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Señor blanco de mediana edad cis-hetero con posibles bebiendo agua

Alberto Ortega / Europa Press

Señor blanco hablar con lengua de serpiente

El Señor Blanco de mediana edad se queja de que ya no puede decir nada y de que ya no hay libertad de expresión. Pero enciendes la tele y hay un Señor Blanco (o varios) de mediana edad en una tertulia diciendo que ya no se puede decir nada. Y enciendes la radio y oyes al Señor Blanco de mediana edad graznando que ya no se puede decir nada


«¿Libertad para qué?». Lenin (1920).

«Antes había más libertad». «Ya no se puede decir nada». «Vivimos en la dictadura de lo políticamente correcto». Lo escuchamos prácticamente a todas horas, el mantra se repite a diario de forma incesante. Generalmente se trata de hombres —blancos por supuesto—, de mediana edad y, casualmente, en el crepúsculo de sus carreras. Y a excepción de Miguel Bosé (desquiciada excepción que hace la regla), muy heterosexuales, mucho. Así, Florent Muñoz, del grupo Los Planetas, nos dice que «Los años 90 fueron el último coletazo de libertad, luego llegó el euro y acabó con las drogas y la fiesta”. Andrés Calamaro nos grita (después de apoyar a VOX y la tauromaquia) que «Lo políticamente correcto y la cultura de la cancelación están llegando a cotas delirantes». Por su parte Nacho Cano (del grupo Mecano) nos recuerda la falta de libertades en España: «Se parece mucho a la dictadura de Franco». En última instancia y cerrando el festival en este circo de tres pistas, el inefable Arturo Pérez Reverte sentencia sin ruborizarse que «Nunca hemos sido menos libres que ahora». Como suena.

Cabe señalar que estas declaraciones terribles y apocalípticas no se han vertido en algún fanzine de tipo underground o algún diario publicado en la más absoluta clandestinidad, tampoco se emitieron desde una radio libre de algún espacio anarcosindicalista. Se pueden encontrar en medios tan perseguidos y señalados por el establishment como los diarios El Mundo, ABC o El Confidencial. El Señor Blanco de mediana edad se queja de que ya no puede decir nada y de que ya no hay libertad de expresión. Pero enciendes la tele y hay un Señor Blanco (o varios) de mediana edad en una tertulia diciendo que ya no se puede decir nada. Y enciendes la radio y oyes al Señor Blanco de mediana edad graznando que ya no se puede decir nada. Y abres un diario de tirada nacional y está repleto de columnistas que, mucho me temo, son Señores Blancos de mediana edad. Y están ahí, agazapados en sus lúgubres redacciones, tecleando histéricos que ya no se puede decir nada.

¿Oyes eso, muchacho? ¿Lo oyes? Es el Señor Blanco de mediana edad aferrándose a un pasado que, por fortuna, no va a volver. El Señor Blanco de mediana edad como último bastión para que las cosas sigan siendo «como toda la vida» (Manu Sánchez dixit). El último espartano en el paso de unas Termópilas que van a ser arrolladas por las tropas persas de lo Woke, el mariconeo y la multiculturalidad. El último centurión romano frente a las hordas bárbaras; el caballero templario pertrechado en las puertas de Jerusalem antes de la inminente caída. El Señor Blanco de mediana edad es el monstruo de carne y hueso al que hacía mención Gramsci, ese monstruo que surge en el claroscuro cuando se producen los cambios estructurales. No obstante —y como diría Daniel Sancho—, vayamos por partes.

Como es obvio, cuando Florent de Los Planetas afirma que en los años 90 había más libertad se refiere a la suya, a la de un hombre blanco, rico y heterosexual. En los años 90 este país sufrió un proceso de reconversión industrial, se privatizaron empresas públicas y se abocó al paro a millones de obreros. Es difícil ser libre sin las necesidades básicas cubiertas, Florent. Por otra parte, las mujeres no podían abortar de forma libre, la violencia machista era un crimen pasional y el consentimiento se reducía a que tus padres firmaran la petición para poder ir de excursión con el instituto. Para el colectivo LGTBI bueno, España no era precisamente un paraíso: las personas trans carecían de cualquier tipo de derecho y eran travelos (travestis en el mejor de los casos) a los que golpear una noche de fiesta o explotar sexualmente. Y desde luego las parejas del mismo sexo no podían casarse y tener o adoptar hijos. Las personas con VIH eran poco menos que leprosos estigmatizados y la Policía Nacional los crujía a porrazos, como ocurrió en la muy moderna y colorida Barcelona del 92’ cuando se manifestaron reivindicado sus Derechos Humanos más elementales (las imágenes son espeluznantes). Querido Señor Blanco de mediana edad, es difícil ser libre cuando tus derechos civiles son permanentemente pisoteados.

Como es obvio, cuando Florent de Los Planetas afirma que en los años 90 había más libertad se refiere a la suya, a la de un hombre blanco, rico y heterosexual

También en los años 90 se multiplicaron de manera exponencial las bandas de neonazis que salían por las noches a «tocar el tambor», es decir, a apalear mendigos, rojos o personas migrantes. La lista de asesinados es demasiado larga. En esa lista macabra hubo de todo: mujeres trans, militantes antifascistas, personas sin techo, migrantes… Lo que no hubo, fue, exacto: Señores Blancos de mediana edad. A su vez, estos grupos neonazis poblaban las gradas de nuestros estadios de fútbol e insultaban a jugadores racializados: Ultrasur gritaba el canto simiesco semana sí y semana también. Todo con la connivencia y complicidad absoluta de los clubes y la Real Federación. Pero eran otros tiempos, de libertad, nos recuerda rebuznando en todos los canales el Señor Blanco de mediana edad. Y pese a los gritos, el ruido y la idealización de un pasado idílico que nunca fue tal, la realidad desnuda es que en este país nunca ha sido fácil ser rojo, mujer, maricón, lesbiana o migrante. Tampoco vasco.

