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Andre Ribeiro / Zuma Press / ContactoPhoto

El complot de Bolsonaro

Según los testimonios hechos públicos por la Corte Suprema, Jair Bolsonaro diseñó un golpe de Estado tras su derrota electoral para el que buscó el apoyo de altos cargos de las Fuerzas Armadas


El 15 de marzo, la Corte Suprema brasileña hizo públicos varios testimonios de altos cargos de las Fuerzas Armadas que parecen confirmar lo que era una sospecha firme hasta el momento: Jair Bolsonaro diseñó un plan golpista para derrocar a Lula da Silva tras la ajustada derrota electoral que sufrió en el ballotage presidencial del 30 de octubre de 2022. Es menester señalar que aunque, a la luz de los testimonios, el plan realmente existió, el complot no desencadenó un efectivo intento de derrocar al presidente Lula, fundamentalmente porque el ex presidente no fue capaz de asegurar el apoyo de la mayoría de altos cargos de las Fuerzas Armadas. En línea con la retórica impugnatoria —cuando no proto golpista— de algunos líderes globales de la derecha radical, Bolsonaro movió sus fichas no solo para evitar un retorno de la izquierda al Ejecutivo brasileño, sino para establecer un régimen militar temporal que presumiblemente habría de iniciar una cacería contra militantes y dirigentes sociales, sindicales y políticos.

¿Qué sabemos?

El 8 de enero del año 2023, miles de bolsonaristas tomaron la Plaza de los Tres Poderes en Brasilia para denunciar un supuesto “fraude electoral” que habría mediado en la victoria de Lula da Silva que ponía fin a la presidencia de Jair Bolsonaro. Bolsonaro, que había abandonado el país apenas dos días antes de que Lula asumiera como presidente el 1 de enero, apoyó en cierta medida el asalto que, en la práctica, él mismo había alentado previamente al diseminar el mito del fraude. Algunos asaltantes incluso lograron ocupar el Senado, antes de que las fuerzas de seguridad desalojasen a la totalidad de los militantes. La investigación de este suceso tuvo un momento decisivo en la política brasileña: como consecuencia de sus cuestionamientos acerca del procedimiento de votación nacional, el Tribunal Supremo Electoral inhabilitó a Jair Bolsonaro hasta 2030, por lo que no puede optar a ningún cargo electivo.

Las informaciones que han visto la luz recientemente aportan elementos definitorios en línea con las acusaciones que han recaído sobre el ex presidente desde que perdiese los comicios en 2022. La Corte Suprema del país ha hecho públicas las transcripciones literales de 27 declaraciones de figuras que fueron testigo o que estaban acusadas de haber formado parte del supuesto complot golpista contra el presidente Lula. Testimonios como el del ex comandante general Marco Antônio Gomes Freire o el del comandante de la Fuerza Aérea Carlos Batista Jr. contienen nociones centrales.

Distintas versiones coinciden en un aspecto decisivo: Bolsonaro solicitó el apoyo de figuras destacadas como los propios Gomes Freire y Batista Jr., aunque también del comandante de la Marina Almir Garnier Santos. Sin embargo, el ex mandatario no logró apoyos sustanciosos que permitieran anticipar un resultado favorable para el golpe. De hecho, tanto Gomes Freire como Batista Jr. rechazaron sumarse al golpe, a diferencia de Garnier Santos. Para convencerles, tal como expuso Gomes Freire, Bolsonaro y su entorno brindaron un documento con algunas líneas maestras del pretendido golpe, entre las que se encontraba la transferencia de la competencia de seguridad desde la Policía a las Fuerzas Armadas.

Lejos de negar la mayor, Bolsonaro ha reconocido en una entrevista con Metrópoles que efectivamente sopesó y propuso a algunos altos cargos la posibilidad de establecer un estado de defensa y un estado de sitio. Bolsonaro probablemente pretendía conformar un gobierno de fuerte impronta militar que anulase las elecciones de 2022 sobre la base infundada del fraude electoral, para postergar sine die la convocatoria electoral; de esta forma, el bolsonarismo no solo tendría tiempo de reagruparse desde el Ejecutivo, sino que podría activar los resortes del Estado para perseguir legalmente a Lula y a otros dirigentes de la izquierda nacional, posibilitando una victoria del propio Bolsonaro o de algún designado en los comicios, fuera cuando fuere que tuvieran lugar.

