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Qué hacer ante el avance de la extrema derecha

Trump no existiría si Obama no hubiese traicionado a las mayorías trabajadoras de EEUU —mientras les contaba que les estaba arreglando la vida— y VOX y Ayuso no existirían en España si el PSOE de Pedro Sánchez no hubiese hecho algo muy similar


Esta es una de las preguntas que se hace de forma insistente la gente progresista y de izquierdas cada vez más a medida que ha ido avanzando la última década. Según quién la hace, la pregunta puede tener un tono más analítico, o más de miedo o más melancólico (como si fuese una tragedia que no se puede evitar). En este breve artículo y siguiendo el espíritu del excelente libro «Qué hacer», escrito en los albores del siglo XX por Vladímir Ilích Uliánov —alias Lenin— (con el cual por supuesto no pretendo compararme), voy a intentar ofrecer un análisis escueto y, a partir de él, algunas orientaciones de acción. Por cuestión de espacio, me voy a centrar en los tres elementos que considero más importantes y en las conclusiones operativas que creo que se derivan directamente de ellos. Obviamente, no pretendo sustituir los excelentes libros y tratados que se han escrito en profundidad sobre el tema, pero igualmente espero que mi opinión resulte útil al lector o lectora.

El primer motivo por el que avanza la extrema derecha es exactamente el mismo por el cual hace algo más de una década avanzaron los movimientos plebeyos, radicalmente democráticos y de emancipación popular con tonalidades de izquierdas: por el palmario fracaso del capitalismo realmente existente. Es absolutamente obvio que el actual sistema de organización económica y social en los países así llamados occidentales no ha servido, a pesar del significativo incremento de la renta per capita promedio y de los espectaculares avances científicos y tecnológicos, para erradicar la precariedad y la carestía material severa en amplios porcentajes de sus respectivas poblaciones. Nadie que sepa leer puede negar la injustificable coexistencia en nuestras sociedades de un puñado de seres humanos con una cantidad obscena de riqueza y poder al lado de millones y millones de familias trabajadoras condenadas a un régimen de supervivencia. Esta realidad es tan brutal y tan evidente que no solamente es natural sino además inevitable que aparezcan propuestas políticas por afuera de los márgenes. Muchísima gente en nuestros países ve su propio presente y su propio futuro con miedo y desesperanza, al mismo tiempo que percibe que las soluciones que se le han ofrecido hasta ahora no funcionan. Por eso surge en España el 15M, por eso aparece Podemos, y por eso también —aunque con una dinámica y con objetivos completamente diferentes— cabalga la extrema derecha.

El fracaso del capitalismo realmente existente es el elemento de contexto socioeconómico más importante a la hora de proporcionar una explicación del fenómeno. Pero difícilmente se trata de un elemento actuable, de un elemento del que se puedan derivar acciones concretas. La constatación del fracaso del capitalismo es un elemento analítico cierto, pero, cuando —a partir de él— nos hacemos la pregunta leninista de «¿qué hacer?», la respuesta solo puede ser «acabar con el capitalismo». Esto es absolutamente correcto, pero ¿por dónde empezar?

Nadie que sepa leer puede negar la injustificable coexistencia en nuestras sociedades de un puñado de seres humanos con una cantidad obscena de riqueza y poder al lado de millones y millones de familias trabajadoras condenadas a un régimen de supervivencia

Hay dos otros elementos, sin embargo y a mi juicio, detrás del avance de la extrema derecha que sí son más concretos y de los cuales se pueden extraer ciertas conclusiones operativas.