En aquellos años de libertad, la tortura estaba absolutamente institucionalizada en nuestro país (de alguna manera lo sigue estando, nos dicen una y otra vez desde Estrasburgo) y también en aquellos años de libertad, el Estado pagaba con fondos reservados a comandos parapoliciales que ejecutaran a miembros de ETA, jóvenes de izquierdas o algún pobre desgraciado que pasara por allí, como fue el caso. Se cerraron periódicos, se encarceló a periodistas y se persiguió y censuró a grupos de música. Todo esto el Señor Blanco de mediana edad lo recordaría si hubiera militado alguna vez en algo que no fuera él mismo: probablemente no se enteró de la denuncia del Teniente Coronel Rodríguez Galindo a Negu Gorriak y otros casos fragantes porque estaría drogándose: el Señor Blanco de mediana edad siempre fue más de leer al pijo neoliberal de Escohotado que a Gramsci. El Señor Blanco de mediana edad no es un yonki (eso es para los pobres, para gente como Eskorbuto); el Señor Blanco de mediana edad ha ‘experimentado’ con las drogas y es un transgresor.

El Señor Blanco de mediana edad fue de izquierdas en su juventud (o eso cree él), corrió delante de los grises (o eso nos dice) y, por supuesto, para el Señor Blanco de mediana edad todo el cine, literatura, arte, música.. era mejor antes, cuando él era joven, claro. Pero por mucho que ladren una juventud llena de gestas rebeldes y grandes emociones libertarias, el Señor Blanco de mediana edad, viene de buena familia y en casi todos los casos es un hijo de papá que siempre tuvo la vida resuelta, basta con escarbar un poquito en su estirpe. La clase pesa más que la farándula y por ello, cuando en el crepúsculo de sus carreras o de sus vidas asoman la patita reaccionaria y de derechas, sencillamente están volviendo al redil, al vientre materno (que siempre tuvo empleada de hogar y segunda residencia), al lugar al que pertenecen.

El Señor Blanco de mediana edad se sabe en peligro de extinción, es consciente de que su batalla está perdida y va a ser aplastado por el rodillo de la Historia. Sabedor de su derrota y al más puro Tercio de Flandes, se atrinchera para morir matando. Para ello se parapeta en el traje de ‘enfant terrible’ canallita y se dedica a soltar barbaridades, cada cual más fuera de tiempo y lugar: sea Calamaro apoyando a VOX o agarrándose el paquete en el clip de mi amigo de C Tangana o sea Sabina gritando que ya no es de izquierdas porque tiene ojos y oídos (voz no ha tenido nunca). Poco importa si fueron de izquierdas alguna vez, al disfraz de ‘enfant terrible’ se le ven las costuras y los descosidos. Y resulta patético. E hilarante. En realidad siempre fueron perros funcionales al sistema y, como hijos pródigos de la Movida Madrileña (templo/deidad del Señor Blanco de mediana edad español), abrazaron la transgresión estética, nunca la transgresión política: papá tolerará la chupa de cuero y el aspecto desaliñado propio de los vaivenes de juventud, pero nunca aceptará que se cuestione la propiedad de los medios de producción o la redistribución de la riqueza. Por ahí sí que no. Perros bien domesticados que duermen en el jardín o perros acurrucados junto a la chimenea y el amo (depende de cuánto treparon), pero perros al fin y al cabo. Y se grita desde la izquierda que se vuelven unos rancios reaccionarios por culpa del dinero y el consumo de estupefacientes. No es cierto. Que no te engañen: ni las drogas ni el dinero cambian a las personas, sólo hacen subir a la superficie lo que ya existía. Además de un argumento pueril y moralista, no se ajusta a la realidad: existen un montón de señores de 45 años en adelante que han consumido drogas de manera salvaje y no se han vuelto unos rancios reaccionarios y unos gilipollas.

Tiene parte de razón Nacho Cano cuando dice que vivimos en una dictadura. No diría tanto pero sí que es cierto que no vivimos en una democracia plena o avanzada. No por los motivos que el autor de Me colé en una fiesta piensa: no es porque ya no se puedan hacer chistes de mariquitas, no porque tocarle el culo a una chica ahora sea delito y haya dejado de tener gracia. Tampoco es porque en una película de Disney salgan dos mujeres besándose o uno de los protagonistas sea negro (eso solamente es el mercado audiovisual adaptándose a las victorias progresistas y cambios de paradigma). Nuestra democracia no es plena porque mientras escribo estas líneas hay raperos encarcelados o exiliados, se ha encerrado a titiriteros, se han cerrado periódicos e ilegalizado a formaciones políticas, se ha hundido a pelotazos a decenas de migrantes en la valla de Ceuta, el poder judicial se encuentra secuestrado por la derecha y el Opus Dei o porque los grandes medios conspiraron con la policía para destruir a Podemos o el independentismo. Es cierto que no hay libertad de expresión o está muy limitada, es cierto que no gozamos de las libertades propias de un democracia liberal avanzada, pero no es por los motivos que el Señor Blanco de mediana edad cree.

Mientras termino este artículo, me salta un vídeo de Mick Jagger bailando reguetón en una discoteca. Tú no, Mick. Los Rolling bailando reguetón es el último clavo en el ataúd del Señor Blanco de mediana edad. Todo está perdido. Además y lo que es más grave: acabo de recordar que soy un señor blanco de mediana edad. Socorro.


Madrid –

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