¿Tónica general?

El asalto a la Plaza de los Tres Poderes y el complot golpista de Jair Bolsonaro recuerdan en cierta medida al asalto al Capitolio que una multitud de agitadores trumpistas perpetró tras la derrota de Trump en las elecciones estadounidenses. En cierta medida, la asimilación Bolsonaro-Trump puede ser exagerada (especialmente, si por hacerla se dejan de lado las numerosas particularidades de ambos líderes y movimientos), aunque es innegable que Bolsonaro sostuvo un firme vínculo con Estados Unidos durante su mandato. De hecho, y como una relativa excepcionalidad en las históricamente ambivalentes relaciones bilaterales Brasil-Estados Unidos, Bolsonaro sostuvo un lazo en cierta medida personal con Trump. El vínculo de Brasilia con Washington durante la era Bolsonaro era estructural y orgánico, sí, pero también era ideológico. Bolsonaro ligó los destinos del Brasil a la estrategia general estadounidense, pero simultáneamente condicionó dicha adhesión a la continuidad de Trump, con quien compartía un horizonte reaccionario partidista e ideologizado que confrontaba con el establishment del Partido Demócrata.

Como sea, entre el asalto al Capitolio y el asalto a la Plaza de los Tres Poderes hay una diferencia cronológica y cualitativa central. La retórica del fraude, el aliento premeditado a los asaltantes y el tensionamiento institucional en el caso de Donald Trump tuvo lugar antes de que Joe Biden asumiese el cargo de presidente; es decir, Trump no reconoció la victoria, por lo que, en todo caso, si hubiera buscado impedir la transición de poder, el movimiento hubiera sido calificado como autogolpe. En contraste, el asalto del 8 de enero en Brasil tuvo lugar a posteriori de que Lula da Silva asumiese como presidente, por lo que se asemejaría más a una insurrección como fase previa del golpe que Bolsonaro trazó, pero para el que nunca cosechó los apoyos militares necesarios.

Parcialmente, puede hablarse de una tónica general impugnatoria, conspiracionista, proto insurreccional e incluso proto golpista entre la mayoría de movimientos de derecha radical en el continente americano. Sin duda, los más sonados son los mencionados ejemplos estadounidense y brasileño, pero no son los únicos. Cuando Nayib Bukele ocupó la cámara legislativa junto a numerosos militares para presionar la aprobación de un paquete de medidas, estaba sacando músculo y advirtiendo la posibilidad futura de un autogolpe o de un ataque frontal al poder legislativo. En aquel momento, no poseía la mayoría absoluta que hoy conserva en la Asamblea Legislativa, pero la tensa relación que ha mostrado con la misma, así como su celebración electoral antes de que el Tribunal Supremo Electoral confirmase los resultados, dan buena cuenta de una considerable tendencia antiinstitucional.

El propio Javier Milei acusó con anterioridad al ballotage contra Sergio Massa de la posibilidad de que se perpetrase un fraude electoral del que, tras su victoria, no volvió a hablar. Incluso el mexicano Eduardo Verástegui impugnó su derrota preelectoral, aludiendo a errores técnicos del sistema de recolección de firmas que, según él, habrían sido determinantes en que quedase considerablemente lejos del millón de firmas que debía recolectar para ser candidato independiente en los comicios de junio del 2024.

Como sea, lo cierto es que los niveles de aprobación de la gestión de Lula da Silva al frente del Gobierno brasileño se encuentran relativamente altos, posibilitando una reelección de él o de otro candidato del PT en las elecciones del 2026. A su vez, Bolsonaro ha radicalizado su “suelo” de apoyo, esparciendo sin miramientos las teorías conspiracionistas del fraude y estrechando sus lazos con el resto de actores de la derecha radical europea y americana; sin embargo, su inhabilitación, su edad y su tensa relación con las instituciones nacionales limitan su posibilidad de reelección, abriendo una cierta crisis en el seno de la derecha radical brasileña que habrá de resolverse con el tiempo.


Madrid –

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