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Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

Operación Sumar: bienvenidos a 2008

El caso más paradigmático de aquella izquierda estuvo en Madrid, que es donde está la Corte, donde IU incluso se llegó a aliar con Esperanza Aguirre para controlar Caja Madrid


Los cambios profundos tienen flujos y reflujos. Ningún grupo social que vive en el privilegio acepta de buena gana perder su estatus. El 15M supuso un cambio profundo en nuestra sociedad, que se concretó en la irrupción de una izquierda popular que no se parecía a la tradición de la izquierda española, muy vinculada a las clases medias ilustradas de las grandes ciudades y que, aunque apelaba a la clase trabajadora y exhibía un festival de clichés izquierdistas, ni penetraba en las clases populares ni conseguía cambios sustanciales porque su capacidad de llegada era muy limitada. Cuanta menos audiencia tenía esta izquierda, más intelectuales se sentían sus líderes.

Uno iba a votar a esa izquierda como el que va a misa a escuchar la homilía de un sacerdote. Era un voto testimonial, casi evangélico, que no valía para nada, salvo para saber si esa izquierda iba a tener más o menos liberados o subvenciones electorales y mantener las sedes abiertas del partido. Para ese fin sólo era necesario obtener un 5% de los votos y en esa comodidad estuvo esa izquierda hasta que llegó el 15M y jubiló a quienes en nombre de la revolución socialista habían apoyado pelotazos urbanísticos, la corrupción en las cajas de ahorros, el neoliberalismo como límite de lo posible y la aceptación de que era imposible ganar con valentía.

Las dirigencias de UGT y CCOO decidieron incluso apoyar en referéndum en 2005 con un «sí crítico» el proyecto de Constitución Europea  que constitucionalizaba el neoliberalismo en el ordenamiento jurídico de la UE. Especifico las dirigencias porque lo más decente que tiene este país está en las secciones sindicales de UGT y CCOO, quienes merecerían tener unas cúpulas que tuvieran menos apego al diálogo social con la patronal y más ganas de movilización social para disputar la batalla cultural y que deje de ser tolerado como normal que haya auxiliares de ayuda a domicilio ganando sueldos de miserias mientras las dirigencias de los sindicatos se oponen a la desprivatización de los servicios públicos con los que se hacen de oro empresas como las de Florentino Pérez.

Allá por la década del 2000 la estrategia de la izquierda española era no criticar al PSOE porque eso alimentaba a la derecha. La consecuencia era que la izquierda acababa votando la agenda neoliberal del PSOE por miedo a quedar aislada como una fuerza favorable a la derecha. La estrategia acabó con dos escaños en el Congreso y un 3,7% en las elecciones generales de 2008. El caso más paradigmático de aquella izquierda estuvo en Madrid, que es donde está la Corte, donde IU incluso se llegó a aliar con Esperanza Aguirre para controlar Caja Madrid.

El odio que había sufrido Julio Anguita, al que un PSOE acorralado por la corrupción de Felipe González le fabricó el relato de ‘la pinza’ -con ayuda del Grupo Prisa-, sirvió para disciplinar a la izquierda y que entregara todas sus banderas. Por poner un ejemplo, dos de los secretarios generales que tuvo Comisiones Obreras en esa época acabaron uno de diputado del PSOE (Antonio Gutiérrez) y otro en UPyD (José María Fidalgo), que ya sabemos lo que terminó siendo y e ideológicamente dónde ha terminado Rosa Díez. 

Con la expulsión de Podemos del Gobierno de España y los cañonazos que contra los morados se dirigen no sólo desde la progresía mediática, sino también de los que en su momento fueron referencias del 15M —Alberto Garzón, Antonio Maestre, eldiario.es o Ada Colau—, no es más que la vuelta a la década pasada. Hay quienes luchan por llegar, otros por transformar. Quienes luchan por llegar padecen el síndrome del hijo de la criada, el hijo de la sirvienta que acepta que el señorito le pague la carrera en lugar de decirle que lo que tiene que hacer es pagarle más a su madre para que puedan estudiar todos sus hermanos.

La expulsión de Podemos del Gobierno significa echar todo el capital simbólico del 15M, un progresismo valiente, que habla como las clases populares, que critica al PSOE cuando éste defiende medidas impopulares para moverlo a posiciones progresistas y que consigue, además de aprobar leyes, cambiar las mentes. No hay cambio político viable si no se disputa la batalla cultural y para ello no es suficiente con adaptarse a los marcos y enfoques dados por el poder mediático, sino que hay que crear otros nuevos. Crear mundos nuevos sólo puede hacerse desde el ruido y la valentía de cuestionar los relatos establecidos.

