas de otro, menos mindundi.

Mindundis del mundo uníos. Desafiemos al que se cree dueño del garito, que en el fondo no es más que una escalera de incendios.

En una guerra los mindundis nunca irían voluntarios pero les matarían igual. Los primeros. Una bala perdida en la Ciudad Universitaria. Un disparo de nieve.

Serían desertores en Mariúpol, Faluya y hasta en la próxima y última guerra mundial.

En caso de ataque extraterrestre serían abducidos por el artículo 33 (queremos ser abducidos, sacadnos de aquí). We don´t belong (no encajamos).

Le hubieran pinchado las ruedas del Peugeot a Pedro Sánchez para que “el partido” hubiera elegido a José Antonio Pérez Tapias. El único candidato de izquierdas en la historia del PSOE desde Largo Caballero.

Hubieran puesto en la boca de Pablo Iglesias un pañuelo con formol para que no hubiera elegido sucesora a ella. Les voy a dar un gato, triste y azul.

Pero no les dejan, les tienen marcados. Marcaje al hombre, a la mujer, marcaje férreo. Que no se salgan del redil. Que alguien abra la puerta de la jaula y la deje abierta. No cierren al salir.

Los mindundis no saben negociar un puto contrato y siempre les tangan. Sacan más tajada los que van de ejecutivos y son más vagos que la chaqueta de un guarda (o de un guardia). Pero las apariencias ya sabes… y vivir de las rentas.

Los mindundis no se escaquean, no saben, no quieren.

Viven de arrimar el hombro y compartir un spaguetti nero al pesto genovese con amigos. Si tienen cuatro te dan dos.

Son los Samwell Tarly de la vida. Lo mismo te matan a un caminante blanco con una daga de cristal de dragón que te salvan a la civilización entera porque leyeron no sé dónde que se avecinaba el apocalipsis y había que estar todas juntas, y todes.

Son esa gente que no tiene rencor pero tiene memoria. Esos a los que Vallejo-Nágera quería arrancar de cuajo de la faz de la tierra muy española, mucho España. El gen marxista, el gen anarquista, el gen mindundi.

El que se sentaba a final de la clase para leerse del tirón “Los surcos del azar”, de Paco Roca.

Son los que salieron de Mauthausen/Gusen vivos de milagro, pesando 35 kilos, sin saber dónde ir porque ya no tenían país donde volver. Gracias Franco, gracias Stalin.

Son los que liberaron París aunque años después no encontraran playa alguna bajo los adoquines sino al embrión de Mitterrand. Socialdemocracia al palo. De Hacendado.

Son los que supieron que Isidoro no era un gato sino un agente de la CIA, atado y bien atado.

Son los que cruzaron la frontera de la mano de la mamá de Machado y murieron con ella, con él, en Collioure. Con más pena que gloria. La gloria siempre para los no mindundis.

Son Lorca, no son la familia de Lorca que lo tiene escondido en un banco en Nueva York o bajo el patio de su casa que es particular. Dadles CAFE.

Las mindundis son las que te sonríen cuando te prestan un chubasquero en medio de la tormenta, no son esos que te compran la tormenta cuando no tienes chubasquero.

Ese que acompaña a su compañera a abortar. El que después de tantos años no es un feminista de boquilla. Esa que ha quemado el carnet del PCE porque ya no tiene nada coherente que decir. La que sabe de qué palo fue siempre Garzón, el hermano del economista. Fusible quemado tú.

Mindundi es esa que cuando dice algo en una reunión del comité no sé qué gaitas de Podemos nadie la escucha porque suelta por su boca las verdades del barquero que nadie quiere oír. En un barco a la deriva. Paradojas de la vida.

A los y las mindundis nadie les quiere escuchar. Algo habrán hecho. En este país no te puedes significar salvo que no sepas nada y toques de oído, sin tener ni puta idea. Cuñado de Vox, cuñado del PSOE, cuñado de Sumar, cuñado de lo que queda de Podemos.

Los mindundis saben que si se separan se separan de su ex no de sus hijos. No les dejan tirados como una colilla de Carrillo en Gran Vía 32.

Las que saben que 7291 es el número del edificio de Madrid donde aniquilaban a nuestras abuelas mientras los verdugos brindaban con champán en una terraza o dos de Ponzano Street.

El que sabe que Marcelino no le pudo marcar un gol a la URSS porque estaba en la cárcel de Carabanchel.

La que sabe que el 23-F fue una maniobra de Armada y el PSOE. Por el bien de España.

El que sabe que Abascal va al gimnasio y se crece una barba de califa para parecer Luca Brasi pero realmente es Quintanilla, el de “Atraco a las 3”.

