Diario Red
Menu
Menu
Diario Red

Motoki Tonn — Unsplash

Resurrección y vida eterna

La propuesta de la sociedad actual —vivir en una caja más grande, moverse en un artefacto más veloz, vestirse con trapos más coloridos, comprar la última baratija, recibir el “amén” en cada like— ¿no es acaso una mera ilusión que además está sólo al alcance de unos pocos? Yo quiero ir al cielo


La resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es el hecho más importante de la Historia. Después de sufrir una traición, afrontar dos amañados procesos legales —el juicio religioso del sumo sacerdote Caifás y el juicio político del gobernador romano Poncio Pilatos—, después de sufrir la infamia inducida, la injusta condena de los poderosos, las torturas de los militares y una dolorosa muerte de cruz, Jesus fue sepultado en una cueva, descendió en alma al infierno para realizar una tarea pendiente y a los tres días resucitó de entre los muertos, salió de su sepulcro, se presentó a sus discípulos —primero a las mujeres—. Luego, subió a los cielos junto al Padre.

Jesucristo, hijo de Dios, hizo todo esto para salvación nuestra, para abrirle las puertas del cielo a cualquiera persona en cualquier rincón del mundo. Su resurrección demostró que existe la vida más allá de la muerte y que está a nuestro alcance. Jesus, además, nos dejó ejemplos y palabras para que sepamos que tenemos que  hacer para merecer esta recompensa, subir a los cielos después de nuestra existencia terrenal y alcanzar la vida eterna.

Es esta recompensa prometida lo que quiero para mí, para mi familia y mis seres queridos, para nuestros pueblos, para todos. Ir al cielo; ¿le parece ridículo, querido lector?

Soy consciente que estas palabras, vertidas en un diario fundado por la izquierda española, cuya tradición anticlerical es conocida, pueden sonar extrañas; pero reflexionemos un segundo. La propuesta de la sociedad actual —vivir en una caja más grande, moverse en un artefacto más veloz, vestirse con trapos más coloridos, comprar la última baratija, recibir el “amén” en cada like— ¿no es acaso una mera ilusión que además está sólo al alcance de unos pocos? Yo quiero ir al cielo. Me parece una ambición más elevada que, además, está al alcance de todos.

Concretar esta “ambición” es, tal vez, mi motor principal como militante. El Evangelio nos dice que si queremos ir al cielo tenemos que practicar la justicia y la solidaridad, abogar por los pobres y oprimidos, despojarnos de las banalidades e hipocresías. Desde mi punto de vista un militante popular, con independencia de su credo, tiene que hacer precisamente eso en el plano de las “macrorelaciones”. Esta identidad entre las obligaciones del cristiano y las obligaciones del militante nos da a los que somos las dos cosas a la vez una gran ventaja: además del ejercicio de las convicciones, la coherencia con principios éticos o el impulso del amor fraterno, los cristianos tenemos la esperanza de una recompensa en la otra vida.

Siempre me produjeron una enorme admiración las personas que no creen ni en Dios ni en la vida después de la muerte pero, en vez de centrarse en su bienestar egoísta, en vez de asumir como el personaje de Dostoyevski que frente a la ausencia de Dios todo está permitido, practican algún tipo de militancia desinteresada. Ellos afrontan los sacrificios sin esperar ninguna recompensa. Cuanto más fácil es para nosotros, que esperamos una gran recompensa por nuestras pequeñas obras. Ustedes son, sin duda, más altruistas. Por ese amor totalmente desinteresado, estoy seguro que Dios los va a recibir en su casa celestial que, además, “tiene muchas habitaciones”.

En sentido opuesto, me produce un enorme desconcierto las personas que teniendo fe naturalizan la ambición de bienes terrenales —dinero, fama, poder, etc— acumulándolos aquí “donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban”. Digo naturalizan porque todos —cristianos o no— estamos sujetos a la fragilidad humana y la tentación de estos bienes, pero los cristianos tenemos pautas claras para comprender que nuestro verdadero tesoro está en el cielo y que lo que aquí acumulamos no es  más que “vanidad y correr tras el viento”.

Espero que esta confesión pascual de mi “ambición” cristiana se entienda también como un elogio compasivo a todos los compañeros que aún sin la esperanza de la resurrección dejan jirones de su vida por un mundo más justo, dónde nadie quede descartado y excluido. Digo compasivo porque lamento que se pierdan esta esperanza que es sin duda un gran sostén para nuestra tarea.

Con todo, quisiera dejarles un tardío obsequio de Pascua. Se trata de los pasajes que el Papa Francisco señala como esenciales para la salvación: las bienaventuranzas y “el protocolo de la salvación”. Son una guía para nuestra conducta militante y una hoja de ruta para nuestra tarea política.

En el quinto capítulo del Evangelio de San Marcos dice:

“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los afligidos, porque serán consolados.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”

El “protocolo de la salvación”  —y de la perdición— de Mateo 25 dice:

“Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,

porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;

desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».

Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?

¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?

¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?».

Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».

Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,

porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;

estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron».

Estos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuando te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?».

Y él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo».

Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».

Espero que estas palabras que tantos de ustedes practican sin ser cristianos, agreguen a sus convicciones éticas el conocimiento de que el Dios hecho Hombre en el que nosotros creemos predicó estas cosas… y, si pueden, lo busquen en su corazón porque Él vino para todos.


Madrid –

Nada de esto sería posible sin tu ayuda

Y únete a nuestros canales de Telegram y Whatsapp para recibir las últimas noticias

Compartir

Editorial

  • Ana Pastor y sus satélites señalan al «putinismo»

    Los que están acusando de «putinistas» a sus adversarios políticos, simplemente porque éstos están en contra de la escalada bélica y a favor de la solución diplomática, están desviando la atención de los verdaderos aliados de Putin en España: la ultraderecha de VOX