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Dani Gago

Seguir siendo Podemos

Lo cierto es que, guste más o menos, el gobierno de Sánchez necesita de esos cinco diputados. O, mejor aún, de esos casi veinte que conforman el bloque plurinacional progresista expresado por ERC, Bildu, BNG y Podemos


El delicado equilibrio de la aritmética parlamentaria española sigue siendo hoy un delicado equilibrio, pero tiene un matiz diferencial: un actor que estaba silenciado ha recuperado la voz. Podemos ha salido del grupo parlamentario de Sumar y, con ello, los cinco diputados de la formación morada podrán, para comenzar, tener iniciativa parlamentaria, es decir, hacer aquello por lo que fueron votados; y, por otro lado, defender un proyecto político con identidad propia en un contexto en que la identidad propia hegemónica en el todavía considerado “espectro de izquierdas” a nivel estatal tiene un nombre: PSOE. Dos cuestiones claves que, te guste más o menos, suponen recuperar un peso político desde la izquierda que está de verdad a la izquierda del PSOE y no “debajo” de él.

Hay quien dice que con esta decisión los cinco diputados de Podemos —fundamentales para que el gobierno de Pedro Sánchez saque adelante sus iniciativas— “entran en el juego aritmético” y cobran un peso y relevancia que antes no tenían. Resulta curioso que el acento se ponga en el hecho y no en la causa. La pregunta debería ser ¿por qué recién ahora cinco diputados valen cinco votos y antes no? La respuesta es, sin que sirva de precedente, sencilla. Porque Sumar es el muro de contención de la izquierda a la izquierda del PSOE para garantizar que el partido socialista siga siendo hegemónico y ejerza eficientemente su labor como partido de régimen. Sin molestias.

Hay quien querrá hablar de personalismos, de ruptura de la izquierda, de trincheras o de ruido porque esos son los marcos rentables y habituales del ecosistema mediático (de derechas y la progresía) en España. Hay que reconocer que son en cierta medida eficaces, pero no muy originales. No obstante, algunas tenemos memoria y sabemos que estas estrategias discursivas buscan eliminar el carácter político de ciertas decisiones y disputas para presentarlas vacías de contenido y que así parezcan meros desencuentros personales; por tanto, una cuestión menor. Una cuestión anecdótica. Un capricho. Y esto no es casual. Esa estrategia mediática usa el apoliticismo como vía de reducir debates de calado a un “patio de recreo”. ¿Quién gana cuando se ridiculiza así una disputa de fondo? El régimen y su bipartidismo.

Lo que ha ocurrido ayer no es una decisión personal. La salida de Podemos del grupo parlamentario de Sumar —además de aplaudida por la militancia morada notoriamente la tarde de ayer— responde a una decisión política que se ancla a un proyecto político que no se refrenda con el que lidera Yolanda Díaz. Y eso hay que normalizarlo. Partidos distintos tienen proyectos políticos distintos. Liderazgos distintos ejercen su rol de forma distinta. Apuestas distintas tienen acentos distintos. Y todo ello puede dialogar, pero no por eso deja de existir.

El debate sobre la relación de las fuerzas de izquierda con el PSOE no es nuevo. La constatación —guste más o menos— de que la correlación política no permite construir un bloque progresista de dirección de estado sin el PSOE delinea el escenario. De cara a esa constatación surgen tesis distintas. Una de ellas apuesta por dejar al PSOE ser la fuerza que hegemonice el tablero y, por tanto, darle los números para gobernar pese a que ello signifique no poder hacer nada en términos de política gubernamental. Esa tesis fue defendida por un sector de lo que fue Unidos Podemos en 2016 y Unidas Podemos en 2019. Hay que decir que muchos de ellos, de los que pidieron que Podemos dejase gobernar al PSOE en 2016 pese a querer gobernar con Albert Rivera (Ciudadanos), o que rogaron que Podemos acepte un acuerdo de gobierno en lugar de exigir entrar en el consejo de ministros en 2019, ocuparon alguna cartera ministerial o secretaría de estado en el anterior gobierno de coalición, y hoy defienden al gobierno del PSOE reforzado vendiéndolo como un segundo gobierno de coalición. Eso mismo a lo que antaño pedían renunciar.