Si con la operación de expulsar a Podemos del Gobierno se entierra el capital político del 15M, con la expulsión del feminismo popular del Ministerio de Igualdad se entierra el 8M de 2018, que han sido los dos momentos claves de politización de la década pasada

Si con la operación de expulsar a Podemos del Gobierno se entierra el capital simbólico del 15M, con la expulsión del feminismo popular del Ministerio de Igualdad se entierra el 8M de 2018, que han sido los dos momentos claves de politización de la década pasada, los dos movimientos populares que permitieron cambiar las mentes de muchas personas que vivíamos pensando que lo más que nos podíamos permitir era votar al PSOE o, a lo mucho, a Izquierda Unida para que terminara haciendo lo mismo que el PSOE pero con una homilía más épica y una camiseta del Che Guevara. 

Empecé a trabajar de periodista al principio de la década anterior y no se me olvidará nunca que se me quedó un artículo sin publicar sobre el decreto de suministros básicos de luz, agua y gas para personas en exclusión social. El decreto había sido elaborado por el vicepresidente del Gobierno andaluz, Diego Valderas, de IU. No pude publicar el artículo porque, aunque el gabinete de Valderas me facilitó todos los datos y me aseguró que se iba a aprobar en el próximo Consejo de Gobierno, la realidad es que nunca se aprobó porque la entonces presidenta de la Junta, Susana Díaz, no veía bien enfrentarse a las grandes eléctricas y Diego Valderas no veía enfrentarse al PSOE.

Pasó lo mismo con un impuesto a las grandes superficies que IU tenía más que trabajado y dispuesto para ser aprobado. La negativa del PSOE de enfrentarse a las grandes superficies comerciales enterró la medida. IU no hizo nada de ruido, se comió la negativa del PSOE y diseñó un argumentario para justificar que dos de sus grandes promesas electorales no iban jamás a ver la luz.

Lo que pasó luego es de sobra conocido. IU estuvo más cerca del arpa que de la guitarra. Podemos se presentó a las elecciones llamando a las cosas por su nombre, sin miedo a que criticar al PSOE significara que la progresía mediática acusara a los morados de reforzar al PP y diciendo que no basta con llegar, que además hay que transformar. Para llegar sin transformar ya está el PSOE, que además lo hace muy bien porque tiene una maquinaria mediática y de tertulianos que a la razón de entre 200 y 300 euros por tertulia le colocan a diario todos sus argumentarios en la opinión publicada. 

Llegar sin transformar es la antesala de la derrota y, sobre todo, la puerta a la desafección política. Las ideas que defiende Podemos no van a dejar de defenderse porque Podemos no esté en el Gobierno. Aunque se cumpliese el sueño mojado de las élites y la vieja política y Podemos desapareciese para siempre, a los españoles les picó un bicho llamado 15M y saben que hay otra forma de gobernar, de hacer política, de conseguir avances democráticos y de estar en política que no pasa por mimetizarse con el PSOE y renunciar a la transformación. Se llame como se llame, el espacio político de una izquierda popular será reivindicando porque España ya sabe que fue útil para conseguir derechos. El pueblo siempre vuelve. No hay cañonazos mediáticos capaces de frenar a un pueblo que no se siente representado.

Lo que estamos viendo estos días es un déjà vu. El único socio que quiere el PSOE se llama PSOE. Cada vez que la izquierda transformadora pone nerviosa al PSOE aparece una izquierda perfumada que es promocionada por los medios que trabajan para el bipartidismo. En los 80 fueron los carrillistas la opción del PSOE; en los 90 fue el Partido Democrático de la Nueva Izquierda que se escindió de IU y se integró en el PSOE; en la década de los 2000 fue Gaspar Llamazares, que justamente ha participado en la Operación Sumar como hijo pródigo y, como premio, fue situado como candidato a la Alcaldía de Oviedo por IU-Convocatoria por Asturias, la escisión errejonista en Asturias y el germen de Sumar en el Principado.

La función social del PSOE es evitar que se rompa el candado del Estado del 78, por eso va surfeando y adaptándose a cada momento y encuentra siempre la manera de dividir los proyectos que amenazan su hegemonía. Spoiler: una vez que el PSOE consigue dividir a sus proyectos amenazantes, sus medios dejan tirados a los actores que fueron encumbrados. Llamazares se presentó en solitario a las elecciones generales de 2019 y obtuvo 30.000 votos en toda España. Hay victorias que son la antesala de una derrota de época.  


Madrid –

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