El primero —por supuesto— es el papel del poder mediático. Aunque tanto las propuestas políticas de la extrema derecha como aquellas que apuestan por una revolución democrática en un sentido emancipador provienen ambas de la natural búsqueda de soluciones alternativas por parte de unas clases populares y medias progresivamente depauperadas, la propuesta política que hace la extrema derecha no conduce a la solución de ninguno de los problemas de la gente trabajadora. Muy al contrario y como es evidente, el programa real de la extrema derecha pasa por imponer de forma violenta un sistema económico y social en el cual los privilegios de la oligarquía queden completamente blindados. Aunque la extrema derecha se presente a sí misma como outsiders del establishment, en realidad, es una constante histórica que ha sido comprobada en innumerables ocasiones que el fascismo no es otra cosa que la versión más violenta del capitalismo, que aparece cuando éste ya no es capaz de blindar los referidos privilegios mediante la persuasión y por la vía pacífica. Es por ello por lo que no habría avance de la extrema derecha si no fuera por el trabajo incansable de la mayoría de los medios de comunicación. Conduciendo su propuesta política a la opresión de la mayoría trabajadora, la única forma de que pueda ser aceptada en sociedades formalmente democráticas pasa por la propulsión activa y masiva del odio y de la mentira; una tarea que es imposible de llevar a cabo sin la ayuda de poderosos cañones mediáticos al servicio del proyecto. Trump no existiría sin Fox News y VOX y Ayuso no existirían sin Antena3 y Telecinco. A partir de aquí, no es difícil contestar a la pregunta de «¿qué hacer?» si uno verdaderamente quiere frenar el avance de los reaccionarios: hay que construir poder mediático bajo control popular y que éste se atreva a denunciar la corrupción del periodismo que amenaza la democracia.

El segundo elemento detrás del avance de la extrema derecha que, para mí, es absolutamente evidente es la concertación del socioliberalismo —del progresismo de centro, también lo podríamos llamar— con los mismos poderes oligárquicos que están detrás del surgimiento de los fascistas. Cuando las opciones políticas que supuestamente deberían canalizar la energía moral de los sectores progresistas y de izquierdas de la sociedad aceptan los límites impuestos por los grandes poderes económicos y los sistemas mediáticos que son mayoritariamente de su propiedad, y entonces renuncian a llevar a cabo transformaciones valientes que pudiesen si no acabar con el capitalismo al menos mitigar de una forma importante sus estragos, redistribuyendo significativas cantidades de renta, riqueza y poder de la minoría más pudiente a la mayoría trabajadora, cuando los partidos que se llaman a sí mismos «progresistas» o «de izquierdas» renuncian a acabar con la precariedad, la pobreza, la desigualdad y la ausencia de perspectivas de futuro, y cuando encima lo hacen abrazando un discurso de falso triunfalismo —no hacen prácticamente nada, pero afirman que lo están haciendo prácticamente todo—, entonces están pavimentando una autopista de nueve carriles para que la extrema derecha pueda llegar a los palacios de gobierno. Si, legislatura tras legislatura, los partidos supuestamente progresistas y de izquierdas no solamente fracasan a la hora de levantar del suelo a las personas que han perdido la esperanza, sino que, además, enarbolan discursos elocuentes y hasta épicos que no se corresponden con la realidad, entonces, la gente —que no es idiota— empieza a escuchar una de las pocas cosas verdaderas que señala la extrema derecha: la inoperancia y la hipocresía del progresismo de centro. Trump no existiría si Obama no hubiese traicionado a las mayorías trabajadoras de EEUU —mientras les contaba que les estaba arreglando la vida— y VOX y Ayuso no existirían en España si el PSOE de Pedro Sánchez no hubiese hecho algo muy similar. De nuevo, y a partir de aquí, no es difícil contestar a la pregunta de «¿qué hacer?» si uno verdaderamente quiere frenar el avance de los reaccionarios: hay que apostar por proyectos políticos de izquierdas que tengan la voluntad y la valentía suficientes como para no aceptar los límites impuestos por las oligarquías capitalistas y los cañones mediáticos a su servicio y sean así capaces de resolver —de verdad y sin maquillajes— los problemas materiales de las clases populares y medias sin insultar su inteligencia.

Sin duda, hay que hacer muchas cosas más para frenar el avance de la extrema derecha. Pero, si hiciésemos al menos estas dos, ya estaríamos en una posición mucho mejor para conseguirlo.


Madrid –

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