Los mindundis se llevan todas las hostias porque están. Los que no están ni se les espera salen indemnes, con todos los oropeles intactos y cobrando siempre más. Avaros de la vida, novios de la flor en el culo.

El mindundi o la mindundi corta el mus con 31 sin saber que su rival también tiene 31 y encima es mano.

Van felices camino del precipicio para perder una vez más. Derrota tras derrota hasta la derrota final. Siempre se resbalarán en el último penalti y el balón terminará en Venus. Oh Venus, make my dreams come true.

El mindundi se va un jueves (solo, sí solo) a ver una peli armenia en versión original y al salir la comenta con una señora de Cáceres que se vuelve a su ciudad en un Toyota Yaris antiguo, sin etiqueta medioambiental.

—Se ha quedado buena noche para conducir, y rumiar la peli…

Los mindundis, las mindundis no se llevan a las chicas ni a los chicos de calle. Tienen amortiguadores contra las patadas de Charlot. Llevan siempre las luces largas del amor puestas porque en el amor líquido de Bauman siempre les dan calabazas.

—No estoy preparada para una relación convencional ni no convencional, no estoy preparada y punto.

En el fondo están deseando que caiga del cielo un príncipe azul casi negro, un gilipollas integral al que tendrán que poner una pulsera de seguimiento criminal en el tobillo años después. Así son las cosas, y así se las hemos contado. Porque fueron idiotas no queremos serlo nosotras.

Puede que la vida de un mindundi se parezca a una tarde en los coches de choque. Puede que lo sea. Pero conducen ellos. Y nunca pinchan. Vehículo más eléctrico no lo hay. Los mindundis son el futuro. Golpe va, golpe viene pero la cabeza bien alta. Paracetamol en vena.

Mindundis como Camilo Cienfuegos que antes de estrellarse soñaba con que Fidel no se torciera.

Como Gabo cuando fue a la oficina de correos en el DF a pesar la mitad del manuscrito de “Cien años de soledad” antes de enviarlo a la editorial en Buenos Aires pensando si lo escrito merecía la pena ser leído o no.

O cuando Gabo saludó a Hemingway en París, desde la distancia y le dijo:

—Enhorabuena maestro.

Y el viejo Ernest, lejos de su mar le devolvió la sonrisa y el saludo sin saber quién era aunque intuía quién podría llegar a ser. Un mindundi como él.

Mindundi es el que no pertenece, ni falta que le hace. Al que descartan por ser un boomerang del karma. Al final les terminan dando la razón, en el lecho de muerte.

El que nunca llegará a ser ministro porque su vida está llena de concertinas y pelotas de goma.

Patera a la deriva, Arguineguín mon amour.

Mindundi es el que lleva toda la vida a la puerta del Congreso y ahora ve cómo nazis con tupé de filete corretean por la alfombra a la salida del hemiciclo preguntando subnormalidades. Y no pasa nada.

El que, como el prota de “Cinema Paradiso”, se pasa el día en la calle (empapado por la lluvia) esperando a que salga ella, la noticia. Aplicable también a la temporada de verano. Madrid, 50 grados a la sombra.

Nadie quiere hacer la calle. Sillón ergonómico de youtuber y ahí me las den todas.

Mindundi es al que ya nunca contratan porque no se casa con nadie, no tiene edad ni para casarse, ni para callarse. Se dedica a currar, que no es poco. Sin levantar la voz, sin dar por saco.

Le barren siempre los pies con una escoba llena de vanidades. La humildad personificada. No aprende. Es un mindundi integral.

La mindundi saca la cara por el más débil, que realmente no lo es.

La persona calmada que el día que explota alguien le dice: —¡Qué carácter tienes!

Si no lo tienes te comen por los pies y lo sabes. Te comen también el tarro, cada día. Pero el mindundi va a lo suyo, carretera y manta. Ya no se paran a dar explicaciones. La utopía es la meta. Carguitos no gracias. Carguito’s way.

Mindundi es el que estuvo en Vietnam y se pasó al Vietcong, el que sabe que en la sede de la ONU huele a azufre, a cal viva y a los pies de Bush, hijo.

El que en el Hotel Palestina saludaba amistosamente desde el balcón sin saber que minutos después…

Mindundi es Pablo González, que por saber ruso y hacer cosas de rusos lleva más de dos años en una celda polaca sin que Ferri ni Peter Sánchez descuelguen el teléfono para sacarle de ahí.

Albares puede tener cara de mindundi pero no lo es, porque es más siervo y más malo que la quina Santa Catalina. Aplicable también a Marlaska. Acomplejados del mundo con puño de hierro. Sargentos Foley de la vida pero sin su corazón.

Mindundi es la niña gazatí que abraza a su hermano cuando ve asomar un misil sionista fabricado en Euskadi y que cuando salta por los aires sabe que en su próxima vida no va a nacer en Georgetown.