Esa tesis no ha cambiado, sólo ha variado su enunciación. Tras cuatro repeticiones electorales en cuatro años se ha asentado el sentido común de que gobernar en coalición no sólo es viable, sino que es lo que exige la ciudadanía en las urnas. Y, por lo mismo, quienes antes abogaban por el PSOE gobernando en solitario, hoy asumen ese sentido común que fue ganado por la tesis que les confrontó (y ganó) en congresos internos y en las urnas sistemáticamente. Pero que el sentido común de la coalición sea ya un hecho no quiere decir que la tesis respecto a la relación con el PSOE haya cambiado. Por el contrario, podemos notar su sistematicidad. El debate no es sobre si entrar o no en el gobierno, sino sobre para qué se entra y, por tanto, qué relación se mantiene con el partido de la rosa roja.

Y en ese debate, quienes han defendido siempre la tesis de “dejar al PSOE ser y hacer” son quienes hoy lideran y conforman un espacio político del que Podemos ha decidido desprenderse. Son los que se vanaglorian y proclaman con orgullo ser la fuerza “radical en el fondo, pero exquisitamente suave y sin ruido en las formas”. Como si eso fuera posible. Que Podemos decida ejercer su autonomía frente a este espacio es, además de obvio honesto y, para quienes defendemos un proyecto político distinto al PSOE que apueste por una relación que les fuerce a cumplir las políticas de izquierda que acuerdan, en lugar de conciliar y ceder hacia el centrismo liberal que mejor les define, es positivo. Repito: la salida de Podemos del grupo parlamentario de Sumar es una apuesta política aunque en la mayoría de medios busquen borrar la disputa de tesis que subyace al desencuentro lógico entre proyectos que plantean cosas tan distintas.

Es verdad también que en política, si se quiere sumar, toca cuidar las formas, coser delicadamente los equilibrios y escuchar distintas sensibilidades y culturas políticas. Es significativo que el partido “de la escucha” haya sido tan poco cuidadoso de los oídos cuando se trataba de oír a las voces de Podemos. Las humillaciones constantes, el silenciamiento, los vetos y, recientemente, el amordazamiento parlamentario al dejar a cinco diputados sin capacidad de iniciativa, explica en parte la decisión tomada por la formación morada en la tarde de ayer. Siendo importante y grave, todo esto no agota toda la explicación y ni siquiera es la parte más fundamental. El debate es sobre proyectos políticos y sobre la tesis respecto a la relación con el PSOE por un lado, y con las fuerzas políticas plurinacionales progresistas por otro. La apuesta de Podemos por un bloque de dirección de estado plurinacional y progresista antes que por ceder al discurso de régimen abogando por la geometría variable para abrir la puerta al reforzamiento del bipartidismo, es clara. Recordemos a Casero.

Podemos apuesta de esta manera por seguir siendo Podemos y da la impresión de que a algunos les molesta precisamente por eso. Las formas del emérito diciendo “¿por qué no te callas?” a Hugo Chávez parecen replicarse en quienes siguen preguntando a Podemos “¿por qué no te mueres?” Pero lo cierto es que, guste más o menos, el gobierno de Sánchez necesita de esos cinco diputados. O, mejor aún, de esos casi veinte que conforman el bloque plurinacional progresista expresado por ERC, Bildu, BNG y Podemos. La tesis que triunfó electoral y socialmente, y que se sigue demostrando la más eficaz para lograr de verdad políticas de izquierdas que repercuten en la vida de la gente, tiene hoy más posibilidades que ayer de presionar desde el Congreso. Al final va a ser que quien le costaría el sueño a Sánchez sería Yolanda Diaz.


Madrid –

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