Mindundi es el que ve la hecatombe a la distancia y cuando avisa se ríen en su cara. Mindundi es el que nunca porfía y cuando lo hace… se ríen en su cara. No tiene predicamento porque no va de nada, no se impone, no grita. Es cero cuñado. Porque (volvemos a lo mismo) no se ha casado, con nadie.

Mindundi es el que recibe la infidelidad en toda su línea de flotación pero le sigue haciendo la colada a su “difunta”, que está colada por otro.

Y sus amigos comiendo palomitas. Cómplices del desvarío. A Luca Brasi le duraban medio Telediario, media Noticias Básicas.

Cualquiera que se precie debería poner un Luca Brasi en su vida. Un mindundi con todas las de la ley. Mindundi certificado en Brooklyn.

Hay que escuchar a los Samwell Tarly, a las Lyanna Mormont, a los que no mataron a Durruti.

Dejemos a un lado a todos los gilipollas que no se la juegan por nosotros, ni por nadie, a los avaros, a los que votan a Ayuso porque está buena o simplemente a los que votan a Ayuso. Que les den.

Dejemos a un lado a los que piden croquetas y gambas en gabardina en la boda de Dickface y a los que no las piden también.

Los mindundis no van a misa, quemarían Ferraz pero por otras razones, no venden armas a Israel, no viven en Waterloo ni en Zarzuela esquina con El Pardo.

Miles de mindundis embarcaron en el Winnipeg, miles cavaron su propia fosa en la parte civil de un cementerio antes de que les dieran el tiro de gracia por no ser unos hdp de libro.

Mindundis que querían llevar a los niños a conocer el mar, la mar. Pero terminaron fusilados por enseñar a pensar, a vivir.

Los mindundis coleccionan multas de la Ley Mordaza, no se hacen colonoscopias porque la lista de espera te pone de patitas en 2027. Van sobreviviendo, con valores, siempre los valores.

Ellas que lloran cuando ven a un senegalés interpretando el papel de George Floyd en la calle del Oso (Madrid).

Ellas que lloran cuando el futuro es Biden o Trump, Netanyahu o el nieto de Golda Meir, Ayuso o Bolaños, Amancio o Roig, Yolanda o Yolanda.

No podemos respirar de la cantidad de no mindundis que nos rodean y tienen las riendas de la sociedad. Bilderberg, el Yunque, Florentino. Herederos de Mateo Morral salid de vuestras madrigueras. A las barricadas.

Mindundi es el que no tiene miedo a meterse de cabeza en una relación sana, en sus propios términos y en los términos del “enemigo”. El que no necesita decir: —No estoy preparado para amar ni que me amen.

Porque todos estamos preparados para algo bueno. If it makes you happy it can´t be that bad (si te hace feliz no puede ser tan malo) cantaba Sheryl Crow.

Mindundi es el que habla de cuidados y cuida. No el que se llena la boca con la palabra y luego es un puto desgraciado.

No podemos soportar a los que se pasan la vida pidiendo favores y nunca traen un túper de torrijas entre manos, solo granadas sin la anilla, a punto de detonar.

Esos mismos que se pasan la vida diciendo: —Lo que tienes que hacer es…

Dejadnos en paz.

Los se aprovechan de la gente de buena fe, los que te aprietan las tuercas por ser amable y mirar por los demás.

No te perdonan porque al verte les pones un espejo, como decía Cantinflas.

Terroristas del día a día. Siempre contra los obreros de los buenos sentimientos.

Ellos son la ETA que dice el PP.

No tienen ni media hostia pero ahí están.

Solo valen para llevar de aquí para allá a Miss Daisy, para marear la perdiz y no aclarar nada porque oscurece.

Son los que lanzan ultimátums al tendido pero nunca se los aplican.

Votante de Feijoó porque es moderado, votante de Sánchez porque visita Cuelgamuros mientras dedica céntimos con cuentagotas a las exhumaciones de represaliados del genocida.

Y así todo.

Por eso necesitamos a los mindundis.

Los que sacan de quicio a la cloaca mediática, los que se mean en el cirujano plástico de la reina Letizia (gracias Nega) y los que contratarían al Sargento Foley (Oficial y Caballero) para que fuera el instructor de Leonor.

—En Wisconsin no hay más que ciervos y… princesas con un padre que le gusta la carne y el pescado, ya me entiendes.

Los que ponen cada día un ladrillito de su cosecha para hacer de este planeta un lugar mejor. Las que no miran para otro lado.

Las que tienen un detector de gilipolleces.

Si sientes que eres una mindundi pon un toldo con unas cuerdas en la Puerta del Sol y llámanos, no estás sola. 


Madrid –

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